lunes, 15 de febrero de 2010

Nelson Mandela, 20 años después

Nelson Mandela, 20 años después
José Sulaimán El Universal 14 de febrero de 2010


 Esta semana se cumplieron 20 años desde que, tras casi tres décadas en prisión, Nelson Mandela dejó la cárcel para convertirse en presidente de Sudáfrica, en una de las personalidades más grandes del siglo XX, principios del XXI y quizá de la historia universal.
Como líder máximo de su patria, tras 27 años en la cárcel, actuó con absoluto respeto hacia todas las razas y religiones, como “un ícono mundial de la reconciliación”, al transformar sin rencores a un país desgarrado por tantos años de abuso social del blanco sobre el negro. Un ser humano que sacrificó su vida desde la juventud temprana y se lanzó contra la perversidad humana, que señalaba a la raza blanca como superior. En su propia tierra, la raza negra era sometida a la esclavitud.
En su juventud se distinguió como un boxeador aficionado de peso medio del más alto nivel, y al mismo tiempo, un destacado estudiante de leyes, materia en la que se graduó estando ya en la cárcel. En ese tiempo se transformó, como dije antes, en un “Quijote” moderno de piel oscura. Trepó a caballo y recorrió todos los caminos de su patria en lucha tenaz contra la discriminación y en busca de sus ideales de libertad social, en la constitución política de su país llamada apartheid: perversión que no permitía unión o reunión entre blancos y negros.
Hace algunos años, todavía como secretario general del CMB, compartí un vuelo de París a Johannesburgo con un boxeador negro de peso completo. En su hotel, sólo podía comer a través del room service y después de la pelea le sacaron su ropa fuera del cuarto: había firmado un contrato en el que se especificaba que era de raza negra, pero blanco honorario, el día de su combate; en la arena había sectores para blancos, los preferenciales; las tribunas eran para los aficionados negros.
Regresé asqueado, aunque en mi temprana juventud, como estudiante en Estados Unidos, me tocó la época de discriminación racial práctica y legal y sí, también allá, los blancos eran la raza superior y los negros los esclavos, aún cuando el norte ganó al sur la guerra civil. Recuerdo como si fuera ayer, mis largos viajes en los autobuses Greyhound desde Laredo hasta Massachusetts —estado donde radicaba la familia de mi padre— y veía con mucha tristeza y coraje cómo, sin excepción, las personas de color eran enviadas a la parte trasera del autobús. En las centrales camioneras había baños para negros y baños para blancos. Siempre me metí a los de los negros, aunque en la primera ocasión, lo hice sin saber de esa despreciable condición racista. Lo viví en carne propia y quizá por ello, es que me uní modestamente por largos 19 años a la lucha contra el apartheid.
En 1982 recibí uno de los reconocimientos que mayor valor tienen en mi vida. Fue en los salones de la Asamblea General de las Naciones Unidas en Nueva York. ¿Motivo? El liderazgo del CMB en el deporte mundial en la lucha que inició en 1969, contra el apartheid y en favor de la dignidad y la igualdad humanas. Pocos años después, Mandela —ya presidente— me escribió una de las cartas que más emoción me ha causado. El líder formidable reconocía los esfuerzos de nuestro organismo. La conservo como uno de mis más preciados documentos.
Nelson Mandela es un gran aficionado al boxeo, por supuesto. Ya como presidente de su país, de su oficina me fue enviada una invitación para asistir a la primera visita que hacía a las Naciones Unidas, pero me pedían que me hiciera acompañar por Mike Tyson, Sugar Ray Leonard y Don King. Cuál sería mi sorpresa que, al entrar a la sala, Mandela fue a saludar personalmente a sus ídolos del boxeo, a donde estábamos sentados. Años después, inauguró la Convención Mundial del CMB en África y, cuando salí a despedirlo, me puso el brazo izquierdo sobre mi hombro derecho, como lo hacen los cuates en la juventud. Con todo esto, ya podrán imaginarse la enorme admiración y la idolatría que le tengo.
Mi sentimiento profundo de igualdad humana, en el que no veo a un rey para arriba ni a un bolerito para abajo, ha nacido de mis entrañas de mexicano; aquí no conocí discriminación alguna. Muchos de raza negra han sido nuestros ídolos, porque amantes somos del deporte. Los beisbolistas Roy Campanella, Martín Dihigo y Lázaro Salazar, eran héroes de inconmensurables dimensiones. Pelé ha sido el ídolo de ídolos y a muchos, con tocarlo, basta. Muhammad Alí, la estrella más fulgurante. Desde mi adolescencia, grandes amigos míos fueron los boxeadores, tan dignos y tan humildes. Naciendo tan pobres y viviendo de la nada, con el corazón valiente, siempre suben al ring a ganarlo todo, para después salir por los caminos del mundo y llevar con humildad, gloria y orgullo, el nombre de México por todos los cuadriláteros y los mapas del mundo. Ahora son mis hijos. Así los veo a todos. Y sigo, como siempre, admirando su gran corazón de mexicanos. Son nuestro orgullo, aunque no puedo omitirlo, siguen siendo el patito feo del deporte mexicano.
Me despido, dedicando esta columna a uno de mis más grandes ejemplos, uno de los más grandes héroes: Nelson Mandela, a 20 años de su liberación en este 2010, que se empata con el bicentenario de la Independencia y el centenario de la Revolución Mexicana, que también dieran a nuestra Patria libertad.
Muchas gracias y hasta el próximo domingo.
Nos vemos el 20 de febrero en Mérida y en suljos.tv, suljosblog.com gran campeonato mundial.
suljos@prodigy.net.mx

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