jueves, 18 de marzo de 2010

Ellas, el “sector mujeres”

Fernando Suazo
Rebelión 15 de marzo de 2010

Por lo que alcanzo a saber, no existe el día internacional del Varón. En una sociedad patriarcal, no necesitamos celebrarlo: los pueblos viven cotidianamente lo normal, y, fuera de rutina, celebran lo excepcional, lo insólito. Así, por ejemplo, las multitudes del planeta nos ocupamos día a día en las tareas ingratas y tantas veces degradantes del trabajo, pero apartamos el primero de mayo para celebrar la dignidad del trabajo y de los trabajadores. Porque la dignidad del trabajo y de los trabajadores no es la norma, sino la excepción. O también: nuestros políticos entregan a manos llenas los recursos nacionales a compañías transnacionales, y por eso, en vez de celebrar el Día del Petróleo, o el día de las Corporaciones, nos hacen celebrar la Independencia. Porque el petróleo, el oro, etc. son nuestra vergüenza cotidiana, y la independencia nacional es, para nosotros, algo excepcional, algo así como nuestra quimera nacional. Tal vez por razones parecidas no necesitamos celebrar el Día del Varón, y sí el de la Mujer.
 Al celebrar estas realidades insólitas, raras, excepcionales, excluidas, los privilegiados del sistema, pretenden –pretendemos- lavarnos públicamente la conciencia, con alguna intención secreta de que todo, o casi todo, siga igual. Se podría elaborar la lista de las realidades insólitas o quiméricas de nuestro mundo con sólo buscar sus días mundiales respectivos: de la Paz , de los DDHH, del Niño, de la Lengua Materna , del Agua, contra la Corrupción , contra la Discriminación Racial , del Medio Ambiente… Y comprobar los mínimos resultados que nos dejan esas celebraciones.
 Los periodistas hablan del “sector” mujeres. Aquí, como en otros casos, el lenguaje les traiciona. (Es como cuando hablan del “sector productivo”, y sólo se refieren a los grandes empresarios). Porque la causa que defienden las mujeres no es una causa sectorial, sino de la entera sociedad: a todos, varones y mujeres, nos interesa que ellas y nosotros nos relacionemos como sujetos, porque sólo seremos justamente sujetos los varones, si ellas, ante nosotros, se comportan también como sujetos. Y aquí, una aclaración: “Sujeto” no viene del verbo español “sujetar”, sino del latín “sub-iectum” que significa lo que está latente, bajo las apariencias de las cosas. Sujeto es aquel principio profundo donde anida la memoria, se gestan los proyectos de vida y manan libremente las acciones y actitudes de los seres. Lo contrario de “sujeto” es “objeto”, del latín “ob-iectum”, que es lo que está delante a la vista, disponible, ofrecido, manipulable. Es claro, pues: las mujeres son sujetos, no objetos disponibles, ni tampoco son propiedad de los varones.
 Los señores de la guerra, en diferentes épocas, países y escenarios culturales, todos ellos patriarcales, han utilizado a las mujeres como objetos para dañar a las poblaciones enemigas. Violando y degradando masivamente sus cuerpos buscaron no sólo aumentar exponencialmente el sufrimiento de ellas y los suyos, sino, como en Guatemala, romper desde dentro la identidad y cohesión de las comunidades. En el Tribunal del Conciencia contra la Violencia Sexual hacia las Mujeres durante el Conflicto Armado Interno (Guatemala, 4 y 5 de marzo), hemos escuchado testimonios insoportables de la bestialidad de las fuerzas armadas guatemaltecas. Y hemos entendido cómo el patriarcado dominante en las sociedades maya y mestiza, obligó a las señoras violadas a sentirse socialmente “sucias” y “culpables”, condenadas al ostracismo y la estigmatización (peritaje de la psicóloga Olga Alicia Paz), y cómo, a consecuencia de eso, ellas experimentaron y experimentan todavía “sentimientos disgregadores hacia sus propias comunidades” porque éstas les hacen culpables de su tragedia al haber sido “mujeres de los soldados”, y rechazan a sus hijos, producto de ese pecado social. La antropóloga Irma Alicia Velásquez Nimatuj, en el peritaje presentado, señalaba aquí una de las causas de la actual desintegración comunitaria en muchas comunidades mayas.
 Además de reprobar los hechos macabros que, dolorosamente, rescata la memoria de las víctimas, es preciso que nuestro conjunto social revise más acendradamente los modelos patriarcales que lo penetran todo entre nosotros: la familia, la cultura, la religión, la economía, la educación, la acción cívica, las instituciones de salud, educación, seguridad pública y justicia, y la acción política.
No basta con que nos rasguemos las vestiduras al escuchar a las magistradas del Tribunal que “el hecho notorio de que ningún jefe, oficial o mando medio del Ejército y de las fuerzas de seguridad del Estado fuera procesado ni condenado por estas acciones violatorias de los derechos humanos a lo largo de tantos años, refuerza la percepción de que en su mayoría las violaciones cometidas fueron resultado de una política de orden institucional, que aseguró una impenetrable impunidad, la cual persiste hasta el día de hoy”. Eso es evidente, pero no basta. Entre nosotros mismos, más acá de las políticas genocidas de los que ya conocemos, hay que cambiar los patrones culturales que siguen culpando a las mujeres cuando dejan de ser propiedad exclusiva de algún hombre, y las han estigmatizado, encerrándolas en cárceles de silencio de por vida. En el Tribunal escuchamos estupefactos la voz trémula de una señora a quien los militares habían violado junto con su hija infante: “no digamos nada a tu papá, porque nos va a matar a machetazos”.
Más acá de las orgías de aquellos monstruos uniformados, en el centro de nuestra propia vida social, todavía hay mucho que cambiar en relación a las mujeres. La lucha de ellas no es de un sector de población, sino que afecta a la raíz de nuestra condición humana en tanto que sujetos, hombres o mujeres, interactuando.

No hay comentarios:

Publicar un comentario