lunes, 22 de marzo de 2010

Procesos electorales y cambio social I y II

La aguja hipodérmica: Procesos electorales y cambio social (Primera de ocho partes)
Esteinou Madrid Javier Siempre 09 de marzo de 2010 

Durante diversas contiendas electorales los partidos políticos mexicanos han criticado severamente el modelo de operación de la televisión comercial y la aplicación de los sistemas de propaganda del marketing político norteamericano, por ser mecanismos artificiales e inadecuados para transmitir las campañas proselitistas de dichas instituciones políticas en México. Sin embargo, una vez que los partidos contaron con el acceso libre y abundantísimo a los espacios oficiales de difusión en las elecciones intermedias del 2009, vía el aprovechamiento de los tiempos de Estado, que les proporcionó la reforma electoral del 2007; paradójicamente, en ese momento dejaron de ser críticos a dicho esquema privado mercantil y adoptaron sumisamente el modelo de difusión de la publicidad comercial privada de los grandes monopolios mediáticos y de la escuela del marketing político anglosajón para comunicarse con la sociedad mexicana.
De esta forma, como nunca antes en toda la historia de la ideologización partidista en México, en las elecciones intermedias del 2009 los partidos políticos contaron con la mayor infraestructura de información y de apoyos logísticos de toda la historia de la comunicación política nacional para difundir sus mensajes proselitistas en el país. Así, gracias a la avalancha de tiempos oficiales que les otorgó la reforma electoral, sin considerar la propaganda subterránea que ilícitamente también utilizaron dichas instituciones a lo largo del proceso electoral, los partidos políticos transmitieron a la población más de 30 mil millones de spots entre campañas y pre campañas electorales.
Sin embargo, pese a todos estos apoyos informativos las organizaciones políticas demostraron una enorme pobreza, irresponsabilidad, superficialidad, incapacidad, desvirtuamiento y banalidad en su proceso de comunicación para vincularse con la población, pues contando con todos los recursos que les otorgó el Estado no crearon nuevas relaciones comunicativas, discusiones partidistas, riqueza de ideas, apertura a la ciudadanía, alternativas de solución de fondo a las grandes contradicciones del crecimiento nacional, sino que fundamentalmente apostaron por el uso de los efectos de la mercadotecnia político electoral para legitimarse institucionalmente y captar simpatizantes. De esta forma, acríticamente los partidos políticos utilizaron el modelo de información de la aguja hipodérmica que se caracterizó por difundir un océano de más de 30 mil millones de spots propagandísticos, suponiendo que por el hecho de la simple transmisión de los mismos estaban cumpliendo con su “vocación política electoral” y la población los asimilaría automáticamente sin resistencia, comportándose funcionalmente de forma positiva en base a ellos.
Así, en el proceso de instrumentación del modelo de información de la aguja hipodérmica los partidos le dieron primacía al uso del submodelo de comunicación de la televisión comercial con sus respectivos recursos del espectáculo, la escenografía, la actuación dramática, lo light y el show, en pocas palabras, se impulsó el Modelo de la comunicación casino para promover su imagen, remplazando la difusión de ideas y propuestas racionales para enfrentar los grandes desafíos nacionales urgentes que debían de resolverse.
De esta forma, pese a contar con un marco normativo muy favorable que les otorgó la reforma electoral para desplegar una gran capacidad comunicativa e instrumentar una nueva concepción avanzada de la comunicación política; los partidos demostraron, una vez más, su penuria ideológica y su extravío social, y construyeron la conciencia política de los ciudadanos retomando la práctica mercadológica comercial para la venta de productos, como la estrategia central para generar su línea de vinculación masiva con los electores.
En este sentido, los partidos decidieron incorporar preferentemente a actores televisivos del espectáculo para representar su imagen, y no a los propios miembros de sus agrupaciones institucionales que realizaban la gestión política cotidiana; y los pocos actores políticos que figuraron en las pantallas o diales lo hicieron adoptando las mismas reglas dramáticas de los animadores de la televisión comercial.
