sábado, 3 de abril de 2010

El país de las minorías ridículas

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El país de las minorías ridículas
Ricardo Monreal Avila

Tal como fue definida la mafia del crimen el pasado 24 de marzo por Felipe Calderón (“bola de maleantes que son una ridícula minoría montada sobre el miedo, la corrupción o la cobardía de muchos, durante mucho tiempo”), debemos concluir que el país está poblado y dominado por minorías ridículas, siendo este su principal problema.

Por ejemplo, “minoría ridícula” o absurda es el 10% de la población que concentra el 78% del ingreso del país, frente a la consistente mayoría de mexicanos que vive en algún grado de pobreza (53% de la población). Es una élite social montada sobre la ineficaz estructura de un Estado que ha propiciado la concentración de la riqueza, pero no su distribución.
“Minoría ridícula” o estrafalaria es el grupo de mil burócratas federales de alto nivel que perciben más de un millón de pesos anuales en sueldo, bonos y gratificaciones discrecionales, frente a la callada mayoría de asalariados del país (tres cuartas partes de la PEA) que percibe un ingreso mensual de hasta tres salarios mínimos desde hace una década por lo menos. Es una burocracia dorada montada sobre el desdoro de unas finanzas públicas petrolizadas y petrificadas.
“Minoría ridícula” o extravagante somos también, ciertamente, el grupo de legisladores federales y locales, regidores y síndicos de los principales municipios del país, así como funcionarios judiciales de alto nivel (no más de cinco mil mexicanos), frente a una mayoría agraviada que reprueba de manera constante el desempeño de sus representantes legislativos y el sistema de procuración de justicia. Es una élite aislada de su entorno social.
“Minoría ridícula” o irrisoria es el grupo de 420 corporaciones empresariales que pagan menos de 2% de impuestos sobre sus ingresos, frente a más de 700 mil pequeñas y medianas empresas que tributan hasta con un 34% de sus ganancias exiguas. Es una élite empresarial montada sobre la complacencia y complicidad de una política fiscal de prebendas y privilegios monopólicos, en lugar de estímulos y reglas de libre competencia.
Más allá de la política y la economía, hay también “minorías ridículas” en lo social. Por ejemplo, el número de estudiantes mexicanos en centros de educación superior, públicos o privados, frente a millones de jóvenes “ninis”, que ni trabajan ni estudian. O los rarísimos mexicanos que han encontrado un empleo estable frente a los avasallantes tres millones de desempleados de los últimos tres años. O los trabajadores que cuentan con mínimo de seguridad social frente a los millones que diariamente encuentran su sustento en la economía informal.
Pero la minoría más ridícula de todas es, sin lugar a dudas, la que actualmente gobierna al país y no ha acertado a detener, contener o revertir la actuación de “una bola de maleantes” a pesar de disponer de la mayor fuerza policiaca en la historia del país (500 mil efectivos en los tres órdenes de gobierno), del mayor presupuesto de seguridad en las últimas décadas y de las armas legales más duras y represivas que jamás haya dispuesto un gobierno en tiempos de paz.
La minoría criminal que actualmente tiene postrado al país proliferó, en efecto, sobre la complicidad y la corrupción de la minoría gobernante que durante muchos años permitió el crecimiento del Frankestein que ahora le disputa territorio, armas y poder económico.
Ahora bien, el hecho de que una “bola de maleantes” tenga postrado tanto al Estado como a la sociedad no tiene nada de ridículo, entendido este adjetivo como una situación que mueve a risa o a jocosidad. Por el contrario, es una situación de tal gravedad y seriedad que lo ridículo sería minimizarlo.
Cuando una minoría de criminales pone en jaque a un Estado que supuestamente tiene la fuerza de una mayoría de la población, ese Estado se encuentra afectado por una debilidad de origen. Esa debilidad congénita es lo que ha permitido que una “bola de maleantes” se imponga a la entidad que se supone representa la mayoría de la representación política y social de la ciudadanía.
Lo verdaderamente ridículo de esta situación es que una minoría criminal haya puesto al desnudo la vulnerabilidad del Estado mexicano. Una entidad pública minada desde adentro por la corrupción, la impunidad, la ineficacia, la descoordinación y el distanciamiento respecto a las necesidades y demandas más sentidas de la población.
El derecho a la fuerza y no la fuerza del derecho es lo que explica la entronización de estas minorías que desde la economía, la política, la sociedad o el crimen, le disputan al Estado su fuerza y legitimidad. Lo peor de todo es que después de que caiga el Estado, la sociedad civil quedaría a merced de estos grupos minoritarios, sin posibilidad de defensa institucional alguna, que no sea la autodefensa civil, es decir, la justicia por propia mano.
Mientras el país siga montado en esta estructura de minorías o élites económicas, políticas y sociales agobiantes, la nación estará condenada al ridículo histórico, porque seguirá perdiendo de manera acelerada identidad, viabilidad y cohesión nacional.
Desmontar esa estructura balcanizada de intereses elitistas del país y construir en su lugar una estructura de mercado y de Estado incluyente es quizás el mayor reto de una verdadera reforma política y de seguridad pública. Ambas reformas van de la mano y hoy se discuten por cuerdas separadas. La “mayoría estable” que hoy busca crear artificialmente el PRI, eliminando el candado de la sobrerrepresentación, es en realidad una forma de crear una nueva “minoría ridícula”, porque con una exigua tercera parte de la representación nacional se busca dominar o imponer la visión de un partido al resto del país.
La política del combate al crimen por parte del gobierno y la reforma política del PRI son dos ejemplos de este actuar elitista, excluyente y minoritario que hoy mantiene al país no precisamente en el ridículo, sino al borde del precipicio.
A nuestra vida pública le sobran las minorías o las élites de poder, y le faltan ciudadanos, sociedad y pueblo. Esta oligarquización ha debilitado estructuralmente al Estado, al grado de que una “bola de maleantes” lo mantiene permanentemente en jaque. Esa misma oligarquización ha hecho de nuestra democracia una ridiculez histórica y una vacilada política.

ricardo_monreal_avila@yahoo.com.mx

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