Por Guillermo Fabela Quiñones PorEsto 8 Abril 2010
En la medida que sigan tropas del Ejército patrullando las calles, con un lamentable saldo de víctimas inocentes, su descrédito se irá agigantando y más costoso será para el país el divorcio entre las Fuerzas Armadas y la sociedad civil. Cada día que pasa crecen las quejas contra abusos de militares, situación que daña no sólo la imagen de una institución respetable, sino que debilita a la nación al perder a pasos acelerados un bastión insustituible en la defensa de la soberanía nacional, por la terquedad de Felipe Calderón de mantener a los soldados en calidad de policías, cuando no están preparados para cumplir ese tipo de tareas y además se está violentando el orden constitucional.
En las actuales circunstancias es insuficiente un retiro gradual de las tropas, como se anunció en días pasados con respecto a las acantonadas en Ciudad Juárez. Los soldados deben regresar inmediatamente a sus cuarteles para retornar a un punto que abra espacios a métodos idóneos de combate al crimen organizado. Está suficientemente demostrado que a las organizaciones criminales se les minimiza con tareas de inteligencia llevadas a cabo por policías bien preparadas. Es inconcebible que luego de cuatro años no se hayan producido avances en esa dirección, a pesar de los constantes aumentos presupuestales a la Secretaría de Seguridad Pública federal.
Es preocupante lo expuesto por la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), respecto a que en los últimos cinco años la participación del Ejército Mexicano en tareas de seguridad pública, se ha traducido en un incremento de 500 por ciento en las quejas contra militares por violaciones a los derechos humanos, según el presidente de la misma, Raúl Plascencia Villanueva. Esto lo corroboran informaciones que no escapan a la opinión pública, que dejan muy mal paradas a las Fuerzas Armadas en general, a pesar de tratarse de hechos aislados.
Apenas el martes, en Nuevo Laredo, Tamaulipas, elementos del Ejército dispararon y arrojaron granadas de fragmentación contra una camioneta en la que viajaban dos familias rumbo a la playa de Matamoros, después de pasar un retén en la carretera, con saldo de dos niños muertos y dos adultos heridos, sus padres.
Las declaraciones de Carlos Alfredo Rangel, sobreviviente herido, son muy ilustrativas de una situación absurda. Relató que les empezaron a disparar los soldados, no obstante haberles gritado en repetidas ocasiones que traían niños a bordo. “Al veme herido cortaron cartucho y me dijeron que me iban a matar. Desde ese momento ya no supe nada… mi esposa se bajó de la camioneta y corrió al monte con el bebé y le seguían disparando”. (La Jornada).
En cuatro años el saldo ha sido absolutamente negativo para el gobierno federal, pues no se ha tenido un solo avance en la lucha contra el crimen organizado, y en cambio el Ejército Mexicano ha sufrido un descrédito impagable. La escalada de violencia ha ido en aumento, a la par del divorcio entre las Fuerzas Armadas y la sociedad civil. Así el país se debilita y queda más expuesto a las ambiciones expansionistas de Estados Unidos, pues se crean condiciones para que los “asesores” estadounidenses en materia de seguridad nacional actúen más abiertamente, como está sucediendo.
Es una cruel paradoja que el aumento presupuestal a las secretarías de la Defensa Nacional y de Marina, sólo haya contribuido a distanciar a las Fuerzas Armadas de un pueblo que es víctima de una burocracia dorada insensible, incapaz de ofrecer soluciones a los muchos problemas sociales que agobian a las clases mayoritarias. Esta burocracia supone que a base de propaganda podrá “gobernar” y salir adelante, sin embargo es tal el divorcio entre gobernantes y gobernados que tal metodología ha quedado rebasada. Creen, erróneamente, que porque la propaganda permitió el fortalecimiento de las dictaduras de Hitler y Mussolini, aquí va a suceder lo mismo, sin tomar en cuenta que en Alemania e Italia había pleno empleo en ese entonces y un total convencimiento entre la población sobre la viabilidad del nazismo y el fascismo.
Si no hay concordancia entre la propaganda y la realidad, resulta contraproducente hacer uso de ella como instrumento para gobernar, como sucede actualmente en México. Lo que cuenta son los hechos, y éstos nos demuestran una nación sumida en una crisis social terrible, que será muy difícil revertir, menos si no se tiene una mínima voluntad de atender las causas que la provocan. Lo más grave es que las elites todavía no están conformes y quieren más privilegios, como lo demuestra su terquedad en apuntalar la economía neoliberal con las pretendidas reformas estructurales, una forma de disfrazar más profundas afectaciones a las clases mayoritarias.
(gmofavela@hotmail.com)
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