lunes, 18 de enero de 2010

Haití: cuando el Estado perece

Haití: cuando el Estado perece
Jorge Chabat El Universal 18 de enero de 2010




Una de las discusiones recurrentes en las Relaciones Internacionales durante las últimas décadas ha sido la importancia relativa del Estado-nación frente a otros actores que existen en el mundo, como los organismos internacionales, las organizaciones no gubernamentales, los medios de comunicación, las empresas transnacionales. Quienes defienden al Estado afirman que éste es el invento más poderoso del hombre, que ningún otro actor internacional lo puede superar y que está destinado a durar por mucho tiempo, siglos tal vez. Claro, quienes afirman esto piensan siempre en estados poderosos, como Estados Unidos, Rusia, China, Gran Bretaña o Francia. No se refieren a los estados débiles, a los de América Latina, Asia, África. Curiosamente, quienes gobiernan a muchos de estos estados débiles también repiten el discurso de la omnipotencia estatal: el Estado-nación es eterno y es lo más valioso que tienen los seres humanos. Esto es, el Estado debe subsistir porque su existencia es una prioridad en sí misma. Finalmente, los ciudadanos deben morir por la patria y no al revés. Este discurso estatista tiene desde luego una piedra de toque: la soberanía, la cual por ninguna razón se puede poner en duda, aunque los estados no sirvan para nada o más bien, sirvan sólo para fastidiar a sus ciudadanos y a todo aquel ser humano que pise su territorio.
Este discurso ha sido la guía de la política exterior mexicana durante décadas. Por eso la insistencia histórica en la No intervención absoluta, la cual nunca podía ser puesta en duda. Sin embargo, la realidad es la que pone en duda la viabilidad de muchos estados todos los días. Y en este sentido, el caso más representativo de la fragilidad de la construcción estatal es ahora Haití. Ese país, como muchos otros, nunca fue realmente un Estado-nación con todas las de la ley. El Estado haitiano ha sido incapaz desde su creación, de realizar las funciones más elementales de cualquier Estado moderno, como dar seguridad y oportunidades de desarrollo a sus habitantes. El trágico terremoto que asoló a ese país la semana pasada sólo ha confirmado esta realidad y ha exhibido en toda su incapacidad al Estado haitiano. Frente a esta tragedia, todos los conceptos tradicionales sobre los que se ha construido el sistema internacional se derrumban. ¿Quién puede invocar ahora el respeto a la soberanía haitiana y proclamar la no intervención? ¿Quién puede acusar de intervencionista a Estados Unidos o a otros países que buscan paliar un poco la peor tragedia humanitaria que ha vivido el continente en el último siglo? ¿Habrá todavía quien advierta sobre el imperialismo estadounidense o de otro tipo en el rescate de la población haitiana? ¿Quién puede siquiera sugerir que las fuerzas de mantenimiento de paz de Naciones Unidas están en Haití para reprimir a la población, como dijeron algunas voces en México cuando se planteó la participación de nuestro país en ese cuerpo? La verdad es que se ve difícil que alguien pueda sacar del baúl de la historia un discurso que claramente es inaplicable en este momento a la situación haitiana. Incluso el gobierno cubano ha autorizado ya a aviones estadounidenses sobrevolar su territorio para rescatar a la población haitiana y llevarla a la base de Guantánamo.
Lo cierto es que la monumental tragedia humana que enfrenta Haití ahora nos deja varias lecciones. Primero, los estados son creación humana y, por lo tanto, no son eternos. Su destino no lo ha escrito por el dedo de Dios como reza nuestro Himno Nacional. Segundo, el propósito de los estados-nación es proteger a sus ciudadanos. Si no cumplen esa función no tienen razón de existir ni hay por qué llorar su desaparición. Finalmente, el objetivo de la política es el ser humano, no el Estado. Y, tercero, la globalización tiene aspectos negativos cuando afecta los derechos humanos, pero también permite la movilización de recursos de la comunidad internacional para salvar a miles de personas que están a punto de perecer. Lo que estamos viendo en Haití es la desaparición de un Estado que nunca acabó de serlo. Lo que importa ahora es que sus habitantes no perezcan. Si después de este colapso, Haití subiste o no como Estado será algo menor en la historia que realmente cuenta: la de los seres humanos de carne y hueso, los cuales están ahora pasando en la isla caribeña por lo que nadie, por ningún motivo, debería pasar nunca.
jorge.chabat@cide.edu
Analista político e investigador del CIDE

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