lunes, 22 de marzo de 2010

Lázaro Cárdenas y la expropiación petrolera

ALEJANDRO POHLS a.m.com.mx 21 de marzo de 2010

Tumbado tras una cerca de piedra, demudado, desangrándose con un tiro en el pecho, el general Cárdenas pistola en mano, encaraba a su enemigo el general Buelna en la batalla de Huejotitlán, Jal.: “Disponga de mi vida, pero quiero que como soldado y como caballero me prometa que mi gente será respetada”. Los designios de Buelna eran otros, dado el estado de gravedad de Cárdenas, ordenó que se alistara una máquina y un carro especial para llevarlo a Guadalajara a ser atendido y salvarle la vida en un hospital. Posteriormente, los azares de la vida llevarían a este hombre a enfrentar la más alta responsabilidad a la que un mexicano pueda aspirar: la “Presidencia de la República”
La Junta Federal de Conciliación y Arbitraje emite su fallo en el conflicto obrero-patronal de la Standard Oil, compañía inglesa, y El Águila, compañía anglo-holandesa: en conjunto, deben pagar $26’332,352.00 pesos a los trabajadores. Éstas solicitan un amparo ante la Suprema Corte de Justicia. Las reservas del Banco de México se desploman. El 1º de marzo de 1938 la corte falla contra las compañías. Se celebraron varias entrevistas entre el Presidente y los petroleros. Él ofreció mediar. Sin embargo, la respuesta de la Standard Oil fue clara: “no podemos pagar y no pagaremos”. Hubo una nueva y candente reunión de los representantes de las compañías y el presidente Cárdenas: la oferta oficial fue mejorada en el sentido de que, con el pago a las compañías, de los 26 millones de pesos, el Gobierno se comprometía a reglamentar la sentencia para evitar posteriores dificultades. A tal propuesta del Presidente, el representante general de las compañías respondió: “¿Y quién nos garantiza que el pago será sólo de 26 millones”? Yo lo garantizo… respondió Cárdenas. ¿Usted? (sonrisa en cara). El Presidente se puso de pie… su reacción fue inmediata: “Hemos terminado”.
En efecto, la intervención conciliadora del Presidente había concluido. El 18 de marzo, a las 10 de la noche, dirigió el presidente Cárdenas un mensaje a la Nación reivindicando la riqueza petrolera que explotaban empresas extranjeras. Habló por la dignidad de México que pretendían burlar extranjeros que han obtenido grandes beneficios de nuestras riquezas naturales… “con voluntad y sacrificios del pueblo para resistir los ataques de los intereses afectados, México logrará salir airoso. He firmado con patriotismo el decreto expropiatorio”.
Doscientas mil personas aclamaron al Presidente en el Zócalo capitalino. Serían legendarias las colas de gente de todas las clases sociales que en Bellas Artes contribuyeron al pago de la deuda con lo poco o lo mucho que tenían: joyas, guajolotes, puercos, monedas de oro y plata… Las compañías petroleras concertarían un amplio y efectivo boicot contra México. Por su parte, el Gobierno inglés puso al mexicano una nota denigrante que provocó la suspensión de relaciones por parte de México. La entrada de los Estados Unidos en la guerra finiquitó, de hecho, el conflicto.
Años antes, Calles, ya Presidente de México y a sabiendas de que la inminente Ley del Petróleo decretada por Carranza provocaría reacciones impredecibles de las compañías petroleras, designa al fiel chamaco, Cárdenas (así le llamaba), como jefe de operaciones militares en las Huastecas y el Istmo. Ahí permanece tres años y encuentra a su viejo amigo el general Múgica, separado por un tiempo del ejército, asociado con Luis Cabrera para explotar una pequeña concesión petrolera en la zona.
Calles había sido el maestro militar y político de Cárdenas. Sin embargo, éste encontraría en Múgica, 11 años mayor que él, al maestro ideológico. Múgica había llegado hasta el nivel de teología en sus estudios como alumno externo del seminario de Zamora, donde asimiló hasta el tuétano el ideario social cristiano y que en algún momento decidió cambiar al credo socialista, integrándose a la Revolución.
