viernes, 12 de febrero de 2010

Hacia el siglo XIX

Hacia el siglo XIX
MIGUEL ÁNGEL GRANADOS CHAPA a.m.com.mx 11 Febrero 2010


Esta vez el discurso militar conmemorativo del Día de la Lealtad se alejó de la celebración histórica, de la invocación ritual y se colocó en medio de la arena política, un territorio que es ajeno, debe ser ajeno a las expresiones que surgen del poder de las armas. El general Guillermo Galván, secretario de la Defensa Nacional, abandonó así la posición históricamente impuesta a la fuerza pública, de mantenerse al margen de la coyuntura política, del solo debate polítivo incluso. El general secretario no manifestó lealtad y apoyo al Jefe del Estado, sino al jefe de un partido, en torno del cual, según prescribió en tono admonitorio, debe haber unidad, excitativa comprensible en un político pero no en quien tiene mando de tropas y desde allí demanda que corra “la sava unificante de todos” y subrayara, “de todos, sin excepción”.
Escuchar al segundo jefe de las Fuerzas Armadas de tierra y aire (el primero es el propio Presidente de la República, comandante en jefe del Ejército y la Fuerza Aérea) no implicó únicamente el innecesario apoyo de un subalterno a un superior, prescindible porque se da por descontado, sino advertencias a las fuerzas políticas y las expresiones ciudadanas que no concuerdan con el proyecto de reforma político presentado por el Ejecutivo. Es el resurgimiento de las viejas nociones de la unidad nacional obligatoria en torno al pensamiento único, el del Presidente de la República, en que la discrepancia es delito, es traición.
Si se agrega el tono y el contenido del discurso del más alto jefe militar a la ruptura de la condición laica de nuestra república mediante acciones que buscan convertir respetables nociones religiosas en normas jurídicas que obliguen aún a los no profesantes de la fe que las impulsa, tenemos ante nosotros un curso histórico involutivo. A medida que avanza el siglo XXI nos adentramos en el XIX, donde el poder civil era amenazado por el poder de la Iglesia y del Ejército.
El propio general Galván inició su discurso con una cláusula que concibe a la historia como maestra, porque “nos alecciona y orienta. Conocerla… es buen alimento para la identidad nacional e inmejorable sendero para profundizar en la comprensión de quiénes somos y hacia dónde nos dirigimos”. La propia efeméride recordada nos ofrece una lección como la que aprecia el general secretario. Madero fue depuesto y asesinado por “quienes se oponían a su convicción política”, cuya decisión fue potenciada por el Ejército. El cuartelazo de Victoriano Huerta resultó de una intromisión militar en los asuntos del gobierno, comarca en que el Ejército debe moverse sólo con arreglo a la disciplina castrense. El golpe de febrero de 1913 significó el regreso de la fuerza militar a su papel decimonónico, en que pretendía arbitrar entre fuerzas civiles en pugna, cuyas diferencias tenían que resolverse en los marcos de la ley y no mediante la fuerza castrense que, al pretender corregir una trayectoria hacia el rumbo que juzgaba equivocado terminaba tomando en sus propias mandos un poder que no se le había confiado.
Durante etapas no breves de la historia mexicana la pertenencia al Ejército formal o a Fuerzas Armadas irregulares fue una vía segura, la única a veces, para llegar a la conducción del país. Uno de los rasgos de la modernidad mexicana, adoptado tardíamente, fue la ubicación de los soldados en sus cuarteles, desde donde realizan su respetable función republicana, o en el auxilio a la población en casos de desastre, circunstancia en que realizan tareas inapreciables. Todavía cuando el general Lázaro Cárdenas reorganizó el partido gubernamental fundado por su benefactor, incluyó un sector militar junto con el popular y el campesino, pero el agrupamiento castrense no perduró ni una década. Lo sustituyó el sector popular y se determinó que para hacer política individualmente los militares deberían solicitar licencia o causar baja. Si ese requisito se fijó respecto de cada uno de sus miembros, con mayor razón se definió el papel institucional del Ejército como ajeno a partidarismos.
El nuevo tono y contenido del discurso militar puede obedecer a alguna de dos causas, entre otras. El que la política gubernamental contra el crimen organizado haya fincado sus acciones en tropas militares ha asignado un nuevo papel al Ejército, para el cual no estaba preparado. No lo estaba técnicamente para realizar labores de policía, y menos aún para insertar sus nuevas atribuciones en el delicado contexto social en que se concretan. El resultado ha sido la acumulación de centenares de quejas por violaciones a los derechos humanos. Aunque es excepcional que se apliquen sanciones o se acaten las recomendaciones concernientes a esas conductas, el peso de la opinión pública coloca en mala posición al Ejército. Su jefe directo estaría reclamando un papel político acorde con las responsabilidades legales que derivan de sus nuevas encomiendas. Ya ha solicitado el propio general Galván que se legisle sobre la actuación militar en funciones policíacas, y ahora esta nueva forma de presencia pública completaría.
También puede ocurrir que el discurso del general Galván sea un mensaje de Los Pinos para hacer ver a los partidos políticos que el Presidente, que por otro lado está apelando directamente a los ciudadanos, dispone de otros pilares de apoyo. Se trataría de crear un efecto de demostración que haga a los partidos de la oposición reconsiderar el recibimiento que han dado al proyecto presidencial.

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