jueves, 18 de marzo de 2010

Slim y la riqueza

FEDERICO REYES HEROLES a.m.com.mx 16 Marzo 2010

Sin demasiadas sorpresas llegó la noticia: Carlos Slim es el hombre más rico del planeta. Las reacciones inmediatas no se hicieron esperar. Un país con alrededor de 20% de sus moradores en pobreza extrema es a la vez la patria del hombre más acaudalado del mundo: el absurdo. Pero esa es sólo la superficie, la caricatura de los problemas de fondo. Caricatura porque los pobres son los buenos y Slim es el malo. Pero la riqueza no siempre cruza por esas coordenadas: bondad y maldad. Los ricos no necesariamente son malos y tampoco los pobres son esencialmente buenos. Pero de la caricatura se cruza a la crítica y en ella hay algo perverso, se insinúa que lo uno explica lo otro. Vayamos por partes.
Socialmente hablando los deseos tienen gradación. Lo deseable es que no existan pobres y sobre todo los extremos, los que no tienen para su sustento cotidiano. Eso va en primer lugar. En segundo lugar lo deseable es la posibilidad de ofrecer a todos lo básico, alimentación, salud, educación, empleo para así abrir las puertas a la superación y a la prosperidad. Si ese piso no está allí, las oportunidades serán disparejas con la injusticia como resultado. En tercer lugar lo deseable es la creación de riqueza para incrementar la prosperidad de todos. Si el pastel no crece la prosperidad no llegará. En cuarto lugar aparecería ese añejo deseo de evitar las desigualdades. Entonces, si en una sociedad no existen los pobres, si las oportunidades son generalizadas, si el esfuerzo personal reditúa en avance, si la prosperidad abraza a todos y si las diferencias disminuyen y si todo eso ocurre en libertad, la existencia o no de personas muy ricas será poco relevante.
Los países escandinavos son ejemplo en justicia social y en prosperidad. Por cierto tienen muchos millonarios que sin embargo no son tema. Lo deseable es que los empresarios sean capaces de crear riqueza, esa es su misión social. La del Estado consiste en generar las condiciones para que la creación de riqueza se dé. El Estado debe establecer los mecanismos para redistribuir la riqueza. El indicador más conocido para saber si un sistema fiscal es redistributivo es el Índice de Gini. Sobra decir que los países más justos tienen sistemas fiscales muy progresivos, en cambio en México nuestro venerado sistema fiscal casi no redistribuye. De ahí el origen de la brutal desigualdad. Nuestro esquema fiscal es tan absurdo que gravamos a las empresas, generadoras de riqueza por arriba de los niveles internacionales afectando su competitividad. En cambio los impuestos a las personas con altos ingresos, Slim incluido, son mucho más bajos que en otros países. Los impuestos al consumo, otra herramienta de justicia social, en México están llenos de hoyos. Esa es la justicia que promueven nuestras leyes. Lo injusto es que no contemos con tasas más altas de gravámenes personales. De eso no tiene la culpa Slim sino nuestros legisladores.
Las críticas más elaboradas en contra del multimillonario se centran en dos aspectos. Se señala a la venta de Telmex como un acto que le brindó un privilegio y ese privilegio le permitió al empresario una verdadera explosión de riqueza. No se reclama algo ilegal sino una venta que rompió una mínima equidad frente a otros empresarios. Puede ser aunque tampoco sería su responsabilidad. Por otro lado el empresario cumplió con las inversiones a las que se comprometió. La otra crítica muy común radica en las condiciones de predominio en ciertos mercados que dificultan o impiden la competencia. La crítica es válida pero tampoco es su responsabilidad. En todo caso son los órganos reguladores y el Gobierno los que no han hecho su trabajo para facilitar la competencia y abrir los mercados. Finalmente están los precios de la telefonía que afectan al consumidor y en general a la productividad del País. En eso sólo una verdadera apertura en los mercados que propicie la competencia real puede garantizarnos un ajuste de fondo.
El caso de Slim es emblemático porque desnuda al País. Se trata de un patrimonio familiar que cayó en manos de un empresario muy avezado que encontró en el proceso de privatizaciones condiciones muy favorables mismas que aprovechó. Además su actividad principal, la telefonía, se dio en un mercado cerrado, casi sin competidores, eso explica en parte su inmensa fortuna. El caso de Slim debe servir de lección. Pero la discusión de fondo es otra; México tiene un severo problema de injusticia generado por leyes fiscales obsoletas y que las regulaciones de los mercados son débiles lo cual afecta al consumidor. Exijamos a nuestros gobernantes que modernicen las normas.
Quizá lo más dramático es toparnos de nuevo con un grave trauma nacional: en pleno Siglo XXI no se entiende la utilidad de la generación de riqueza para enterrar así la pobreza. México necesita mayor creación de riqueza y mejor distribución de la misma. No hay soluciones mágicas. Sacrificar simbólicamente a un empresario o a todos es inventar fantasmas.

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