viernes, 12 de febrero de 2010

¿Vale la pena gastar en el Bicentenario?

¿Vale la pena gastar en el Bicentenario?
Alejandra Frausto El Universal 11 de febrero de 2010

El presupuesto destinado a los festejos del Bicentenario no es menor y está dirigido principalmente a los actos espectaculares, a prender miles de luces y fuegos artificiales, pero ¿qué pasa a ras de piso? ¿Qué significado tiene destinar millones de pesos a esta conmemoración? ¿Tenemos clara su verdadera naturaleza? ¿Es festiva, de reflexión, de crítica o meramente rutinaria?
A ras del suelo no sentimos que haya mucho que celebrar. Hace 100 y 200 años, como hoy, la desigualdad en el país provoca la mayoría de nuestros problemas. Hoy, como hace 100 y 200 años, la educación digna no es un bien de todos los mexicanos como la Constitución señala. Como novedad podemos celebrar que la conciencia, la identidad, la democracia y hasta el sentido del humor están urdidos por la televisión. A ras de suelo la celebración más cercana a los mexicanos es una estrella más del Bicentenario. Quizá la propuesta más reflexiva que haya encontrado pueda ser la invitación a 500 notables que ¡discuten México desde su pedestal!, siempre separados unos de otros.
El presupuesto para “los festejos” debería ir ligado a la realidad de un festejo, a la celebración de que un cambio de actitud y de conciencia se sienten y se ponen en juego por el país.
Este juego ilusorio me recuerda el libro de Marlo Morgan Las Voces del Desierto en el que relata su travesía en el desierto con una tribu aborigen australiana llamada Los Auténticos, quienes no festejan la edad ni el tiempo sino el reconocimiento del carácter único de su talento y de lo que hayan aprendido como contribución a la vida y a la tribu.
Relata Marlo Morgan: “Según sus creencias, el paso del tiempo cumple el propósito de permitir a las personas que se vuelvan mejores, que expresen más y mejor su propio talento. Así, pues, si eres mejor persona este año que el anterior, y sólo tú lo sabes con seguridad, debes ser tú quien convoque la fiesta. Cuando tú decides que estás preparado, todos lo aceptan.”
En el 2010 en México estamos “festejando” el paso del tiempo, 365 días especiales de actividades que sólo se visten de luces, brillantina y espejismos, pero que no están generados por la real voluntad de país de sentirse digno de celebración, de la posibilidad de festejar que somos una mejor comunidad, mejores ciudadanos.
¿A qué debiera entonces destinarse ese presupuesto si tuviéramos la claridad de que el oropel no festeja nada, sino que es la evidencia más penosa de nuestra raquítica realidad?
Creo que si el paso del tiempo nos sitúa inexorablemente en este momento en el que los símbolos Independencia y Revolución se sacan del baúl, se ven y cuya fuerza se siente, debiéramos aprovecharlos para construir donde se pueda, para hacer donde quizás menos se note, pero donde el cambio se da realmente.
Si ese dinero pudiera destinarse a creadores, artistas y proyectos que busquen sacudir la conciencia, en que esas propuestas se distribuyan para que lleguen a la población alejada de los circuitos culturales, se lograría lo más importante: involucramiento en una actividad que pareciera ajena a la mayoría, como el arte y que se vuelve en su cotidianidad puente de dignidad que acerca realidades del país tan disímbolas.
Si se teje muy cerca del suelo, puede hacerse un proyecto común. Quizá menos espectacular y más aterrizado, pero capaz de crear un gozo que valga la pena festejar, reconociendo que hay cosas que merecen ser celebradas. Esto se logra con muchísimo trabajo, pero se logra, hay casos probados. Cuando el arte y la educación se insertan en una comunidad de manera coherente y respetuosa e invitando sin reserva a la participación, han cambiado realidades que parecían irremediablemente descompuestas.
Un ejemplo es el Sistema de Orquestas Juveniles, creado por el maestro Abreu hace 30 años en Venezuela, que ha cambiado la vida de niños, jóvenes y su entorno social de manera dramática. Las miles de actividades culturales gratuitas en la ciudad de México son ejemplo; ayudan mucho, pero es indispensable generar la base para que sean recibidas y construyan una realidad constante dentro de la comunidad.
Esto sí puede acercarnos más a la idea de un espíritu revolucionario en el que la búsqueda no es el reflector, el poder y la exacerbación del ego, sino la certeza de que si una mayoría está mejor y yo me reconozco parte de esa mayoría, mi universo individual se siente mejor.
Destinar recursos en 2010 a dar opciones reales a la gente, mostrando que sí hay de otra, seguro vale la pena y que la fuerza que llevó a las insurrecciones anteriores sea la fuerza guerrera que impulse un cambio individual, ya que la revolución verdadera es ésa, la de conciencias.
Analista cultural

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