miércoles, 31 de marzo de 2010

Reforma laboral, otra vez

La iniciativa de reforma laboral presentada por el PAN, que recupera buena parte de las más de trescientas iniciativas que se han presentado en los últimos años, parece que va a seguir la misma suerte de sus más de trescientas antecesoras: será ignorada.
Economía Informal Macario Schettino Reforma laboral, otra vez
Unos dirán que es obvio que así sea, pues to que los políticos están hoy más peleados que nunca. Otros, que es obvio porque quienes tienen que aprobar la reforma son quienes más perderían con ello, los líderes sindicales y el PRI. Otros, que es obvio que la reforma no se apruebe, porque el PAN no sabe generar consensos. Obviedades, pues.
Lo cierto es que México es uno de los países con mercado laboral más rígido en el mundo. Según el Foro Económico Mundial, que en otras ocasiones hemos referido, estamos en el lugar 115 de 133 países. Hace pocos años, estábamos en el lugar cien, lo mismo que Brasil. Hoy estamos quince lugares abajo, y Brasil veinte arriba. Pero, una vez más, parece que no tomaremos medidas para corregir este problema. Y ni siquiera sabremos por qué, porque los actores políticos han preferido ignorar la reforma, mientras que sólo algunos líderes sindicales le hacen caso, aunque es sólo para rechazarla de plano, sin cortapisas.
Algunos estudiosos serios tienen objeciones contra la reforma, y argumentan que se trata de una propuesta que sólo beneficia a los patrones. Suena bonito el argumento, pero es sólo una puesta al día del discurso tradicional en nuestro país: los trabajadores son buenos, los patrones malos, y punto.
Desafortunadamente, esto no es cierto, como sabemos. Hay malos y buenos en todos lados, y a pesar del discurso ramplón, el hecho es que los trabajadores en México han sido siempre víctimas de abuso, y la ley no ha sido obstáculo para ello. Muy por el contrario, es la ley la que provoca buena parte de los abusos. Me explico.
La ley está hecha para fortalecer el régimen corporativo, la construcción del Estado Mexicano que sostenía a un grupo de personas en el poder mediante la existencia de grupos corporativos decididos desde el mismo Estado. Así se construyó el sindicalismo en México, desde arriba. Hubo, no cabe duda, intentos por construir una democracia sindical, pero todos acabaron cooptados o reprimidos. La ley no se hizo para ellos, sino para el sindicalismo corporativo, que controlaba a los trabajadores y a cambio recibía prebendas para ellos, pero sobre todo para los líderes.
Puesto que la ley era para eso, el mercado laboral era rígido, de forma que una parte muy relevante de los empleos se generaba por fuera de la ley. No durante el neoliberalismo, sino desde antes. A pesar de que la ley obligaba a otorgar prestaciones de salud y seguridad social a los trabajadores, esto no ocurría. En 1970, cuando la actual ley fue promulgada, menos de 25% de los trabajadores estaba asegurado (contando eventuales y todo tipo de asegurados). Hoy, rondan 45%, también con eventuales.
Sin embargo, esa misma ley ha servido para que varios líderes vendan contratos de protección a empresas. Unas porque de esa manera pueden abusar de sus trabajadores, pero otras porque no pueden trabajar si no es así. Y la ley permite ambas cosas, como permite muchas otras formas de chantaje de parte de trabajadores que no son tan buenos como piensan sus defensores.
Hoy mismo, tenemos muchas formas de contratación que han permitido a millones de mexicanos tener una forma de ganarse la vida, pero que la ley no reconoce: subcontratación, empleo por horas, contratos de entrenamiento, paros técnicos, etc. Estas formas de contratación, reitero, existen y seguirán existiendo porque son necesarias para empresas y para trabajadores. Pero la ley no las permite, de manera que los trabajadores quedan indefensos. Argumentar que la ley no debe reconocer estas formas, sino castigarlas, es algo que suena bien, pero que no tiene sentido.
Y es que muchos de los que defienden que la ley siga como está es porque ya tienen empleo, y lo tienen seguro y con prestaciones. Es decir, son beneficiarios de la situación actual, y no tienen interés alguno en que ésta cambie. Pero hay treinta millones de mexicanos que no reciben beneficio alguno de esta ley, y que podrían recibirlo con la reforma. No son pocos, pero ninguno de ellos escribe en el periódico, ni tiene chamba de líder sindical, ni opina en radio y televisión. No son abogados laboralistas, ni revolucionarios de clóset, son trabajadores que han aceptado formas de contratación que la ley no ampara porque es la única forma en que pueden trabajar. ¿Por qué no queremos ampliar la ley para que ellos también quepan?
Como decíamos al principio, hay muchas formas de rechazar la reforma: que porque se presentó de mala manera en la Cámara, que porque no es momento de negociaciones, que porque el PAN es proempresarial, que por lo que guste y mande. Pero debe quedar claro que mantener un mercado laboral rígido implica no poder generar empleos. En consecuencia, los pocos que se crean ocurren en algún nivel de informalidad. Es decir, creamos pocos empleos, pero malos. Y de que sean malos, la ley es la responsable, no otra cosa.
Pero bueno, es tiempo de vacaciones. Claro, dependiendo del empleo que tenga.

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