De esta manera, los partidos no pretendieron convencer a los votantes con la discusión de planteamientos ideológicos de fondo que era lo que demandaba la severa crisis global de la nación en todos sus ámbitos de desarrollo, sino que únicamente utilizaron los abrumadores recursos virtuales para ligar la imagen de sus instituciones políticas con el glamour de los íconos de figuras públicas reconocidas ampliamente. Así, el Partido Revolucionario Institucional (PRI), contrató a Lilia Aragón, Karla Marqueda, (profesionales de Televisa Monterrey) y Omar Fierro y Mariana Ochoa (actores de televisión). El Partido Acción Nacional (PAN) vinculó su representación con Carlos Hermosillo (ex futbolista), Fernando Plata (campeón clavadista internacional), el Místico (luchador de la “Arena México”) y con Irídia Salazar (campeona olímpica en taekondoin) para promocionar su imagen. El Partido Verde Ecologista de México (PVEM) alquiló a Raúl Araiza (actor de la telenovela Gancho al Corazón de Televisa) y Maité Perroni (actriz del “Canal de las Estrellas”). El Partido Social Demócrata (PS) se relacionó con La Chiva (actriz de Televisa), Tere Vale (conductora de televisión y radio) y Juan Antonio Méndez Parra (ex dueño de Rocktitlán y bajista del grupo Kerigma). El Partido de la Revolución Democrática (PRD) se presentó con Ana Guevara (vencedora olímpica en maratón) y con la “Ñiña Mariana” (protagonista infantil de nueva creación). El Partido del Trabajo (PT) fue caracterizado por Claudia Pichardo, mejor conocida como La Bombón Grupera (cantante), etcétera.
En cuanto a la estrategia de los contenidos de los mensajes políticos en los medios abiertos, el PAN centró la sustancia de sus mensajes ideológicos en la lucha contra el narcotráfico, no obstante que era una lucha gubernamental fracasada. El PRI basó sus propuestas en exaltar y recobrar su antigua experiencia para gobernar el país. El PRD fundamentó su táctica proselitista en una publicidad personalista alrededor de Jesús Ortega, presidente del partido, demandando una nueva credibilidad hueca para recolocar socialmente al organismo político. El PVEM, contrariamente a su plataforma de principios humanistas, paradójicamente, centró su campaña en la promoción de la “Pena de Muerte” a secuestradores, otorgar vales para medicinas, facilitar bonos para clases de inglés y computación. La alianza Convergencia y el Partido del Trabajo cimentaron narcisistamente su campaña de propuestas en la figura mesiánica de López Obrador, que expuso tesis vagas y mínimas sobre el rescate de la nación.
Así, desde el punto de vista de la construcción de la gobernabilidad, podemos decir que en la proporción en que los partidos políticos necesitaron acudir al uso de los recursos persuasivos del espectáculo, de la farándula, del vodevil y del star system para convencer a los votantes y obtener su apoyo; en esa misma proporción demostraron su fragilidad, vacío, quiebre y fracaso que experimentan como órganos públicos de representación popular y de dirección nacional, pues dependieron del glamour y del maquillaje publicitario para alcanzar con éxito sus objetivos, y no de la fuerza de sus ideas y propuestas de gobierno innovadoras para cautivar e inducir a los electores.
En suma, lo que se presenció con la instrumentación de dicho modelo de comunicación política fue el burdo blindaje virtual de los partidos políticos para intentar resolver mediante la mercadotecnia comunicativa de los canales electrónicos de difusión masiva y otras infraestructuras informativas, la profundada crisis de legitimidad y representatividad que experimentaron estos ante los ciudadanos, y no mediante un serio y responsable trabajo de acercamiento con la ciudadanía para atender sus necesidades fundamentales de sobrevivencia. En plena fase de modernidad y en el total vértice de la mayor crisis de desarrollo que se ha experimentado en los últimos 70 años en México, se constató, una vez más, la severa distancia y ruptura existente entre política y realidad elemental de los habitantes de la nación, lo cual nuevamente, a largo plazo, intensificará la crisis de la política en México.
jesteinou@gmail.com


