Comentarios de Atalaya
El socialismo es posible, deseable y tal vez históricamente inevitable pero no del modo como en Rusia y Europa Oriental se intentó. Ciento sesenta años después de haber debutado en la Europa del Manifiesto Comunista y de las revoluciones de 1848 y a casi veinte del fin de la experiencia bolchevique, la izquierda debió haber aprendido que para ser funcional debe tener un proyecto viable: destruir el capitalismo y sobre sus ruinas construir el socialismo no lo es.
No podía ser de esa manera porque para ello se necesitaría cambiar el curso de la historia humana; una tarea equivalente a modificar la rotación del planeta. El capitalismo, denominado así por Carlos Marx quien estableció que no se trataba de una forma de gobierno, sino un peldaño en el desarrollo de la civilización, una formación económica y social, un modo de producción y un sistema político.
Es absurdo creer que los pensadores más avanzados, entre ellos Carlos Marx, propusieran aniquilar violentamente al más exitoso de los regímenes sociales, un modo de producir eficaz sobre el que descansa una formidable base productiva y del que se deriva una ideología convincente.
Tanto la fórmula de “destrucción del capitalismo” como de “construcción del socialismo” son metáforas, sustitutivas una de la creación de un estado de cosas que ponga fin al predominio del capital y con ello al poder de la burguesía y a la explotación capitalista y la otra de la creación de un entorno en el cual, sobre la base de una justa distribución de la riqueza social que excluya la extracción de plusvalía, se implante la justicia social.
El punto de vista de Carlos Marx acerca del devenir de la sociedad que no excluye a la revolución, concebida como un proceso a escala de la época, se asocia más a la idea de la evolución que tiene lugar en el seno de una sociedad en la cual la violencia de clases, (no las guerras entre facciones o partidos) es como un sustrato que condiciona la actuación política.
No se trata de renegar de aquello en que antes se creyó sino de avanzar y comprender la teoría en el marco de sus condicionamientos históricos. La idea de tomar el poder político y hacer la revolución por medio de batallas al estilo de la Comuna de París o del asalto al Palacio de Invierno de los zares rusos, desaparecer a la burguesía como clase, suprimir violentamente la propiedad capitalista y establecer la dictadura del proletariado, forman la prehistoria de la actual comprensión de la revolución social. Aquellas tesis son una referencia, no una receta.
En realidad el marxismo fue originalmente una propuesta científica. Dígase lo que se diga, Marx no percibió la revolución proletaria como fruto del voluntarismo de iluminados líderes o de eficaces organizaciones, ni como un hecho aislado o fortuito, fruto de contingencias políticas locales, tampoco de conspiraciones ni de coyunturas más o menos tensas y ni como un evento nacional.
Para el fundador del socialismo de matriz científica, la nueva sociedad sería una categoría histórica, una formación social que llegado a cierto nivel de desarrollo, por efecto de realidades objetivas y de leyes históricas, sustituiría al capitalismo ocupando el espacio de toda una época. En esencia Marx avizoró no un país revolucionario, sino una época de revolución social.
Marx no era un político ni un revolucionario profesional, mucho menos un aventurero o un oportunista, tampoco un líder nacional ni un patriota, no estaba comprometido con un país o un partido. Fue un investigador que descubrió verdades y las expuso.
El marxismo es un producto cultural, hijo de reflexiones científicas, no de pasiones que, dado sus revelaciones, su certidumbre y la coyuntura histórica se convirtió en herramienta revolucionaria. Che Guevara percibió exactamente esa conexión al asumir que un revolucionario o un pensador social, deben ser marxistas con la misma naturalidad con que los físicos son einstenianos y los biólogos pasteurianos.
En su credo, al abrirse la nueva época que inevitablemente sucedería al capitalismo, habría un período de transición en el cual las relaciones sociales, en particular la propiedad y la distribución de la riqueza social, asumirían un contenido socialista. Nunca imaginó que fuera necesario edificar para el socialismo una base económica diferente a la del capitalismo. El término “construcción del socialismo” no es de su autoría.
Tal vez el modo como actualmente se le enfoca en varios procesos latinoamericanos en los cuales con unas u otras etiquetas y a veces sin ninguna, el socialismo transita por las estructuras del poder político y del Estado de Derecho de origen liberal, nunca realizadas por las oligarquías y devenidas en virtuales democracias participativas empeñadas en la lucha contra la pobreza, por la inclusión social, el desarrollo y los derechos humanos en su más amplia acepción.
Trabajar por alcanzar la soberanía política y rescatar los recursos naturales poniéndolos en función del desarrollo y de políticas sociales de beneficio popular, creando proyectos políticos conducidos por liderazgos populares legítimos, eficaces y consecuentes, el socialismo que deja de ser un dogma regido por una religión de Estado, se torna viable y se transforma en creación genuinamente popular.
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