lunes, 5 de abril de 2010

Ejemplo de Semana Santa

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Francisco Luna Kan El Universal 2 de abril de 2010

Las enseñanzas de Jesús a su paso por la tierra marcan un período de evolución del pensamiento de la sociedad, caracterizado por una forma de vida que oscila entre la resignación y la enseñanza del bien.
En las condiciones finales de su vida el sufrimiento y el dolor alcanzan niveles de martirio. Conscientemente fue al sacrificio para atenuar los pecados de la masa popular, que en una de las grandes contradicciones históricas lo abandonaron ante la fuerza de las autoridades de la sociedad en que vivía.

Vida ejemplar fue la suya en su afán de estructurar una mejor organización, que predicaba con visión de transformación social. Preconizaba amor al Padre eterno; él que reconocía como ancestro biológico al carpintero José, de quien seguramente heredaba la sencillez de su existencia y el cariño familiar. Para su época fue un revolucionario que buscaba afanosamente lo que hoy calificaríamos como justicia social y, por tanto, tuvo la animadversión de las autoridades de la sociedad de la época, que finalmente lo vejaron y crucificaron.
En estos días en que los católicos del mundo cristiano conmemoran la vida de Jesucristo, el pueblo creyente en las normas de su existencia y sacrificio debería reflexionar si la Iglesia Cristiana actúa y se desempeña en la esencia de la doctrina que normó su vida terrenal para inducir la conquista del reino de los cielos.
No cabe duda que en nuestro país la religión que tiene mayor número de practicantes, de uno y otro sexo, es la que nos enseñaron nuestros ancestros en una interpretación peculiar de las creencias de la fe, que preconiza la organización religiosa mayoritaria.
Por la evolución histórica del pueblo mexicano y por la inducción de su convivencia religiosa, el pueblo que vive en la práctica cristiana, tiene una diversidad de modalidades de comprensión y aplicación doctrinarias. Más bien ésta sufre modificaciones en la vida social como si la teoría cristiana fuera sólo un conjunto de normas teóricas, seguida de una práctica religiosa interpretada en formas diversas.
En estas fechas de meditación, en que se convoca a la comunidad de los fieles a las prácticas religiosas de la Semana Santa, parece no existir la decisión por la correcta observancia de los principios cristianos y, los que están en posibilidades de hacerlo, optan por la concurrencia a centros de recreo. Playas y sitios turísticos son visitados por jóvenes, adultos y viejos para disfrutar la práctica de su distracción favorita.
Otras comunidades como la de la Delegación de Ixtapalapa, en el Distrito Federal, montan un espectáculo concentrador de la atención colectiva de millares de espectadores, escenificando la Pasión de Cristo con la presencia de todos los personajes descritos en la historia Sagrada. Modelo que se ha propagado en varios Estados, entre otros Yucatán, donde en algunas poblaciones, como Acanceh, se hacen presentaciones anuales que cada vez congregan más gente a presenciarlas.
Tal vez engendren algún fervor religioso estas formas peculiares de interpretación. Aunque sólo magnifican una parte de una vida de entrega a la prédica del amor solidario con el prójimo y entender y compartir los sufrimientos. Pero antes de la crucifixión de Jesucristo, éste arrojó a los mercaderes del templo y se rebeló contra las autoridades de su tiempo, porque vivía en una sociedad que hacía víctimas de explotación a la mayoría de integrantes de la misma. Y cuando lo quisieron conquistar mediante la compra de su conciencia, definió claramente que había que dar “a César (gobernante) lo que es de César y a Dios lo que es de Dios”. Su Padre y El nunca desviaron la claridad de sus objetivos: el bienestar de la familia mediante trabajo honesto; paz en la tierra y el cielo al concluir la vida terrenal.
Las debilidades humanas de algunos ministros de la Iglesia Cristiana, como los que practican la pederastia en los casos que recientemente fueron dados a conocer en nuestro país y en otras naciones, no son atribuibles a la doctrina religiosa, sino a perversiones individualizadas que la misma Iglesia debe de resolver excluyendo a los sacerdotes que, careciendo de fortaleza, sucumben frente a la tentación que se les presenta, y vaya que son varias y de índole diversa.
Cristo fue un revolucionario de su tiempo y su ejemplo continúa vigente porque nuestro pueblo, el mexicano, busca ahora y para el futuro, un sistema más humano de sana convivencia social. Mismo que podría obtenerse por una conjunción de los trabajadores y activistas del bienestar; autoridades honestas identificadas con causas populares; líderes sociales formados intelectual y emocionalmente para esa función; en un sano ambiente de convivencia pacífica. ¿Es mucho pedir? Jesucristo ofrendó su vida y el mundo católico lo venera y lo recuerda siempre.

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