sábado, 23 de enero de 2010

No más “Camelia La Texana”

No más “Camelia La Texana”
Editorial EL UNIVERSAL 22 de enero de 2010


Nuestros legisladores, como las bandas musicales, están llenos de sorpresas. Parecen dóciles y hasta sensatos cuando andan de pueblo en pueblo, en campaña, tratando de conseguir fama y poder. Lo malo es que ya instalados en la cima de sus aspiraciones suelen perder el sentido común. Protagonizan escándalos, salen en los medios haciendo desfiguros y derrochan el dinero en trivialidades. Estábamos acostumbrados, cuando de pronto a un diputado se le ocurre poner la vara más alta: propuso cárcel para quien produzca o difunda canciones o películas que “exalten” la criminalidad.
“No podemos aceptar esto como algo normal, no podemos estar exaltando a estas personas porque son ellas mismas las que distribuyen estos materiales entre los jóvenes para inducirlos en un estilo de vida donde gana el malo”, dijo el diputado del PAN, Óscar Martín Arce. Es decir, que si aprobaran la iniciativa del legislador, por ley siempre deberán ganar los buenos. Walt Disney será entonces el único capaz de hacer documentales sobre el narcotráfico en México.
Cargar un disco de los Tigres del Norte será como portar un gramo de cocaína. Habrá que cuidarnos de lo que escribimos o decimos, no vaya a ser que las palabras rimen por accidente, parezcan estrofas sicotrópicas, frases en doble sentido o, peor, que reproducidas al revés develen mensajes narco-satánicos.
De acuerdo, quizá es exagerado plantear dicho escenario, así que supongamos que los legisladores hallan la manera de definir quiénes son los “buenos” y quiénes los “malos”. Imaginemos que son capaces de diferenciar apología del delito de la denuncia periodística, el trabajo académico, el arte o la fantasía. ¿Cual será la institución encargada de observar la decencia de los materiales? ¿La Unión Nacional de Padres de Familia? ¿La Secretaría de Gobernación? ¿Un nuevo Instituto Nacional para la Protección de las Conciencias Infantiles y Juveniles?
Imaginemos nuevamente. Supongamos que también es posible una autoridad capaz de semejante labor censora. El único resultado será el traslado de esos materiales impíos hacia los tianguis y demás variantes del mercado negro. Un éxito más del prohibicionismo que tanto gusta al pensamiento conservador.
Atreverse a plantear esta idea no sólo indica un total desconocimiento sobre las capacidades de un sistema judicial y los alcances de la libertad de expresión, sino la ignorancia que padece parte de nuestra clase política respecto de la naturaleza misma de la sociedad que dice representar. No saben que es más fácil convencer a un joven con información que con una venda en los ojos.

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