viernes, 9 de abril de 2010

¡Santa televisión!

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Zapping Andrés Ramírez El Universal 7 de abril de 2010

En Semana Santa todo se muere y, supuestamente, uno resucita. Las noticias se acaban, el espectáculo se cae, la farándula se atrinchera, el ruido se pierde y la idea de la salvación reaparece, como cada año que el rito se repite. Todo regresa, y se condenan o salvan los hombres y mujeres de buena voluntad… o todos se van de vacaciones, salen de las ciudades, buscan al Santo en el mar o en el parque, en Chapultepec o en las tierras morelenses. Este clima de entrega al fervor divino sólo puede ser acentuado por las noticias recientes: la Iglesia tímidamente habla de los abusos de curas pederastas y un tal Maciel. Así nomás.

El páramo se disfruta, pues todo va lento, todo se detiene, nada pasa. Salvo la noticia de una niña que parece ser asesinada y donde las investigaciones están más hechas bolas que con los priístas en el 93. Y los medios se atascan, con ese fervor religioso que vivimos en estos días pasados. Todos somos víctimas, todos somos culpables, todos queremos la redención a través del pecado. Faltaba más. Si el pecado es la fuente de vida, si la redención termina cuando acaba el pecado, entonces que salga en la tv. ¡Que la televisión nos redima!
Por eso mismo volvemos a ver los clásicos que nos hicieron mexicanos. O ciudadanos del mundo. La tele nos lo permite, gozosa. Por ejemplo, Marcelino pan y vino o Rey de reyes. La pasión y la fe, el perdón y la enseñanza. El camino de todos, ese camino que hemos perdido por nuestros ciegos intereses. Ah, cuánta miseria espiritual. Habría que aprender de Marcelino, el niño que es llamado por Jesús y que desde la cruz le habla. ¡La película de 1955 de Ladislao Vajda es tan actual! El niño le habla al crucificado y el crucificado contesta y la película se eleva como un salmo en Semana Santa. En tiempos en donde la comunicación se fractura, cuando hay una “sociedad polarizada”, esta cinta nos echa en cara nuestros monólogos. La bondad divina se manifiesta y somos felices.
¿Y que tal Rey de reyes, la película de Nicholas Ray de 1961, remake de la cinta muda de Cecil B. DeMille? ¿Puede haber una interpretación de las escrituras más fina? ¡Quizá Jesucristo Súper Estrella! Pero qué actualidad, qué diseño, qué actuaciones.
Todo parece hecho el día de hoy o, mejor, ¡hecho hace 2000 años en plena faena histórica! La película, también, derrocha sabiduría divina. Los rizos de Nuestro Señor son tan judíos y dorados que inspiran toda la confianza. Su nariz es casi perfecta, la más anglosajona posible. Jeffrey Hunter, el actor estadounidense que encarna al Cristo, es un ser especial, un modelo que hoy en día se contonearía en cualquier pasarela. Y lo haría con paso di-vi-no. Tiene el don del Señor.
Nada pasa, todo es lo mismo, año tras año. La celebración del mayor rito católico se ve mejor en la televisión. Se repite igual que hace 365 días. Ahora aprenderemos más, el mensaje es más contundente, suponemos. Algo se aprende. La repetición de la repetición de la repetición debe ser buena: es la enseñanza de las escrituras. O de Nietzche, el envidioso detractor.
Ahí está, encuéntrenlo en los Hechos de los Apóstoles o en Amos, ya no recuerdo. Y también nos dicen: “No al pecado, sí a la culpa”.

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