Durante su larga diáspora y especialmente en el siglo XX, el pueblo judío se ha destacado, entre otras cosas, por sus intelectuales. El comercio y el trabajo intelectual, despreciados en la Europa medieval, eran los dos únicos espacios existenciales permitidos a un pueblo sin derecho a la tierra o a títulos de nobleza.
Hoy en día algunos judíos que debaten sobre los derechos de los palestinos a su tierra y a su libertad, echan mano a argumentos que no tienen nada que ver con los derechos de un pueblo o del otro. Es común leer la mención a genios como Albert Einstein seguidos de la pregunta “¿y los árabes que aportaron?”. Este tipo de preguntas retóricas que llevan la respuesta implícita, también llevan una pesada carga de ignorancia histórica. Increíblemente fue usada también por periodistas como Oriana Fallaci en 2002. (Mi respuesta, para quien le interese, se resume en el breve ensayo El lento suicidio de Occidente.)
No obstante, creo que el problema no radica en una competencia de inventos, de Coeficientes Intelectuales o sobre quien la tiene más grande.
Esta actitud, por lo general, implica que quien habla se siente incluido dentro del grupo de los genios sólo por pertenecer a un determinado pueblo, sin considerar que las mentes más brillantes procedentes de dichos pueblos nunca, o rara vez, usaron semejante silogismo chauvinista. Sin considerar que la sola pretensión (más allá de demostrar que quien habla pertenece al grupo de los tontos que cada etnia se reserva para conservar su condición humana) es simple y nunca inocente racismo.
Este tipo de razonamientos es clásico en la historia y sólo prueba que la pobreza mental es funcional a un poder ya establecido. Cuando en 1550 Ginés de Sepúlveda se enfrentó en debate público ante un probable judío converso, Fray Bartolomé de las Casas, hizo orgulloso recurso del método. Sepúlveda argumentó que era correcto, ante el Rey y ante Dios, esclavizar a los indígenas americanos porque, obviamente, éstos poseían menos inteligencia que los blancos europeos. Todo lo cual, afirmó, estaba escrito en el Libro de Proverbios (11: 29) de la Sagrada Biblia.
Por entonces, también árabes y judíos, que durante buena parte de la Edad Media supieron convivir y mantener la filosofía y las ciencias en Europa, estaban incapacitados para cualquier linaje de nobleza. Cualquier incompetente, como el rey Carlos II, se creía superior por pertenecer a la familia más noble de Europa. La superioridad de este rey con agudo e irreversible retardo mental se demostraba por la extensión de su reino y de su poder.
Aun luego, en el apogeo de la cultura centroeuropea, era común entender que los judíos no eran capaces de finezas espirituales como la música sinfónica o la filosofía racional. Y todo esto era funcional no solo al antisemitismo sino al nacionalismo de turno, que pocos se atreven a cuestionar.
Porque todos tienen la mente muy abierta cuando las críticas apuntan a otros pueblos, pero se les cierra con sereno fanatismo apenas sobrevuelan su propio territorio.
Los pueblos que colaboraron con la historia
También podríamos decir que el mayor aporte de un pueblo no necesariamente radica en los inventos que dio a la humanidad. Bastaría con que haya sabido vivir en paz con sus vecinos y consigo mismo.
Aún dejando de lado esta virtud de la modestia, no recuerdo pueblo en la historia que no haya aportado algo en filosofía, arte, pensamiento, ciencias o tecnología. Desde el humilde cero de los hindúes, sin el cual la ciencia moderna de los últimos siglos y la informática de los últimos años serían impensables hasta el álgebra de Muhammad ibn Musa al-Khwarizmi, los números arábigos y los innumerables aportes en ciencias y medicina.
Al decir de Eduardo Subirats, Averroes, un árabe, fue el primer filósofo ilustrado de Europa. Pensamiento sin el cual sería imposible la filosofía y la política moderna.
Recientemente otros genios han aportado ideas novedosas, como que toda la ciencia y el pensamiento que nos rodea hoy surgieron por generación espontánea a principios del siglo XX, en Europa o en Estados Unidos. Patrón de pensamiento que se asemeja a la idea de que el mundo nació hace algo menos de diez mil años y que todo lo que lo contradiga son solo teorías y retórica, no hechos.
Cada pueblo dejó algo en un momento determinado de la historia que lo encontró como protagonista. Es inútil hablar de las religiones, porque es allí, en nombre del amor, la justicia y la paz, donde radican los principales odios de la historia y de los tiempos actuales. No por culpa de las religiones y mucho menos de Dios, sino por la soberbia de Sus ministros, la avaricia de Sus administradores y la hipocresía de Sus voceros.
El racismo siempre está vivo y es una misión humanista resistirlo. Superarlo es una utopía, pero quizás la mejor de todas las utopías que ha creado la humanidad, porque de ella derivan otras virtudes, como la igualdad de derechos y, de ésta, deriva una de las más recientes virtudes morales y culturales que, no por casualidad, también están en concordancia con la vital dinámica de la biología: la diversidad.
La historia, entonces, registra innumerables pueblos con sus innumerables aportes. No registra, en cambio, cual fue el primer pueblo que no se consideró elegido por sus propios dioses y procedió como tal. Es curioso, porque solo ese descubrimiento ha sido uno de los aportes más importantes a la historia de la humanidad.
Fuente: http://alainet.org/active/37177
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