Procesos electorales y cambio social
Siempre 21 de marzo de 2010 (Segunda de ocho partes)

Con la aplicación del nuevo modelo de comunicación electoral, el éxito propagandístico de los partidos políticos en México dependió de las reglas mercadológicas de la producción comunicativa de las industrias culturales. En este sentido, el público eligió a los políticos ya no por la fuerza del contenido ideológico de su pensamiento o por las propuestas de solución ante los grandes conflictos de la agenda nacional, sino por su capacidad de actuación teatral o su don de simpatía ante las cámaras y micrófonos. La presencia de los políticos se vendió como una mercancía más y no como la elección de líderes que encabezaran movimientos sociales renovadores que ofrecieran un nuevo futuro comunitario. Las propuestas se seleccionaron no por su riqueza para construir lo nacional, sino por su funcionalidad para ofrecerse como un capítulo más del reacomodo de la partidocracia o de la telenovela de la reorganización del poder. 
La vinculación con la ciudadanía se convirtió en un problema de conquista del rating y no en una dinámica de participación social. La estructura del éxito de los proyectos políticos se basó en el empleo de los recursos del chiste, lo ocurrente, lo emocional, el humor, lo chic, lo light, los slogans, el show, es decir, en las reglas del triunfo de los payasos del circo o de la carpa y no en su capacidad de ofrecimientos de proyectos de justicia, de acceso al crecimiento y el rescate del proyecto de vida. La convicción ideológica ya no surgió de la discusión responsable de las plataformas de pensamiento de los candidatos, sino de la habilidad de persuasión de la propaganda, la repetición de los mensajes y la escenografía moderna impactante de sus formas. 
En una idea, con la instrumentación del nuevo modelo de comunicación electoral la política se trivializó, dejó de ser política y se convirtió en un espectáculo masivo más, cuyas pautas las marcaron las exigencias y las dinámicas de la producción mediática comercial, especialmente televisiva y radiofónica; y no las normas del diálogo entre partidos y sociedad o entre la población y la clase política para atender las enormes urgencias de sobrevivencia cotidiana que enfrentó la mayoría de los ciudadanos.
La estrechez estadista de los partidos políticos llegó a tal grado de miopía y debilidad que en dichas elecciones no únicamente demostraron raquitismo ideológico en su comunicación hacia la población; sino que, cada vez más, comprobaron la naturaleza artificial en su proceso de aproximación a la ciudadanía. 
En este sentido, para relacionarse con los votantes los candidatos en contienda decidieron emplear la imagen virtual más elaborada con los últimos sistemas de perfeccionamiento técnico visual y no a través de un acercamiento sencillo, natural, franco, decidido y directo con los habitantes de su sector representado para conocer sus penurias y proponer opciones de solución. Así, surgió una propaganda cosmética que se caracterizó porque los candidatos de todos los partidos que compitieron recurrieron a difundir sus imágenes maquilladas o retocadas digitalmente con las técnicas del photoshop para verse más jóvenes, ágiles, sanos, guapos, con mejor dentadura, sonrisa permanente, menor edad, peso balanceado, iluminación más favorable, lentes modernos, mejores ángulos de look, y se expusieron intensivamente ante los votantes como nuevos individuos-mercancías modernas más confiables recién salidos de la industria del marketin político. Posteriormente, su imagen perfeccionada se difundió través de pendones, gallardetes, mantas, promocionales, calcomanías, anuncios espectaculares, mensajes televisivos, spots radiofónicos, imágenes televisivas, participaciones en Internet.
Es decir, el modelo de comunicación política que se derivó de la reforma electoral del 2007, demostró que se impusieron las reglas del código de comunicación de la publitelevisión sobre las reglas de la política humana que demanda la sociedad. De esta manera, la forma del mensaje subordinó el fondo del mismo, y se produjo una versión acentuadamente artificial, decorativa o cosmética de la política, que correspondió más a un montaje escenográfico de un espectáculo masivo de amplísimas dimensiones coyunturales y no al quehacer esencial del trabajo de la acción política, que significa la discusión y resolución de los problemas de la polis.
Por ello, paradójicamente, pese a la inmensa cantidad abrumadora de spots que transmitieron los partidos políticos, la ciudadanía no quedó mejor concientizada sobre cuáles eran los grandes desafíos nacionales y las posibles vías de solución que ofrecía cada partido. Lo único que sucedió fue que los partidos utilizaron abusivamente los tiempos informativos del Estado para crear un modelo de difusión propagandístico desproporcionado que los blindara ante la fuerza manipuladora del poder mediático privado y ante la crítica social en ascenso, pero el proceso de comunicación político de la sociedad mexicana no avanzó en nada.

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