martes, 6 de abril de 2010

Sociedad civil en la encrucijada

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Jacqueline Butcher GarcÍa-ColÍn El Universal 5 de abril de 2010
 
¿Cómo opera la sociedad civil y cómo puede influir en el futuro desarrollo de un país? Los políticos y los líderes de opinión no siempre presentan un cuadro esclarecedor en cuanto a sus formas de participación e injerencia en asuntos públicos. Su interlocución con las autoridades no ha encontrado los canales adecuados para hacer oír su voz.
La realidad es que la sociedad civil posee un poder y un potencial aún no descubierto en cuanto a la resolución de problemas para el bien común. Se encuentra en una encrucijada entre lo que se le exige y lo que realmente está consciente que puede lograr.
En una investigación a nivel nacional finalizada en 2008, se encontró que la solidaridad se practica por igual en todos los niveles socioeconómicos y sin importar su escolaridad. El resultado de este trabajo es sorprendente y esperanzador. Quiere decir que tanto ricos como pobres aportan en igual proporción trabajo solidario. En esta misma investigación, 66% de la población adulta, 23 millones de mexicanos, contestó afirmativamente que… “hacen algo por los demás”, sin recibir pago por ello.
El estudio muestra que muchos mexicanos participan y ayudan de manera silenciosa, sin aparecer en los periódicos, sin buscar publicidad. Posiblemente porque por costumbre es algo que no se presume, simplemente, se hace. Implica que las actividades solidarias en México existen, pero que muchas veces, son aisladas e informales y por tanto resultan imperceptibles.
La sociedad civil organizada constituye un tercer sector que, en su actuar no lucrativo, complementa la obligatoria tarea gubernamental de proveer servicios a la población.
Según cálculos del Centro Mexicano para la Filantropía presentados en 2009, existen en México alrededor de 33 mil 212 organizaciones de la sociedad civil (OSC) y solamente 6 mil 397 donatarias autorizadas, mismas que no son suficientes para siquiera empezar a atender las necesidades de más de 100 millones de habitantes. Podría decirse que el problema para el avance de la incursión ciudadana no se encuentra en la falta de solidaridad entre los mexicanos sino en su falta de organización para lograr los cambios que anhela.
También observamos algunos movimientos ciudadanos que se politizan rápidamente, porque los que sí saben organizarse, no siempre lo hacen para bien o son cooptados rápidamente por aquellos que conocen el valor de lo que sus números representan.
Los que cuentan con alguna estructura comienzan a buscar constituir coaliciones y redes, para ser más efectivos. Se empieza a percibir a algunos grupos que protestan por los atropellos a sus derechos. Vemos aparecer liderazgos entre la gente común que antes nunca hubiera asistido a una reunión de colonos, pero que ahora no le queda otra más que hacerlo cuando ve disminuido su acceso o su patrimonio.

Falta conocer a fondo los mecanismos efectivos para lograr esa importante interlocución entre ciudadanía y autoridades… y a saber… ¿cuáles hay? ¿Cómo construimos caminos plausibles de participación y de diálogo? Existen consejos ciudadanos en muchas entidades gubernamentales, toca revisar su eficacia. Se anuncia una posible participación que abre el debate de la reforma política, sin embargo, por ley, las OSC que sean donatarias autorizadas no pueden participar en política.
¿Es suficiente tener una página en internet que nos ofrece Segob para que podamos comunicar nuestro parecer? Parece que ahora se da entrada a la ciudadanía a las decisiones constitucionales… ¿será cierto?
Hace poco, José Fernández Santillán del ITESM, un experto en materia de sociedad civil, comentó que “…actualmente, tenemos una sociedad no ajena, pero sí refractaria de la cuestión pública. Debemos crear contextos de exigencia”… la pregunta es… ¿quién crea los contextos? ¿Cómo queremos que éstos sean?
Como individuos nos corresponde aprender a participar y la escuela para ello está al alcance de todos ya que no faltan asuntos a resolver… en la calle en la que vivo, en el lugar que voy a rezar, en donde estudian o juegan mis hijos. Iniciar por uno mismo puede ser una buena idea: enseñar a alguien a leer y escribir. Votar. Involucrarse en programas e instituciones que se consideren útiles a la comunidad. Cuidar los parques. Organizarse para emergencias. Ayudar a los vecinos a instalar agua en la colonia. Visitar a los viejos. Apoyar a los museos. Plantar un árbol.
Para empezar siquiera a dibujar un contexto y a ejercitar estos mecanismos, necesitamos ponerlos en práctica en donde sí podemos incidir y revertir la tendencia de la expectativa del “qué me dan” para ver “qué doy”. Lo que construye una cultura de participación es ejercitar la costumbre de trabajar en equipo para mi bienestar y el de todos los que me rodean.
Como gobierno, lo que le corresponde no es negociable: la seguridad, la competitividad y el orden jurídico. No estaría mal también confiar en sus ciudadanos y apoyarlos… a lo mejor esto es el comienzo que vale la pena considerar.
butcher.jacqueline@gmail.com
Presidente del Consejo del Centro Mexicano para la Filantropía (2006-2010)

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