jueves, 11 de marzo de 2010

Micropolíticas de resistencia Vs. Micropolíticas de choque

Micropolíticas de resistencia Vs. Micropolíticas de choque
Ricardo Andrade Jardí PorEsto 10 Marzo 2010

Desde que se inició la aplicación del neoliberalismo en México, una de las actividades más golpeadas, de nuestra condena humana de hacer cultura, es sin duda el arte. Por malformación de oficio hemos visto cómo el desarrollo del teatro y de la expresión escénica, ligada fundamentalmente al dionisíaco evento, se corrompe en la insana competitividad del éxito capitalista. No es un asunto exclusivo, por supuesto, de México. El fenómeno se repite en todas las regiones donde el neoliberalismo y la idea de globalidad económica tienen su mayor influencia. Millones de recursos públicos son utilizados sin más fin que banalizar todo proceso creativo que emerja auténticamente de una forma no controlada o, peor aún, no deseada y tolerada por el sistema dominante.

La multiplicación de eventos (sin sustento), la copia y reproducción de discursos, la mayoría sin práctica real, son parte de esas estrategias. Se utiliza la ambición mediocre de pequeños grupos (“de poder”) que fungen, en la realidad, como grupos de choque desde “el seno de la sociedad”, para pregonar y vociferar “su tolerancia”, al tiempo que su discurso, disfrazado de “independencia”, no busca en realidad más que desconocer todo proceso de creación artística que nazca sin fines reales de lucro y que por lo mismo se arraigue de manera sorprendente en el imaginario popular, que los millonarios recursos de la propaganda mediática no logran afianzar y de todas formas, por más pretensión social que tengan, no dejan de ser algo elitista y para la misma comunidad “creadora” que impulsa el golpe contra los otros, porque es incapaz de comprender la especificidad de las necesidades que el público de su época precisa, pues sus necesidades existen sólo en función de su interés monetario, sin ningún tipo de relación social que no sea el que el sistema tiene contemplado para pretender como verdadera la falsedad de su disfrazada “pluralidad”. Como dice Eduardo Pavlovsky, retoman, desde la institucionalidad, “investigadores teatrales” de nuestro tiempo, para estructurarlo, como un discurso propio, sin entenderlo, el discurso de los otros que entienden las dos formas de las micropolíticas.

Las micropolíticas que buscan, con razón o sin ella, cambiar al mundo y desde la marginalidad a la que son obligadas (el teatro de la crueldad, que la cruel realidad dispone), pero que aún así aportan materia vital para lograr el cambio urgente hacia otros mundos posibles. Y, por otro lado, las micropolíticas de choque, que no surgen, sino que son impulsadas por el seno mismo del cancerígeno sistema, para reventar, a como dé lugar, todo aquello que es capaz de existir: aunque no tenga permiso, todo aquello que no sólo existe, sino que se empeña en demostrar que es posible transitar otros rumbos y esos rumbos por supuesto están más ligados a una comprensión amplia de la existencia del otro.
Una acción que se basa en los hechos de la tolerancia a la diversidad y el comunalismo y no sólo en los discursos “tolerantes” que nutren las pasiones corruptas de los inquisidores de cualquier lateralidad y alimentan la competitividad individual como el único existo cuantificable del sistema decadente que se nos impone, sin importar que en esas acciones de golpe, fascistas, lo que menos se haga, en realidad, sea Cultura.
Pues sólo se fomenta la mediocridad de una mafia de corruptos, que desde el corazón mismo de la sociedad siguen bombeando los últimos latidos de la insostenible y enfermiza mentira del criminal capitalismo en decadencia.

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