sábado, 20 de marzo de 2010

Calderón: un lastre para el PAN

Editorial Siempre 14 de marzo de 2010

Felipe Calderón no podía cumplir con el compromiso que firmó su partido, Acción Nacional, con el PRI por una simple razón: en cuatro de las doce entidades donde habrá cambio de gobernador en el 2010 está concentrado el 30 por ciento del padrón electoral nacional. Entre el Estado de México, Veracruz, Puebla y Oaxaca, hay 23 de los 77 millones de ciudadanos inscritos en el IFE. 
Calderón, impulsivo como es y desesperado como está por la gravedad de la crisis, necesitaba negociar lo que fuera para que el Congreso aprobara el paquete fiscal de este año, aunque después tuviera que traicionar la palabra empeñada. Efectivamente, como bien lo ha declarado el ex presidente del PAN y dirigente de la Organización Demócrata Cristiana, Manuel Espino, el titular del Ejecutivo “no es un hombre que tolere el que su equipo haga cosas sin su consentimiento”. Es decir, Calderón no sólo conocía el pacto PAN-PRI, sino que lo autorizó.
Los escándalos en la Cámara de Diputados, parecido en muchos momentos al popular programa radiofónico La Tremenda Corte y en otros a un Ricardo III, de Shakespeare, son consecuencia de los enredos de Calderón. La crisis en el Congreso es un reflejo directo de la crisis de gobierno. Se trata de un presidente atrapado entre la recesión, el crimen organizado, la reforma política y la necesidad imperiosa de que su partido no sea derrotado en el 2012. 
De los cuatro hilos que conforman su telaraña, el último es —para él— el más importante. Por ello, se insiste desde estas páginas que la principal pesadilla de Felipe Calderón y de su partido se llama Enrique Peña Nieto. Si no fuera así, en el centro del debate no estuviera como está el gobernador del Estado de México, convertido por el PAN en el blanco de todos los males de la política nacional.
Pero Calderón y Nava saben que Peña Nieto no es para ellos sólo un mal sueño, sino una dolorosa realidad que se concretó en los resultados electorales del 2009, en los que el PRI logró arrebatarle al PAN el emblemático “corredor azul” del Estado de México. 
Pese a los esfuerzos del Presidente por impulsar y promover la carrera política de los integrantes de ese “Montesori” que lo rodea, lo tolera, lo secunda y hasta habla como él —escuche con atención a César Nava—, no ha logrado que crezcan. No existe hasta este momento un solo gobernador, secretario de Estado o presidente del PAN, que emocione a las masas. No lo hay con todo y que Acción Nacional lleva nueve años en el poder. Más aún, los mexicanos duermen con los dedos cruzados para que el joven e inexperto secretario de Hacienda, Ernesto Cordero —al que en sus ratos libres le gusta hacer la “ola”—, no cometa, como el gabinete económico de Ernesto Zedillo, algún error al tener que enfrentar otra fatalidad financiera durante los tres años que restan del sexenio.
Calderón arrastra hacia abajo al PAN. Si bien, a partir de hoy el PRI tendrá que transparentar la forma de hacer negociaciones con el gobierno y explicar a la ciudadanía por qué votó a favor de aumentar el IVA al 16 por ciento, el impacto del escándalo ha caído en el corazón de la edificación política que creó Manuel Gómez Morín. Manuel Espino ha sido claro en esto: Calderón y Nava han hecho pactos “secretos y truculentos” para —al menos momentáneamente— favorecer a un partido y a un aspirante bien posicionado, que puede ganarle a Acción Nacional la Presidencia de la República en el 2012. 
Palabras más, palabras menos para Espino, Nava y Calderón han traicionado a su partido. El desenlace es incierto por la impredecibilidad propia del presidente de México. Que se vaya Nava o Gómez Mont es lo de menos. Ninguno de los dos sirve ya a la credibilidad del gobierno. Y quien venga correrá la misma suerte. Es la impronta calderonista, alguien lo llamó el “presidente de la muerte”.

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