domingo, 21 de febrero de 2010

Son los jóvenes, estúpidos

Son los jóvenes, estúpidos
Tronera Salvador Camarena El Universal 19 de febrero de 2010


Artemisa cumplió un año el miércoles. Sus padres creen en México. Él tiene una PYME. Ella es maestra universitaria y formadora de jóvenes. Están pagando un bonito departamento en la Narvarte desde el que se ven los volcanes. A gente tan dedicada a su trabajo y familia, no me he atrevido a hacerle la pregunta que quizá sintetice las polémicas mediáticas de los últimos días: ¿Ya se jodió nuestro país?
La pregunta, sin embargo, es todo menos impertinente. No sólo por las declaraciones de Javier Aguirre, sino por las estadísticas. Una de las explicaciones de la violencia en Juárez es que nos sobran jóvenes. Que hay más de los que las instituciones en aquella ciudad pueden canalizar hacia un trabajo, hacia un futuro. Pero esto no lo descubrimos con la tragedia de Villas de Salvárcar. Ya antes el rector de la UNAM había importado de España el término de los “ni-ni”, para advertirnos sobre los millones de jóvenes que ni estudian ni trabajan, mientras otros ya hablan del problema que tenemos con los mexicanos que habitan “la sociedad de la esquina”.
Sin embargo, jóvenes en las esquinas siempre ha habido. Quizá nunca tantos como hoy, es cierto, pero más grave aún es que el aumento de éstos coincide con la desaparición de escaleras, de válvulas de movilidad. Menciono sólo dos. Primera: se ha esfumado la promesa social de que estudiar sirve; de que completar la educación superior ayuda a derrotar al destino manifiesto. Hoy el sistema universitario todo —el público, el privado y el patito—, ni atienden la demanda, ni preparan adecuadamente.
Otra de las escaleras se armaba a partir del código de lo que se debía y no se debía hacer (me niego a nombrarlo “valores”, pues ese término nos lo hemos dejado robar por la derecha, que con esa palabra pretende mantener su agenda conservadora). La cuestión es cómo convencemos a uno de esos habitantes de la esquina de que abandone ese espacio y se enrole en un mercado laboral que le premiará su ingreso con un sueldo de cuatro dólares al día. Convencerlo costará más trabajo aún si el joven voltea a un lado y ve cómo en cosa de diez años, los Bribiesca pasaron de la modestia a la opulencia (y no necesariamente por sus credenciales académicas, ni “por haber empezado desde abajo”), o si voltea al otro lado y escucha que Francisco Mayorga, secretario de Agricultura, alega que ni por ética (sic) renunciaría a un estímulo gubernamental que otorga su propia dependencia.
Más vale que nos veamos en el infierno juarense si no queremos que la tragedia de aquella población se vuelva nacional. Este es el país que tenemos en el año diez de la alternancia. Nos “sobran” jóvenes. O quizá sobramos adultos que no hemos sabido construir nuevas escaleras. Ya murieron 15 jóvenes en una sola tragedia, ¿qué más nos falta para activar una sensación de urgencia que sea movilizadora? Quizá reconocer que como dice Ciro Gómez Leyva sí somos —todos, no sólo los políticos— una generación que fracasó, cuya redención acaso pase por preguntar a los que hoy tienen 14 ó 16 años qué país quieren, y ponernos a trabajar en esa petición. Porque ya no será para nosotros, pues nos tocaría ver muy poco de él. Pero en el mejor escenario será un México para Artemisa, y para millones como ella.

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