lunes, 29 de marzo de 2010

Un bolero en la recámara

MIGUEL ÁNGEL GRANADOS CHAPA a.m.com.mx 28 Marzo 2010


En enero del año pasado, un informe del comando conjunto de las Fuerzas Armadas norteamericanas equiparó a México y a Paquistán. Ambos estados, dijo el reporte, estaban en riesgo de padecer un “colapso veloz y repentino”. Ambos países interesan de modo singular al Gobierno de Washington, uno porque es su vecino del sur y lo que ocurre en la frontera tiene repercusión inmediata en los estados sureños; el otro porque es vecino de Afganistán, en cuyo suelo libra Estados Unidos una guerra contra el terrorismo, concentrada en la búsqueda de Osama bin Laden, el enemigo público número uno de los norteamericanos, según proclamó en septiembre de 2001 el presidente George Bush.
La semana pasada la Casa Blanca puso atención especial a su relación con los dos países. El martes, una delegación norteamericana del más alto nivel viajó a México para abordar la participación de los dos países en la lucha contra el narcotráfico, que adopta crecientemente tácticas del terrorismo. Y al día siguiente, la secretaria de Estado Hillary Clinton y el de Defensa Robert Gates, apenas de regreso en Washington, recibieron al ministro paquistaní de Relaciones Exteriores, Shah Mehamud Qureshi, que al frente de un grupo de trabajo acudió a replantear el vínculo entre los dos gobiernos. El de Islamabad no quiere que se limite a asuntos de seguridad, condensados en la lucha contra el terrorismo (a fin de que Paquistán no se convierta en nicho de refugio de los talibanes), sino que se extienda a otros ámbitos de verdadera cooperación e incluya temas económicos, educativos y de salud. Por lo pronto, su demanda es que se acelere la entrega de mil 500 millones de dólares que, como los fondos de la Iniciativa Mérida, llegan a su destino con lentitud burocrática.
Una queja semejante había sido expuesta a la delegación norteamericana por los funcionarios mexicanos con quienes se reunieron en la cancillería. Muy diligentemente y en paralelo a su cita con los paquistaníes, el secretario Gates acudió 24 horas después a una audiencia en el subcomité de defensa de la Cámara de Representantes. Citando a su equivalente, el secretario Guillermo Galván, Gates dijo que el incendio está ocurriendo ahora y no es admisible que los bomberos lleguen en 2012.
A la reunión del martes la delegación mexicana llegó tensa por las apreciaciones que días atrás había formulado la secretaria de Seguridad Interior Janet Napolitano, sobre la irrelevancia de la presencia militar en Ciudad Juárez ( “no ayuda”, había dicho). Con la piel ultrasensible siempre que se pone en cuestión al Ejército, el 17 de marzo el secretario Fernando Gómez Mont desmintió a la funcionaria norteamericana formulando un inventario de los logros militares y en cierto modo proponiendo la agenda de la reunión venidera. Por ese antecedente esas dos oficinas buscaron un entendimiento y suscribieron dos memorandos, uno referido a información sobre mexicanos repatriados a fin de impedir la reintegración de cadenas delictuosas. El otro se destina a establecer un programa conjunto de seguridad para viajeros.
La cancillería, por su parte, informó, como el logro principal de la reunión de las dos delegaciones, la identificación de “cuatro áreas de cooperación: desmantelamiento de las organizaciones criminales, robustecimiento institucional, desarrollo de la frontera del Siglo XXI y fortalecimiento de la cohesión social de las comunidades” Al término del encuentro la secretaria Clinton hizo notar la ampliación de los contenidos de la Iniciativa Mérida, puramente policiales en su origen: Para combatir a la delincuencia hacen falta medidas de seguridad “sí, eso es muy importante” pero también debe abarcar “construir instituciones, hacer un trabajo de extensión, de inclusión para las comunidades, la sociedad y trabajar juntos para el desarrollo social y económico”.
