Lorenzo Meyer Diario de Yucatan 8 de abril de 2010
El choque del discurso con la realidad.—Con señalada frecuencia en México el discurso del poder falla porque entra en patente contradicción con la realidad. Joseph Goebbels, el ministro de propaganda de Hitler, sostuvo que una gran mentira, repetida sistemáticamente desde el poder, podría llegar a ser aceptada como verdad pero sólo si el Estado mantenía a los crédulos protegidos de las consecuencias. Y es el caso que en México sus dirigentes han dicho y repetido falsedades desde hace mucho, pero casi nunca han sido capaces de proteger al ciudadano de las consecuencias negativas de sus falacias.
El resultado es que, a fuerza de desilusiones, los mexicanos se han vuelto particularmente incrédulos frente al poder, al punto que muchos ya no creen en el discurso oficial inclusive si en él hay elemento de verdad.
Los ejemplos del choque entre discurso y realidad y la consecuente incredulidad pública, abundan. En los últimos meses, las autoridades han señalado que lo peor de nuestra crisis económica ya pasó, que en 2010 el PIB mexicano puede llegar a crecer por encima del 4% como resultado de la reactivación de la economía norteamericana. Pues bien, en una encuesta levantada recientemente en la capital, Monterrey y Guadalajara, apenas el 2% de los encuestados consideró que la economía del país “es buena” en tanto el 62% la calificó de “muy mala o bastante mala” y apenas el 27% supone que el país marcha “en la dirección correcta”, (TNS Research International, citado por “La Jornada”, 5 de abril). Así pues, el discurso oficial tiene poco eco público.
País de minorías.— El 24 de marzo, en una reunión con empresarios de la vivienda, Felipe Calderón declaró de manera enfática y entre otras cosas que “los mexicanos no nos vamos a dejar dominar por una bola de maleantes, que son una ridícula minoría montada sobre el miedo”. Sin tener el contexto, un lector desprevenido que sólo hubiera visto los encabezados de la prensa que al día siguiente destacaron la “ridícula minoría”, no sabría exactamente cuál de las varias posibles “ridículas minorías” buscaba dominar a los mexicanos, pues ésta bien podría ser la formada por los dirigentes de los partidos políticos, de las iglesias o de los dueños de las grandes empresas monopólicas o semi monopólicas privadas que son, a la vez, importantes grupos de presión política. Y por lo que se refiere a dominar “montándose sobre el miedo”, pues igual podría suponerse que se estaba haciendo referencia a la campaña presidencial del 2006 que fue, justamente, un esfuerzo del PAN por mantener la presidencia con base en el miedo, y que oficialmente le dio el triunfo a una minoría con el 35.89% de los votos porque, supuestamente, superó a su adversario por un “ridículo” 0.58%.
Como sabemos, la “ridícula minoría” a la que se refería Calderón eran los narcotraficantes. Nadie puede negar que los criminales organizados son siempre una minoría, pero calificarlos de “ridículos” ya es más problemático. En la sorprendente entrevista que don Julio Scherer hizo a uno de los jefes del narcotráfico más importantes de México, Ismael “El Mayo” Zambada, el narcotraficante mostró tener un discurso breve pero coherente. De sus declaraciones al decano de los periodistas mexicanos, destaca lo siguiente: por tanto tiempo la autoridad dejó crecer la actividad de los narcotraficantes que el narco, “como la corrupción”, echó raíces en la sociedad, ya es parte de ella. Según Zambada, llegan a millones los mexicanos involucrados en ese violento e ilícito negocio. Por esa razón, la “guerra” contra el narcotráfico está perdida, pues hoy cada capo tiene ya listo y actuando a quien lo ha de reemplazar en caso de faltar, (“Proceso”, N° 1744).
La más ridícula y trágica de las minorías.— El auge del narcotráfico no es más que el más reciente ejemplo del fracaso de la clase gobernante. Y para probarlo, basta con recurrir a la condición en que se encuentran las diez funciones que Ashraf Ghani y Clare Lockhart identifican como las esenciales del Estado moderno (Fixing failed states. A framework for rebuilding a fractured world, Oxford University Press, 2009).
