jueves, 4 de marzo de 2010

Twitter, Facebook y los periodistas

Twitter, Facebook y los periodistas
Alejandro Páez Varela El Universal 03 de marzo de 2010


Soy usuario de las redes sociales y un cautivo de la red. En una mañana cualquiera, para antes del mediodía habré contestado unos 20 correos, parte de ellos desde mi celular. Ni me atrevo a decir cuántos mensajes SMS ya mandé para entonces y cuántas veces chequé mi muro en Facebook o la cascada de Twitter. Por mi trabajo, porque recibo data privilegiada que pertenece a mi medio (así lo creo yo), procuro no tuitear información y sólo actualizo mi estatus con temas personales, reflexiones o asuntillos que quiero compartir con mis amigos y no pretendo que sean la gran nota, o que orienten a los despistados. Aunque, confieso, esto puede cambiar: así es Internet.
Gran parte de mi carrera he cosechando información relevante de sitios y blogs. Poco de las redes sociales; sólo si encuentro una liga que me saque de allí hacia una fuente confiable. A veces reviso a otros periodistas que no reciclan rumores, y sí, me encuentro ligas y datos para comprobar. Me ayuda cuando alguien ofrece, por ejemplo, las cinco mejores coberturas del terremoto en Chile. ¿Cuándo se vuelve nota algo en estas redes? Para mí, como periodista, cuando viene de una fuente probada, o cuando el asunto es tendencial: si cientos de tuiteros o feisbuqueros protestan contra Esteban Arce -ejemplifico- son de tomarse en cuenta. Representan una tendencia. Son una corriente de opinión. Aunque, les digo, esto puede cambiar: así es Internet.
En el último siglo, en los medios tradicionales o en los manuales nos educamos (nos educaron) a que sólo publiquemos lo verificado y/o verificable. No es que desprecie las redes sociales como fuente de información: es, como dice mi mamá, el “callo de la andadera” (la experiencia): no voy a publicar algo que resulte falso y reste la credibilidad a mi medio. Si usted me encuentra en Facebook y me cree lo que digo, allá usted: procuro decir bobadas, ser ácido o irónico. Incluso juego a los estados de ánimo; he inventado un avatar-buda: 8(-¡-)8. Pero si me lee en un impreso o me escucha en otro medio tradicional, busco honrar y proteger mi oficio: hablo de lo que sé, defiendo fuentes de información, no caigo en ligerezas. Los “¡extra, extra!” en Twitter los leo pero no me mueven. Y no deberían mover a un lector o usuario, opino. Son tips condicionados a su verificación. Aunque, sí, esto puede cambiar: así es Internet.
El periodista José Pérez-Espino decía hace unos días, jugando, que cuando sube algo serio a la red no le hacen caso. Pero cuando pegó su temor por las #jauríasdeperros en Chapultepec, todos, incluyéndome, le escribimos mil cosas. Hasta poemas a los perros dejaron. ¿Cuándo me tomo en serio la discusión en las redes sociales? Cuando los interlocutores son reconocibles. O verificables. Les insisto: es posible que yo esté mal; es cosa de mi oficio. No pretendo citar a los cuatro comunicólogos más importantes: me basta con mi juicio para evaluar la veracidad y calcular el riesgo. Si #carabobo dice que “calló un abión en el sócalo del df” (con faltas de ortografía) no creo. Aún si el tuitero se llamara #ryszardkapuscinski. Si muchos hablan del tema, algo está pasando: puede ser que no se trate de un avión; pero algo sucedió. Lo verifico. No hay nada de extraño en mí; así somos los periodistas y, sugiero, así deberíamos ser los usuarios de las redes sociales. Si un reportero de medio pelo se atreve a decir que “cayó un avión en el zócalo del DF” (sin faltas de ortografía) e incluso cita “fuentes federales del más alto nivel”, tampoco le creo. Me gustan los datos verificados y cuando se trata de “fuentes federales del más alto nivel” por lo regular no son verificables, y ni modo: esas libertades ofrece Internet.
Por una razón u otra (yo digo que u otra), como nunca en nuestra historia, un canal, Internet, ha puesto en riesgo a los medios tradicionales del orbe; pocas industrias han enfrentado un reto tan grande como su propia desaparición. Una corriente decía que era porque debíamos “abrirnos totalmente y sin candados al periodismo ciudadano”, y ponía como ejemplo los blogs y poner fotos de vecinos denunciando baches. Algunos lo hicieron. Yo no uso mi blog desde hace como ocho meses; es sólo mi archivo de textos. Y casi nadie lee los agregados de periodistas ciudadanos. Otros dicen que debemos “ser como las redes sociales”, y citan los cientos de miles de asociados a estos canales que, ¿quién sabe?, mañana pasarán de moda.
Internet ha sacudido a los periodistas, digo yo, por nuestro miedo a criticar Internet. Huimos de la discusión, nosotros que siempre fuimos críticos, porque nos asusta decir algo que vaya contra el progreso. Nos pasó con el automóvil en Estados Unidos: miles de muertos en los primeros años de su masificación, y no criticábamos su falta de seguridad. Los reporteros norteamericanos tuvieron miedo de ir contra el “american way of life”, contra aquella idea del progreso. Ahora apenas criticamos Internet y apenas participamos de esa discusión. Aún siendo parte del debate, tenemos miedo a ir contra el progreso y que nos tachen de viejillos con pelos en la espalda.
Creo en la información verificada y/o verificable. Y cuando quiero un punto de vista distante de las visiones que me rodean, husmeo en las redes sociales. Si en el camino un comentario o una liga me sirven, porque los que sigo en Twitter o en Facebook son gente fiable, qué bien. Si me llega una liga o doy con data importante de una fuente verificable, lo celebro como periodista. Y si me cuentan un chisme o un chiste, o encuentro un “¡extra, extra!”, también lo leo, me río, lo sigo y me entretengo. No lo asumo como verdad, necesariamente. Un sitio de la industria de la información verificada me sirve mucho más si busco data confiable, y esto es una realidad hasta hoy inalterable, con o sin Internet.
Aunque, sabemos, todo esto puede cambiar mañana: esa es la naturaleza de Internet.

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