jueves, 25 de febrero de 2010

Razones del fracaso

Razones del fracaso
Alejandro Gertz Manero El Universal 24 de febrero de 2010

Según lo señala con toda claridad la encuesta publicada recientemente en un medio de circulación nacional, el índice delictivo del país se redujo notablemente entre los años 2001 y 2004, para iniciar un ascenso pronunciado y una multiplicación en los delitos a partir del año 2005 hasta la fecha.
En igual forma el gasto público en seguridad estuvo contenido y administrado con prudencia entre 2001 y 2004, mientras bajaba el delito; en cambio, a partir de 2005 el gasto se multiplicó, pasando de 8 mil millones a más de 31 mil millones de pesos anuales en este año, estableciendo una vinculación perversa entre mayor gasto en seguridad, y la multiplicación de los delitos y la violencia.
Entre 2005 y 2010 los niveles de brutalidad se incrementaron como nunca, mientras los ejemplos de ineficiencia y de torpeza fueron emblemáticos en Sicartsa Lázaro Cárdenas y Oaxaca, para llegar a la catástrofe de Atenco, donde los niveles de barbarie y la estupidez de las llamadas “fuerzas del orden” alcanzaron límites inconcebibles que han sido soslayados y encubiertos.
Para ratificar la lógica perversa y la contradictoriedad en las políticas públicas en seguridad y justicia, quienes fracasaron entre 2005 y 2006 fueron ratificados y apoyados por el nuevo gobierno, que a su vez descalificaba acremente sus tareas anteriores, y el gasto público que antes se manejaba bajo las normas de licitudes públicas y transparencia se fue al otro extremo, para que 97% de las adquisiciones ahora se hagan en secreto y por adjudicación directa, mientras se han creado fideicomisos por decenas de miles de millones de pesos con el supuesto objeto de construir “centros de inteligencia” que no pueden localizar ni a un pandillero asesino, pero que sí están perfectamente equipados y capacitados para el espionaje telefónico y para la persecución y acoso políticos.
Ese ámbito de aparentes contradicciones tiene un denominador común encaminado a instituir un estado policiaco perseguidor y amenazante, que se sustenta en el miedo y la violencia delictiva, y es así como los proyectos emblemáticos que se iniciaron en esta administración en Ciudad Juárez y en Michoacán, tres años después, han sido un fracaso estrepitoso donde los muertos se acumulan por millares y las víctimas desesperadas claman seguridad y justicia, sin que alguien asuma la responsabilidad, como si el objetivo del desastre fuera producir más angustia y miedo cerval, para así multiplicar presupuestos secretos y personal inepto.
También en este sexenio se dijo que ahora sí el principio de inocencia debía brillar como símbolo de justicia, mientras el propio gobierno quebranta sus propuestas a diario, y muestra como culpables a quienes ni siquiera han sido juzgados, manteniendo presos y arraigados por meses a quienes no pueden consignar, porque la información que llevó a sus detenciones vino del extranjero.
Igualmente el gobierno se queja de que los medios hagan escándalo con la violencia y la inseguridad, mientras el propio gobierno emite spots donde describe con fruición morbosa la violencia de los descuartizadores y los asesinos, en un mundo kafkiano donde lo que sale mal no tiene sanción ni paternidad, mientras se exalta y protege a los fracasados en tanto sean incondicionales del poder.
En esa locura de contradicciones, encubrimientos, derroches y quién sabe qué más ocultamientos, ya llegamos a casi 18 mil muertos y a una multiplicación de los delitos del fuero común como no se había visto, mientras las fuerzas armadas tienen que hacer las detenciones que las autoridades extranjeras reclaman, porque aquí no se puede confiar en nadie, ya que todos los días cae un jefe policiaco o un cuerpo completo de seguridad, mientras se ensalzan o se encubren a quienes los protegen o a quienes dicen no tener ni idea de lo que está pasando en sus propias oficinas, lo cual nadie se los cree; a ellos no les importa porque sus amarres con el poder parecen indisolubles, mientras sus antiguos cofrades que se les han enfrentado son perseguidos o defenestrados políticamente.
En ese panorama que vivimos, esa es la realidad ominosa que tenemos que sufrir, la tragedia que ha llevado a los mexicanos a cuestionar y a repudiar a sus autoridades, que no atinan más que a mentir y fracasar, mientras se acusan, se encubren y se obstaculizan para mantener y seguir sosteniendo los principios fundamentales de este desastre, que está sustentado en la paranoia del poder corrupto, impune, que parece no tener límites.
editorial2003@terra.com.mx
Doctor en Derecho

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