miércoles, 31 de marzo de 2010

Tan lejos de la justicia y tan cerca de la Iglesia Católica

Ricardo Andrade Jardí PorEsto 30 Marzo 2010

La justicia está lejos porque los indignos jueces mexicanos, los mismos que tenían que salir de vacaciones cuando se les presentó la denuncia en contra de los responsables de la ejecución de 49 niños en una guardería pública, ahora dan luz verde, justo al inicio de la Semana Santa, demostrando la gran “bondad” y su “devoción” católica, para trasladar al violador sexual de niños y niñas: Succar Kuri a Quintana Roo. Confirmando que en México no importa el tamaño del crimen, sino el tamaño de la cartera. Mientras más grande es la segunda, menor será la pena judicial, sin importar qué tan grave sea el delito que se cometa.
“No se hagan bolas”, decía el chupacabras Salinas en 1994, justificando así de antemano sus muchos delitos.
No nos hagamos bolas, podemos hoy decir, los ciudadanos mexicanos: Succar Kuri será liberado y los curas pederastas seguirán siendo protegidos, entre otras cosas, porque nuestro conservadurismo católico no distingue entre justicia y perversidad.
Si un ciudadano roba una gallina, porque tiene hambre, termina preso y formar parte de la lista oficial de detenidos en aras de “la lucha” que contra el crimen organizado se finge en México.
Pero si un empresario “modélico” viola niños y niñas, será protegido por gobernadores preciosos, la jerarquía católica, los oligarcas mediocres y los jueces, por toda una pandilla de organizados criminales también llamados empresarios y tecnócratas políticos.
Pero las alertas también son otras igual de importantes: el sistema en decadencia es incapaz de garantizar justicia, el Estado de Derecho es en realidad un estado de desecho y el peligroso discurso de la competitividad, sustituye del imaginario social la necesidad de conocimiento, preparación y comunidad, por modelos como Roberto Hernández y Succar Kuri, sin importar qué tan cretinos y criminales sean. Uno muy rico. El otro pederasta.
La idea del ofertado triunfo se traduce para el imaginario colectivo en el “quítate tú para ponerme yo”, o peor aún: en el ser un delincuente de ligas mayores y salirnos con la nuestra.
Los ejemplos son muchos desde Salinas de Gortari. Violadores de la ley que gozan de un “gran prestigio” y pese a sus delitos siguen impunemente libres.
Ese es el México donde la masacre de género y la IMPUNIDAD que la cobija han dado paso a la masacre de jóvenes, que parecen ser es el nuevo rostro de la guerra (no declarada) que se vive en el país y que bajo la estrategia del fraude electoral y la usurpación, será imparable mientras el imbécil de Los Pinos siga ostentando un puesto para el que “haiga sido como haiga sido” no fue electo o cuando menos no hay ninguna prueba que demuestre que fue electo excepto los dichos de un tribunal electoral que calificó de válida una elección, al mismo tiempo que la reconoció como llena de inconsistencias (un fraude en castellano). Es con estas cosas donde uno comprende lo que Antonin Artaud afirma en sus escritos revolucionarios sobre México: “Donde la ilegalidad gobierna y la legalidad se convierte en un delito a los ojos del ‘stableshment’. La barbarie impuesta por una clase gobernante insaciable en su ambición y la pasividad de una sociedad sometida por la enajenación de una fe opresiva, igualmente impuesta...”

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