jueves, 18 de marzo de 2010

Muertes más trascendentes

José Carreño El Universal 17 de marzo de 2010

Todas las muertes importan, dice el Departamento de Estado de EU. Pero sólo la muerte de estadounidenses reafirma la violencia criminal en México en la agenda pública global, moviliza a nuestro país efectivos del FBI y la DEA y lleva a hablar de la criminalidad mexicana como un peligro hemisférico.
Y, lo que resulta realmente extraordinario en nuestro país: sólo la muerte de estadounidenses provoca que se llegue a investigar en serio un crimen y podría ser que hasta a esclarecerlo.
Frente a un sistema como el nuestro que se limita ordinariamente a llevar un registro de rutina de los miles de asesinatos que han hundido en el pánico a importantes zonas del país, el hecho de ese sistema reaccione frente a un caso que moviliza a los exponentes de los poderes, de los aparatos de investigación y de los medios informativos internacionales, convierte a ese caso en algo extraordinario o privilegiado.
Pero el problema no está en la atención que concitan los tres asesinatos del consulado estadounidense en Ciudad Juárez, sino en la falta de atención y de seguimiento efectivo que aquí le damos a cada uno de los miles de homicidios impunes que se acumulan cada año. En otras palabras, no está mal darle toda la relevancia al hecho extraordinario de que se sieguen criminalmente tres vidas, vinculadas o no al gobierno de Estados Unidos. Lo que está mal es que no se le otorgue la misma relevancia a cada uno de los miles de homicidios que aquí procesamos como meros datos estadísticos.
3 x 500
El hecho de que estas tres muertes tengan más peso en la agenda pública global que las 500 muertes ocurridas en Juárez sólo en lo que va del año obedece a una serie de factores que es preciso atender para estar más conscientes del momento al que ha llegado la crisis de la inseguridad pública mexicana en la perspectiva internacional.
El primero de esos factores es desde luego el peso que tiene EU—su gobierno, su economía, sus medios— en la definición de la agenda pública global. Pero de allí se desprenden otros factores que tienen que ver más con los efectos de la comunicación pública en un país democrático.
En un primer momento, la noticia del asesinato de estadounidenses fuera de su país ocupa de inmediato un lugar central en los espacios mediáticos de EU. Y el efecto cognitivo que generan los medios sobre este hecho desencadena una espiral de debates públicos y presiones sobre el gobierno de Washington para que reaccione con claridad y energía ante lo ocurrido, esta vez en Juárez.
La espiral juarense
En un segundo paso, el gobierno reacciona generando nuevos efectos, ahora en el plano de las actitudes (indignación, condena) como lo han hecho la Casa Blanca, el Departamento de Estado y la Secretaría de Seguridad, lo cual eleva en varias vueltas la espiral de la atención de los medios y del público sobre la martirizada ciudad fronteriza mexicana, ya no sólo en el plano interno, sino a escala global.
Es entonces cuando viene el tercer efecto de la comunicación, en la conducta, en la acción: en el envío a Ciudad Juárez de decenas de agentes de siete corporaciones norteamericanas, por ahora, con la misión de esclarecer el crimen y obtener garantías de que será castigado, todo lo cual desata un nuevo ciclo de la comunicación, ahora en México, el país en que ocurrieron los hechos.
Y es aquí donde aparece el reto de la comunicación del gobierno y de los medios mexicanos. Lo fácil será reaccionar con el automatismo que ve en el ciclo anterior sólo el desplante abusivo del poder imperial, bueno para una parte del público nacional, pero incomprensible en un mundo exterior de tradiciones democráticas y de protección a la vida, con hábitos arraigados de exigencia y rendición de cuentas. Quizás nos cueste trabajo comprender que Obama debe responder ante su país por muertes criminales de los suyos, que allá son trascendentes, porque por desgracia las muertes criminales son allá más trascendentes que entre nosotros.

Académico

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