En la democracia el pueblo revisa periódicamente su situación, el desempeño de sus gobernantes, para decidir si mantiene o modifica el rumbo, ratifica o sustituye al partido en el poder, mediante elecciones. Independientemente de los factores que anulan la democracia aunque formalmente se sostenga, es elemental que para esta calificación de la ciudadanía se dé y exista un gobierno del pueblo, es ineludible que los partidos cumplan con su función constitucional: presentar alternativas y competir por el voto.
Es obvio que México no camina a una definición democrática, en las elecciones locales en curso, preludio de la elección federal en 2012. En el desastre, los partidos se ocupan en alianzas esperpénticas entre supuestas izquierdas y derechas sin más propuesta que evitar triunfos de otros, aprovechando debilidades o tratando de eludir el insalvable desprestigio del calderonismo. Coincido con Gómez Mont antes de “rajarse” por sus lealtades institucionales, al calificar estos arreglos como fraude electoral.
Para rescatar a México de la disolución que avanza, urgen alternativas a la política que nos hundió en el desastre: Estado fallido, media población en una pobreza que se propaga sin antídoto. Pero los partidos nada ofrecen. Aterrados de proponer cambios comprometedores. Fingen oposiciones imprecisas, en el temor de quedar mal con el amo al que se someten, prefieren colarse al poder, a sus migajas, sin riesgos. El pueblo, mientras, sometido sin esperanza.
México se aísla en este juego, ni los medios de comunicación ni los partidos analizan la batalla en Latinoamérica, entre defender el statu quo empobrecedor y manumitido o transformarlo. Salvo en Honduras sometido militarmente, ante el silencio cómplice de Calderón, la lucha se da democráticamente confrontando poderes reales y fácticos desesperados. Es increíble que la lucha de Evo Morales por reivindicar los derechos de la mayoría indígena oprimida ancestralmente, la recuperación de renta nacional enajenada, no sólo no se reconozca sino que se vea con desprecio. Y la ignorancia deliberada de lo que pasa en Ecuador, Venezuela y de porqué pasa, para consumir acríticamente las descalificaciones mediáticas interesadas. Pasar sin reflexionar el valor del triunfo presidencial de un ex guerrillero en Uruguay y su formidable discurso de reivindicación democrática, o el opuesto triunfo de la derecha en Chile, sin análisis, es autismo. El equilibrio político en el que estamos insertos pasa por estos países. Las tendencias que se definan en América Latina nos atañen, particularmente en la desnacionalización y debilidad en la que estamos sumidos.
En este equilibrio, lo que ocurra en Brasil es fundamental. Este enorme país hermano pesa aquí y en el mundo. Lula y su partido habrán gobernado ocho años con apoyo popular indiscutible, ahora su candidata Dilma Rousseff, antigua guerrillera y eficiente secretaria de Estado de Lula, se enfrentará electoralmente con la derecha. El triunfo de Dilma continuará la lucha por la justicia social perdida en el continente.
Lula sustituyó a F.H. Cardoso que, habiendo sido progresista, gobernó ocho años como neoliberal y la derecha insiste en que el neoliberalismo avanzó más que Lula. La estrategia del PT se centra en precisar las diferencias ante la política neoliberal y la social, comparando puntualmente los efectos de una y otra con números oficiales. No están en la abstracción, demuestran la superioridad de una política de justicia social frente a la supuesta racionalidad neoliberal al servicio de intereses transnacionales.
Esto es lo inaplazable, alternativas para que restablezcan el equilibrio social roto en México, con una economía que sólo beneficia a una minoría frente a una mayoría sin esperanza. ¿Lo harán el PRI, la supuesta izquierda? ¿Defenderá la derecha incrustada en unos y otros, sus tesis para confrontarlas? De no hacerse vamos directo a un fraude electoral y a un pueblo en la desesperanza.
Ex secretario de Estado
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