lunes, 29 de marzo de 2010

Daños colaterales

ROSSANA FUENTES BERAIN a.m.com.mx 28 Marzo 2010


Hay tantos muertos, que escoger alguno en particular para resaltar el sinsentido de la violencia resultaría caprichoso. México simplemente está de luto. Se acumulan madres, padres, hermanos, amigos que lloran a seres queridos. La secretaria de Estado de Estados Unidos, Hillary Clinton, repite que en esta matazón existe responsabilidad compartida, pero omite decir cuáles serían las acciones conjuntas, en su territorio, no en el nuestro, para detenerla.

El punto de inflexión se alcanza cuando una situación que ya se daba de manera regular, escala por algún hecho preciso modificando aquello a lo que estábamos acostumbrados.
Por difícil que parezca, desde fuera del País honrando el estribillo de la balada popular de que en México “la vida no vale nada”, llevamos tres años registrando el número de muertos en territorio nacional en una contabilidad desprovista de sentido, 2 mil 477 en 2007; 5 mil 376 en 2008 y 7 mil 396 2009.
Hasta que llegaron los 17 de la fiesta, los tres del consulado en Juárez y los dos del Instituto Tecnológico de Monterrey. Estos 22 sí que ya son demasiados. Daños colaterales todos en un baño de sangre que forzó a una visita relámpago de la plana mayor de funcionarios estadounidenses para expresar apoyo y solidaridad al presidente Felipe Calderón.
No es como si los estadounidenses desconozcan lo que es librar una guerra sin haber definido previamente los parámetros bajo los cuales se pueda determinar “la victoria”, como si ellos mismos desconocieran lo que pasa cuando se empieza a perder el poyo de la opinión pública ante el cúmulo de ataúdes; les pasa en Iraq y Afganistán ahora y ya les había pasado en Vietnam.
En los corredores del poder estadounidense se conoce perfectamente la importancia de contar con aliados y coaliciones por lo cual ante el recrudecimiento de la violencia en México se subieron al avión y vinieron a hablar de cómo se puede ampliar la Iniciativa Mérida, un proceso iniciado por George Bush que tímidamente respaldaba lo que significó para México un cambio de paradigma: aceptar financiamiento estadounidense en el combate al narcotráfico.
Eso que parecía osado al inicio del sexenio, aparece a la mitad del mismo como una iniciativa absolutamente insuficiente y rebasada ante la magnitud de la respuesta del crimen organizado.
De la modificación del otro paradigma, el reconocimiento por primera vez en su historia de que los Estados Unidos, comparten la responsabilidad del fenómeno ante su enorme número de consumidores y el tráfico de norte a sur de armas y dinero, se tendría que pasar a la acción, a la labor conjunta.
Eso sé que representará para amplios segmentos de la población a ambos lados de la frontera un hueso duro de tragar.
Los narcotraficantes aquí y allá están apostando a que prevalezca la incapacidad de atacar la amenaza de manera coordinada.
La desconfianza y la letanía de acusaciones mutuas han sido elementos constantes en la relación bilateral, En 1985, cuando fue asesinado el agente de la DEA Enrique Camarena Salazar, la respuesta oficial en Washington fue cerrar la frontera, no buscar como lo está haciendo ahora, sumar esfuerzos para “diseñar la frontera del Siglo 21”.
México sigue poniendo más muertos, más daños colaterales visibles que los Estados Unidos, pero por primera vez se está hablando de las bajas del otro lado de la frontera, de las vidas de estadounidenses arruinadas por el consumo de drogas, tanto que el resultado más importante del encuentro del Grupo de Amplio Nivel es el anuncio de un estudio bilateral sobre el consumo.
Y es que mientras se mantengan la demanda y los márgenes de ganancia que implica el tráfico de estupefacientes será virtualmente imposible detener la violencia.
Una violencia que, como admitió la señora Clinton, socava el progreso, pero no sólo de México sino de la región.
Imposible pensar que la demostración de fuerza de los delincuentes que durante 48 horas asfixiaron las entradas a la ciudad de Monterrey, parque industrial por excelencia de múltiples empresas estadounidenses, afecta sólo a los regiomontanos.
El vecindario se complica para todos forzándonos a replantear, antes de la próxima visita de Estado del presidente Calderón al mandatario Barack Obama, que si no se avanza en planes concretos específicos, cuantificables, en lo que será una colaboración de mayor calado, el siguiente daño colateral por el que todos deberíamos de temer es el de la relación bilateral misma. Imposible esperar que haya entre los dos países una relación positiva, cuando la casa de a lado está en llamas y el vecino sentado sobre un barril de pólvora se limita a verbalizar buenos deseos sin sacar siquiera la manguera para intentar apagar el incendio, ya ni siquiera por generosidad, sino simplemente por conveniencia propia.

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