Al concluir la cita, las secretarias Clinton y Espinosa informaron al presidente Calderón de los resultados de su reunión. Según el comunicado de Los Pinos, Calderón “subrayó la necesidad urgente de que los dos países redoblen sus esfuerzos para combatir de manera integral el crimen organizado trasnacional, operando en ambos lados de nuestra frontera común, destacando el tráfico de armas y de dinero en efectivo, así como que fortalezcan sus estrategias para el control de la demanda y el tratamiento de adictos desde una perspectiva de salud pública que sea complementaria de los esfuerzos de procuración de justicia. La responsabilidad compartida…debe concretarse tanto en los esfuerzos de intercepción de drogas, armas, dinero en efectivo y desarticulación de grupos delictivos, como en las acciones de prevención y control del consumo de drogas ilícitas”.
Establecer la “responsabilidad compartida” en “ambos lados de nuestra frontera común” significa que no podremos oponer reticencias ni reticencias a la participación de agencias norteamericanas en suelo mexicano. No será la primera vez que actúen aquí, pero antes se hizo de manera solapada. Ahora será abierta y en muchos casos con el beneplácito de la población afectada, que ha visto como el último recurso prematuramente desplegado, el Ejército y la Marina, no sólo ayuda poco al combate, sino que en su impericia genera significativos daños colaterales como se ha visto en los días recientes en Monterrey y su vasta comarca conurbada.
Día tras día, una vez en un municipio, otra vez en otro, esa región ha experimentado la desazón y el peligro de las acciones de la delincuencia y de las que tratan de contenerla. En la capital misma, en Santa Catarina, en Cerralvo, en Agualeguas, en San Pedro Garza García se ha acentuado la inseguridad, tanto más indeseable cuanto más claro queda que lo mismo es generada por criminales que por los encargados de embatirlos y, peor aún, cuando los causantes aparecen con ambas características. El caso más claro de esta ambigüedad fue el de un delincuente de alto nivel detenido en San Pedro donde al mismo tiempo que realizaba actividades de narcotráfico, era parte de la organización parapoliciaca que ha creado el alcalde Mauricio Fernández.
En ese clima dominado por los temores suscitados por la violencia criminal, Calderón acudió el miércoles a una reunión sobre vivienda, al cabo de la cual abrió el mismo una ronda de preguntas y respuestas. Hubo sólo dos, no relacionadas con la materia objeto de la reunión y ni siquiera con el más amplio tema del entorno económico, sino con la inseguridad. Calderón andaba ese día de humor agrio, defensivo. Refrendó su decisión de combatir a la delincuencia organizada con acciones tan mecánicas (aunque estén dotadas de una intención didáctica) como que a sus miembros “se les atraviese la fuerza pública…y los hostigue hasta que entiendan que los mexicanos no nos vamos a dejar dominar por una bola de maleantes, que son una minoría ridícula montada sobre el miedo, la corrupción o la cobardía de muchos, durante muchos tiempos”.
Para ilustrar cómo esas debilidades humanas e institucionales permitieron el crecimiento de la criminalidad, creyendo que era posible controlarla, Calderón trazó una metáfora no literaria como la de Julio Cortazar en Casa tomada, sino nacida de una imaginación alimentada por la vida cotidiana:
“Es como si un día llegas en la noche, después de trabajar, y le dices a tu esposa: Mi vida, sabes qué, aquí en la cochera dejé entrar a dos muchachos muy somáticos. Van a bolear zapatos, no se van a meter con nadie…y me van a dar un porcentajito de las boleadas y no hay problema.
“Y a los ocho días… ya ves al cuate (uno de los dos jóvenes boleros, suponemos en esta Plaza Pública) abriendo el refri, comiéndose tu sándwich. Híjole, qué le digo. No, mejor no. Ya ves que trae su cuerno de chivo ahí. Al rato te lo encuentras en la tina, echando burbujas….Hasta que te los encuentras en la recámara y vienes a decir: Oye, el cuate se está poniendo mi traje y ve tú a saber qué otra cosa. Y entonces, la verdad es que no los hubiera dejado entrar”.
Peor que el comodito y blandengue individuo que queriendo hacer un negocito dejó entrar a boleros a su casa hasta hallarlos en su recámara, es quien contrata, a sabiendas de su propensión a arreglarse con sus posibles víctimas, a individuos forzudos para desalojar a los entrometidos y unos y otros aprovechan las burbujas, los trajes y “ve tú a saber qué otra cosa”.

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