jueves, 4 de febrero de 2010

La violencia que viene

Ernesto López Portillo El Universal 02 de febrero de 2010

Todas y todos lo sabemos, excepto las y los políticos y las autoridades. Hablo con ciudadanos en comunidades del norte, centro y sur del país y, con evidencias interminables, me lo muestran día a día: la violencia crece de manera imparable. Pero los actores políticos y las autoridades toman el camino que subvalora una realidad que avanza a paso firme. Y mientras unos debaten si las cifras de homicidios suben o bajan, y con ello creen haber tomado una fotografía confiable de la realidad, otros se mueven por al país apreciando la multiplicación interminable de los testimonios de personas y grupos que documentan y denuncian la otra violencia, es decir, la que por muchos motivos nunca llega a aquellas cifras y que desde luego incluye una cantidad desconocida de homicidios.

No hay liderazgos políticos que hayan entendido a dónde va este país, desde el prisma de la violencia. Tampoco los hay institucionales. Al menos no se ven, que para el caso es lo mismo. Mientras esos políticos organizan foros de terciopelo para destruirse recíprocamente y asegurar la suma cero en medio de un festín de veleidades y banalidades, se agregan los testimonios de una violencia que no tiene precedentes y que se pasea en las narices mismas de las autoridades.
Me pregunto cuál es el saldo con el que las y los políticos y funcionarios se van a dormir cada noche, luego de mirar que la violencia pasa por encima de ellos y de sus gobiernos. Cuál es el saldo con el que concluyen su jornada, luego de mirarse como gestores del creciente caos. Cuál es el saldo, cuando, si acaso miran la evidencia empírica recogida por medio de estudios independientes, la cruzan con las cifras oficiales y confirman que nada tienen que ver. La política y las instituciones públicas repelen la realidad. Se trata de la peor fórmula posible porque la violencia avanza y el Estado no. Ahí está en grado representativo superior el paseo público de personas torturadas en Zamora, Michoacán, frente a la sociedad, los medios y las autoridades (EL UNIVERSAL, 20 de enero de 2010). En el andar de esas víctimas de tortura está la violencia que avanza, en el pasmo de todos los testigos se proyecta el Estado que no impide la reprivatización de tal violencia, pero que nos dicen que no se le puede llamar fallido.
En mi lectura, la violencia que viene será mucho mayor que la actual y uno de los motivos principales es bien conocido: no hay castigo. Ahora bien, los efectos de la impunidad son incalculables dentro y fuera del aparato público. Calcúlese el tamaño de la irresponsabilidad de un funcionario, cuando sabe bien que las y los violentos organizados inhiben la denuncia de manera masiva y sin embargo se refugia en las cifras oficiales, es decir, en esa denuncia que ya sabíamos era pequeña con respecto a la realidad, pero que tal vez ahora en muchos casos es ínfima con respecto a los hechos.
Les tengo una noticia muy simple a las y los luchadores por el poder público, a quienes todos los días se dedican a buscar la manera de gobernar, a las y los obsesionados con acceder a las posiciones y los recursos públicos: a buena parte de ustedes, la violencia de hoy y la de mañana no les dejará espacio para construir gobernabilidad democrática alguna. Podrán llegar a donde pretenden, tal vez, pero no podrán gobernar en democracia porque no habrá aparato público y sociedad capaces de contener la violencia. Parece que las y los políticos y funcionarios no lo han entendido con precisión; al menos sus palabras y acciones no indican que hayan apreciado que el país se ha alineado en la ruta de la violencia; que la gente en comunidades en el norte, centro y sur del país tiene miedo y no se atreve a denunciar; que las y los violentos organizados están usando las más brutales prácticas contra personas inocentes y en particular contra los sectores más vulnerables; que la violencia asfixia día a día la libertad de prensa, ahogándose con ello los derechos a informar y a saber.
La cosa está muy clara. Mientras las y los políticos se acaban entre ellos, acaban con el país. Ellas y ellos deben comprenderlo bien: están renunciando a su misión histórica porque no construyen, más bien destruyen los acuerdos democráticos de Estado necesarios para parar la violencia. Me sacude la violencia de hoy, me aterra la de mañana.
Director ejecutivo del Instituto para la Seguridad y la Democracia, AC

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