viernes, 22 de enero de 2010

El terremoto económico

El terremoto económico
PorEsto 2010-01-22
Por Pedro Díaz Arcia


El mundo anda de tumbos entre desgracias naturales y las generadas o “degeneradas” por el hombre.
Haití continúa a la sombra de la dimensión trágica del destino, víctima del ensañamiento de la naturaleza y de los peligros agregados por la ceguera de los ambiciosos, mientras la economía global sigue un rumbo “frágil y accidentado”, según dio a conocer la ONU en su habitual informe anual.
El reporte del organismo internacional, que considera existe una recuperación económica estimulada por las ayudas financieras, alertó que una salida prematura de los paquetes de rescate “causaría un segundo golpe recesivo”.
Para la ONU los países en desarrollo, especialmente los asiáticos, mostrarán una recuperación mayor en 2010, en tanto se producirá un crecimiento moderado de sólo 1,3 por ciento en las naciones industrializadas.
En Estados Unidos se pronostica un crecimiento del 2,1 por ciento este año, debido a la debilidad sostenida en el consumo privado, al alto desempleo y a la necesidad de recuperar la riqueza familiar, perdida durante la recesión…algo que se dice con facilidad y que no tiene garantías.
Por ejemplo, se calcula que las familias estadounidenses perdieron unos 11 billones de dólares debido a la crisis, mientras la Organización Internacional del Trabajo (OIT) estima que desde su comienzo el desempleo aumentó en 40 millones de personas.
Estos fenómenos socioeconómicos estarían determinados porque la crisis actual tuvo su epicentro en los países desarrollados y se expandió hacia los subdesarrollados, a diferencia de crisis anteriores, como el Efecto Jazz y el Efecto Tequila, en las cuales la debacle económica no llegó de la periferia al centro, sino lo contrario.
El sistema bancario estadounidense se derrumbó en el verano de 2007 como si fuera una estructura de naipes y estremeció la economía global con la fuerza de un terremoto que, sin medida alguna en una escala, tuvo una intensidad sólo comparable a la Gran Depresión de los años 30.
El 18 de abril de 2008, ante la quiebra de los grandes bancos y empresas de garantía hipotecaria, la Reserva Federal de Estados Unidos había anunciado que compraría 300,000 millones de dólares en valores del Tesoro para enfrentar la crisis; pero la dosis no sería suficiente.
En septiembre de ese año los problemas se agudizaron con la bancarrota de diversas entidades financieras relacionadas con el mercado de las hipotecas inmobiliarias, como el banco de inversión Lehman Brothers, las compañías hipotecarias Fannie Mae y Freddie Mac y la aseguradora AIG.
Sólo Fannie Mae y Freddie Mac poseían las propiedades o eran garantes de casi 6 billones de dólares en hipotecas, lo que representaba aproximadamente el 50 por ciento del mercado financiero interno estadounidense.
La crisis financiera global había estallado.
Agobiado por la situación, el Gobierno de Estados Unidos intervino para rescatar algunas de estas entidades a las que aportó verdaderos torrentes de liquidez monetaria.
La historia ulterior de los multimillonarios paquetes de estímulo de las respectivas administraciones de George W. Bush y Barack Obama son harto conocidas.
Ahora, ante los cantos de sirena acerca de una economía que se levanta como ave Fénix de sus cenizas, el Premio Nobel de Economía del 2001, el estadounidense Joseph Stiglitz, aseguró recientemente que la actual crisis se extenderá por lo menos hasta el año 2013, porque “el sistema financiero no depende sólo de los factores económicos” y abogó por otro régimen mundial de reservas, con una moneda única, para que la comunidad internacional no dependa de la moneda de un país específico.
Las actuales cifras que caracterizan la situación económica global son impresionantes: Estados Unidos tiene el nivel más alto de desempleo en un cuarto de siglo (10 por ciento); en los países de la denominada Eurozona la desocupación es del 9,6 por ciento y en América Latina más de dos millones de personas perdieron su empleo en 2009.
En este bregar, entre golpes de la naturaleza y de la insensatez de los hombres, miles de millones de seres sufren también hambre y desolación en el mundo, ajenos al drama que vive Haití, necesitado como nunca de la ayuda internacional.
No hay que esperar.
¡Bienvenidos los Teletones, las colectas públicas, estatales o privadas!
¡Bienvenido el humilde acopio de recursos: porque tiene más valor quien se quita para dar, que quien da lo que le sobra!
De todas maneras, honor a quienes ofrecen de sí cuanto pueden en este momento de luto, caos y miseria
¡Honor a quienes, sin ocultos intereses, brindan su apoyo, sus oraciones e incluso arriesgan sus vidas por llevar amor, solidaridad y consuelo al pueblo haitiano!
Lo triste es que paralelamente a estos esfuerzos marchan los fusiles tras la bandera de las estrellas y detrás de los fusiles viajarán los capitales con el voraz apetito de las cosechas.

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