domingo, 21 de febrero de 2010

Irresponsabilidad oficial ante inminente desastre

El D.F: cosechar el agua
Irresponsabilidad oficial ante inminente desastre
Por Eduardo R. Huchim (*) Diario de Yucatan 19-Feb-2010


Los grandes temas suelen acaparar nuestra atención: la “guerra” perdida contra el narcotráfico, las reformas política y fiscal, las alianzas de adversarios para enfrentarse al partido que lleva paso arrollador, la censurable intromisión del general secretario en asuntos que no le competen (y que ha tenido sólo un débil rechazo partidario), los estragos que la maestra le causa al presupuesto y a la educación… y es adecuado que esos relevantes asuntos ocupen y preocupen, pero conviene evitar que expulsen de la agenda pública cuestiones menos estridentes, pero de importancia vital.

A pesar de la gravedad de los daños causados por las inundaciones en el Distrito Federal, el Estado de México y Michoacán, grandes segmentos de la sociedad las ven como algo lejano y ajeno, pero sus implicaciones podrían estar tan cerca como los grifos domésticos capitalinos.

Por supuesto, de cara al desastre, los gobiernos federal y locales deben tomar medidas inmediatas y coordinadas para evitar su repetición —la época de lluvias está por venir— y auxiliar a las miles de familias que perdieron todo o casi todo su patrimonio.

En este último rubro, el gobierno defeño ya trabaja para hacer efectivo un seguro que en buena hora contrató (si bien queda por ver su cuantía y cobertura), lo cual contrasta con el desamparo que se percibe en la zona mexiquense afectada. Si bien resulta obvio que los gobiernos deben trabajar para evitar las destructivas inundaciones, conviene examinar la forma de encararlas, con la conciencia de que los fenómenos meteorológicos son naturales, pero los desastres no. Éstos son causados y/o propiciados por la ineptitud, la imprevisión y la irresponsabilidad compartidas por los tres niveles de gobierno.

Al referirse al crimen ecológico que ocurre desde el Virreinato “en este valle-cuenca-cloaca del Anáhuac”, Fernando Amerlinck sostiene: “Ninguna otra inmensa ciudad en el mundo ha sido edificada con tal empeño antinatura. De tanta agua que le sacan se hunde hasta 40 cm al año, y el “río” de la Compañía (un albañal a cielo abierto) ha quedado tan encima de la tierra hundida, que esa especie de canal en segundo piso ha necesitado diques que ya están a ¡5 metros de altura!” (www.asuntoscapitales.com). Ante el desastre, es razonable dudar que los gobiernos estén haciendo lo correcto al invertir miles de millones de pesos en darle cauce inocuo a los caudales pluviales que caen sobre el Valle de México, sin frenar la deforestación y los asientos humanos en zonas riesgosas. Uno se pregunta si debe continuarse por esa ruta o si debe cambiarse radicalmente la visión de lo que la ciudad y su zona conurbada requieren.

Importa tener presente una situación que, por tan obvia, a veces no se ve: el D.F. y su área metropolitana necesitan premiosamente agua, agua que cae en abundancia pero que una inexplicable política pública se empeña en no captar, en desperdiciar, en desfogar por vías insuficientes y deficientes. Por supuesto, hay razones técnicas y económicas para hacer las cosas como se hacen, pero tales motivaciones riñen con el sentido común. Éste indica que, en vez de enviarla al drenaje, el agua de lluvia debiera captarse, potabilizarse, almacenarse y suministrarse a los usuarios, además de promover su captación individual donde esto sea posible. Es decir, lo mismo que se hace en las regiones del mundo donde no hay de otra, por carecer de ríos y otras fuentes acuíferas.

¿Por qué no se cosecha el agua pluvial en el Valle de México? Se dirá que se requerirían costosas instalaciones, pero cabría preguntarse si serían más gravosas que las continuas inversiones requeridas para deshacerse absurdamente del líquido pluvial, más las pérdidas por inundaciones. Acaso habría que invertir en esa cosecha, aun cuando resultara muy caro hacerlo, porque: ¿Qué pasará cuando los actuales afluentes se agoten o cuando el consumo se multiplique a causa del aumento poblacional? Ante el agotamiento creciente de los mantos acuíferos, ¿seguirá la capital apoderándose del líquido que en primer lugar pertenece a los pobladores de los territorios donde aquél se halla? ¿Ha de prevalecer la imprevisión gubernamental que evita actuar antes de que los desastres se presenten? Si la sola necesidad de agua no provoca una nueva visión para satisfacerla, el sentido común aconseja que al menos se coseche el agua pluvial para evitar inundaciones.

Los respectivos consejos del Sistema de Aguas del D.F. y de la Conagua tienen ahí un amplio campo de exploración y estudio.— México, Distrito Federal.

omnia08@gmail.com ————— *) Periodista

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