Múgica en su hora cumbre es, junto con Andrés Molina Enríquez, el alma ideológica de los artículos radicales de la Constitución de 1917. Su radicalismo anticlerical hacía palidecer al de los sonorenses. Cada vez que puede señala a su pupilo, de acuerdo con su criterio, los estragos y abusos del clero, lo alecciona sobre un socialismo convincente para resolver los conflictos de México. Hacia 1926, gracias a Múgica, Cárdenas leía a Carlos Marx y a Gustavo Lebon. También su jefe de Estado Mayor, Manuel Ávila Camacho, le proporcionó lecturas de la Revolución Francesa. Pero ningún libro se equiparaba al privilegio de tener a la mano a uno de los más grandes ideólogos de la Revolución Mexicana: Francisco J. Múgica.
Los años en la Huasteca como jefe de operaciones militares, acompañado de su amigo Múgica, permiten que Cárdenas, por observación directa del comportamiento de las compañías petroleras, llegara a conclusiones sobre los abusos de éstas con sus guardias blancas, a cargo del general Manuel Peláez, sintiéndose en “tierras de conquista”. Defraudaban al fisco haciendo uso de instalaciones subterráneas conectadas al puerto. Nada bueno dejaban en los lugares de explotación: “ni una escuela, ni un teatro, ni un hospital, sólo yermos”. Cárdenas se dolía de la suerte de Cerro Azul: “maravilla de la tierra mexicana que enriquece a otras tierras”.
En las memorias de Gonzalo N. Santos cuenta que fue Rodolfo Elías Calles, hijo del Jefe Máximo, quien sacó el “sí” para el destape de Cárdenas a la Presidencia. Santos había oído alguna vez estas palabras en boca del Jefe Máximo: “quiero a Cárdenas como a un hijo”.
La campaña electoral de Cárdenas fue un viento incesante, los números impresionaban: siete meses, veintisiete mil seiscientos nueve kms.; 11,827 en vuelo, 7,294 en ferrocarril, 7,280 en automóvil, 735 en barco y 475 a caballo. Como presagio simbólico, el presidente Cárdenas tomó varias pequeñas decisiones iniciales: “dispuso la instalación de un hilo telegráfico directo para que el pueblo presentara sus quejas al Ejecutivo; abrió las puertas de Palacio Nacional a todas las caravanas de campesinos e indígenas que quisieran verlo; mudó la residencia oficial del suntuoso Castillo de Chapultepec a la modesta residencia de Los Pinos (bautizada así por su esposa Amalia).
Posteriormente, el presidente Lázaro Cárdenas confiesa que fue su amigo y maestro, Francisco J. Múgica, el de la idea, crítica, filosofía, luz y lucidez de la expropiación. A él le había correspondido, como Presidente de la República, llevar a cabo el acto pleno e irreversible de la expropiación.
El teniente Ávila Camacho opinaba de Cárdenas: “es sobrio y sencillo para comer como lo es para hablar; prudente como un viejo, cauto como un estadista, enérgico como un soldado, modesto como un hijo del pueblo y generoso y comprensivo con el dolor ajeno y las aspiraciones honradas del de abajo. “Cada vez que penetro más en su fondo lo estimo mayormente y lo veo crecer de perfil para un destino enorme”.
Cárdenas tuvo que padecer la iracundia de los círculos clericales e incluso de hombres tan sensatos como Gómez Morín: “La conducta absurda de México”… Las clases altas lo llamaban “El Trompudo” y recitaban estos versos: “Un Presidente obcecado, de proletaria manía, es peor que un chivo enjaulado en una cristalería”
Finalmente, la historia emitió su sereno juicio con justicia: no hizo más que reiterar el “destino enorme” del general Lázaro Cárdenas, que un día vislumbró el general Ávila Camacho. El 18 de marzo, se cumplieron 72 años de la “Expropiación Petrolera en México”.

alejandropohls@prodigy.net.mx

Fuentes: Agustín José; Tragicomedia Mexicana; edit.Planeta
Krauze Enrique; Lázaro Cárdenas; edit. Fondo de Cultura
Rosas Alejandro; Los Presidentes de México; edit. Planeta

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