jueves, 25 de febrero de 2010

Los del No y sus críticos

Los del No y sus críticos
José Carreño Carlón El Universal 24 de febrero de 2010

La “Generación del No” es un producto directo de las decisiones y acciones de algunos de quienes hoy acusan a las “fuerzas políticas” de mantener “detenido a México”.
Como firmantes del manifiesto No a la Generación del No, el ex presidente Zedillo y algunos de sus allegados tendrían que haberles explicado a sus —en varios casos— honorables cofirmantes y, sobre todo, a los lectores de su pronunciamiento, que los “trece años que llevan detenidas las reformas de fondo que el país necesita” son un legado genuino de la época que ellos encabezaron la definición de la vida pública del país.
Ese legado se compone, en primer lugar, de la reforma política que ellos mismo alentaron y celebraron en 1996, con el tope arbitrario de ocho puntos porcentuales a la llamada “sobrerrepresentación” que pudiera ganar un partido gracias a sus triunfos por mayoría en los distritos. El propósito explícito era evitar para siempre que el partido del presidente tuviera mayoría absoluta en la Cámara de Diputados: una verdadera “cláusula de ingobernabilidad”, como la llamó José Córdoba en Nexos de diciembre pasado. O una invitación al “bloqueo persistente al cambio por parte de la fuerzas políticas”, que ahora lamentan los abajo firmantes.
Porque es a partir de la elección de 1997, en que se empezó a aplicar esa disposición, que, de acuerdo a esta proclama, cuentan los “trece años (que) llevan detenidas las reformas de fondo que el país necesita”. Sin embargo, de esa “parálisis” originada entonces, el manifiesto de Zedillo culpa a los “amigos legisladores” de hoy, a quienes al mismo tiempo les pide que en automático “aprueben las reformas” políticas propuestas por el Presidente, para después debatir a fondo.
Zedillo “reloaded”
Otra parte central del legado zedillista fue el desencadenamiento —con efectos que duran hasta hoy— de todo tipo de incentivos: políticos, discursivos, clientelares y comunicativos para la más despiadada descalificación y la consecuente interrupción del proceso modernizador de los años que precedieron al periodo presidencial de Zedillo, y que —como bien sugiere el manifiesto suscrito por el propio ex presidente— se frena en 1994, en que él recibe la presidencia de manos de Carlos Salinas.
Es el mismo patrón de conducta de Zedillo, de cargar en otros sus responsabilidades, como en la crisis de 1995. Es también el Zedillo que en el extranjero se ostenta como el artífice de la democracia en México y en su manifiesto de aquí niega su responsabilidad en haber “hecho improductiva nuestra democracia”, una acusación que, en cambio, ahora le endereza a la actual “generación de políticos de todos los partidos”.
Vía equivocada
Son muchos los cargos que, en efecto, se le puede enderezar a la generación de hoy de políticos de todos los partidos. Y no hay duda de que hay que recuperar el proceso reformista abruptamente interrumpido a mediados de la década anterior. Tampoco se puede negar que la propuesta presidencial de reformas políticas contiene fórmulas atendibles, si bien insuficientes, para corregir los peores sesgos de la democracia mexicana.
Pero parece difícil romper el estancamiento por la vía de la descalificación previa e incluso de la negación de los políticos destinatarios del mensaje: “No a la Generación del No”. O de las reprimendas a los legisladores como si se tratara de retrasados mentales: “¿estamos en el paraíso? ¿no hay nada que cambiar? ¿no hay nada en las reformas políticas propuestas por el ejecutivo que atraiga a sus opositores?”. O del amago de echar a andar contra los partidos y el Congreso a “los ciudadanos” que según esto son, “por primera vez, los beneficiarios”, gracias a esta iniciativa presidencial.
Tampoco parece viable la fórmula de quienes desde un manifiesto ahora reprenden a los del no, después de haber dicho no a las reformas de los primeros noventa. O de quienes en la misma proclama se ofrecen como solución cuando son el origen del problema.
Académico

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