La primera función es hacer efectivo el imperio de la ley, que es el “pegamento” que une al Estado con la sociedad y la economía. No se necesita mucho para mostrar que en México la ley y la realidad marchan por caminos diferentes, y que esa separación ha creado un círculo vicioso de impredictibilidad, desconfianza e impotencia ciudadana. La segunda es el monopolio de los medios de la violencia legítima; la existencia de ejércitos de sicarios al servicio de los narcotraficantes que ocasionan bajas anuales por millares muestra que la violencia ilegítima ya rebasó a la violencia legítima del Estado. La tercera es el control administrativo. La burocracia “honesta, efectiva e imparcial” propia de un Estado democrático y moderno fue el origen del supuesto servicio civil de carrera pero la realidad ha sido muy otra: la de una administración cuyos cuadros superiores, siempre en aumento y muy bien pagados, están conformados, como antaño, no por los mejores sino por los políticamente confiables —los amigos—, como lo muestra, para no ir más lejos, la composición del gabinete actual. Y qué decir de la corrupción, tan bien aprovechada por “El Mayo” Zambada y tan bien documentada en el caso de Pemex en el reciente libro de Ana Lilia Pérez.
La cuarta función es el manejo sano de las finanzas públicas. El presupuesto debería ser el medio fundamental para balancear los derechos y deberes del ciudadano, pero en un Estado cuyo fisco apenas puede captar el 11% del PIB (el promedio de la Unión Europea es 40.5%), donde la economía informal o los más grandes negocios apenas si tienen carga fiscal (Calderón dixit) y donde hay poca transparencia en el gasto, el resultado es otro círculo vicioso: evasión, corrupción e ilegitimidad. La quinta es la inversión en capital humano. México invierte una buena proporción del presupuesto en educación, pero el uso del sindicato de maestros como soporte político hace que su calidad sea deplorable, como lo muestran las comparaciones internacionales de aprendizaje. La otra gran inversión, la que se hace en salud, simplemente ha dejado fuera al 41% de los mexicanos (datos del Coneval). La sexta función es la creación de la ciudadanía a través de la política social. En una sociedad dividida en clases, es fundamental crear cierta igualdad en las oportunidades que sirva de base al sentido de unidad nacional, de destino común. Sin embargo, en un México que hoy celebra el centenario de la “primera revolución social del siglo XXI” la distancia entre pobreza y riqueza es la mayor que registró a mediados de este decenio el conjunto de 31 países de la OCDE.
La formación de un mercado es la octava función estatal. El mercado no es resultado de la acción de una “mano invisible” sino de una muy visible: la del Estado, y que tiene la obligación de impedir o resolver las fallas del mercado. Sin embargo, México tiene un mercado dominado por monopolios o cuasi monopolios, prohibidos por la constitución, pero que el Estado ha sido incapaz de meter en cintura al punto que parece una entidad capturada o colonizada por monopolios. El Estado como generador de una política anticíclica simplemente brilló por su ausencia cuando nuestro PIB cayó 6.8% el año pasado. La novena función estatal básica es el manejo de los bienes públicos: terrenos, recursos naturales, la herencia cultural, el equipo y las instalaciones públicas, los bosques, aguas y mares. La forma como se ha dilapidado la renta petrolera desde la época de José López Portillo hasta hoy —el petróleo para financiar el gasto corriente—y la tradicional corrupción de Pemex, son ejemplos más que suficiente del fracaso en este campo.
Finalmente, Ghani y Lockhart destacan la función de administrar eficientemente la deuda pública. En este campo los desastres empezaron en el siglo XIX, pero no hay que ir tan lejos para ilustrar el punto: basta con recordar el endeudamiento desmedido de los gobiernos de Luis Echeverría y López Portillo que llevaron a la crisis estructural de 1982 y luego poner la vista en el desastre con que se cerró el ciclo de las administraciones “tecnócratas” de Carlos Salinas y Ernesto Zedillo y su abuso y falta de control del capital externo especulativo.
En suma.— La historia política de México está dramáticamente punteada por las fallas de sus minorías dirigentes que por su corrupción, incapacidad o egoísmo, o por todo junto, han hecho el ridículo al frente de los destinos del país, al punto que hoy no estamos ciertos de estar en un proceso de evolución o de involución.— México, D.F.
ideasypalabras@prodigy.net.mx ————— Académico
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