viernes, 19 de marzo de 2010

Las lecciones de Ciudad Juárez

Guillermo Fabela Quiñones PorEsto 18 Marzo 2010
Apuntes

La gran desgracia de México es contar con una elite absolutamente desligada de los intereses prioritarios del país, sin pizca de conciencia de patria. Tal es la gran diferencia entre la burguesía “mexicana” y la de otras naciones, incluso las más beneficiadas por el modelo neoliberal como Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia. Es una verdad comprobable que ante cualquier conflicto internacional anteponen los intereses nacionales a los particulares, lo que aquí no sucede. Esto explica porqué los gobiernos de México han perdido el rumbo del nacionalismo que siempre caracterizó al régimen emanado de la Revolución Mexicana, de manera por demás obvia a partir de que se instauró el modelo neoliberal.
Así lo ejemplifica de modo palmario Armando Paredes, presidente del Consejo Coordinador Empresarial, para quien no tiene importancia que gobiernos extranjeros intervengan abiertamente en los asuntos que sólo competen a los mexicanos. Dijo: “Si la ayuda viene, ¿qué nos importa si viene de Estados Unidos o del gobierno de Francia o de cualquier otro país?”. Como si no supiera que esas supuestas “ayudas” tienen un precio muy alto para los pueblos que las reciben, como ha quedado cabalmente documentado en las páginas de nuestra historia. Otra sería nuestra situación si la oligarquía “mexicana” tuviera un elemental sentido patriótico y una brizna de sensibilidad social.
Pero como no es así, tenemos entonces los gobiernos que las elites demandan e imponen, sin importarles las consecuencias terribles de su ceguera y egoísmo. Ahora se alarman por la violencia extrema que padece México, se desgarran las vestiduras porque el crimen organizado sigue tan campante haciendo de las suyas en el territorio nacional, se asustan por las dramáticas consecuencias de la economía subterránea, como si fueran ajenos a esta realidad. Se olvidan que ellos son los principales causantes de la trágica realidad que estamos viviendo, como quedó perfectamente demostrado con la imposición de Felipe Calderón como mandatario ilegítimo, sólo para evitar que asumiera el poder un político que se había negado con toda firmeza a ser un servil testaferro de sus intereses.
Ahora el país entero está pagando las consecuencias de una imposición lamentable, que ya no tiene remedio. No desde luego en el corto plazo, menos aún si la oligarquía sigue empeñada en continuar por el mismo camino, como lo patentiza su interés en que Enrique Peña Nieto sea el sucesor de Calderón. Es fácil imaginar los efectos que tendría una imposición tan descabellada: lo que ahora estamos viviendo se magnificaría a extremos apocalípticos, sumiendo al país en un caos del que no podríamos salir ni con la intervención directa de las tropas estadounidenses. Es obvio que la oligarquía y sus ideólogos, encabezados por Carlos Salinas de Gortari, no quieren darse cuenta que no se puede seguir abusando de la paciencia de un pueblo acostumbrado a sufrir. No cuando se rebasaron límites manejables.
Con más de la mitad de la población en niveles de pobreza extrema, con un mercado laboral totalmente deprimido, con cifras espeluznantes de marginación social, es claro que la plutocracia sólo podría mantener su hegemonía con base en la fuerza bruta. Pero a cambio, desgraciadamente, de una violencia generalizada, ya no de carácter delictivo, sino enraizada en un justo y profundo descontento de la sociedad por un estado de cosas absolutamente irracional. Esta realidad que se vislumbra claramente, comienza a preocupar a la burocracia estadounidense, al darse cuenta de que una intervención directa de las agencias de su país en México, sólo serviría para exacerbar un nacionalismo por ahora adormecido, y lo que a continuación vendría no sería otra cosa que una escalada de violencia incapaz de contener por su raigambre justiciera.
Por eso Janet Napolitano, secretaria de Seguridad Interna de Estados Unidos, no tuvo empacho en afirmar que el envío de miles de soldados a Ciudad Juárez, “no ha ayudado” a solucionar los problemas de violencia que padece la urbe fronteriza. Los resultados han sido contraproducentes, ya que a partir de la declaración de guerra de Calderón, “se ha registrado un promedio de cinco ejecuciones diarias”. De ahí que la ciudadanía reaccione con furia cuando se le quiere ver la cara, como lo pretendió hacer Genaro García Luna, secretario de Seguridad Pública federal, al afirmar que bajó 40 por ciento el nivel de violencia en Ciudad Juárez. Ahora la sociedad nacional no tiene dudas sobre quién es el verdadero peligro para México. De ahí los riesgos de pretender seguir imponiendo un modelo que sólo ha servido para empobrecer al país y sumirlo en una violencia imparable.
(gmofavela@hotmail.com)

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