lunes, 5 de abril de 2010

Sarcasmo: alianzas y reforma política

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Gerardo Unzueta El Universal 3 de abril de 2010
 
Sarcasmo es —no pretendemos ilustrar a nadie— una forma cruel del género de la ironía, algo similar a lo que hoy se llama “humor negro”. Eso es lo que ha pretendido hacer el grupo oligárquico contra el pueblo mexicano, primero, con elecciones en que compiten sus partidos siameses PRI y PAN, aunque en pos del disimulo, uno se agrega una cola verde, y otro busca aliados en los súcubos de la izquierda. Y, segundo, haciendo burla de Moisés “el primero de los profetas” con la elaboración de un decálogo por Felipe, caricatura de las tablas de la ley, al cual su equipo quiere vestir con las galas de la reforma política.
Los dos han sucumbido, ya que, pase lo que pase, no habrá más resultado que el cambio de dueño de unos cuantos distritos, y tal vez de la emigración de una bolsa a otra de alguna gubernatura, mientras al patrón del sistema no le enojará que se modifique la distancia que lo separa de uno u otro de los siameses, todo ello a condición de que el régimen político, la forma de gobernar, se mantenga incólume en su esencia autoritaria. La clamorosa reforma política con su antecedente —“reforma del Estado” y foros anexos— ya está sentenciada: pasará sólo lo que convengan Calderón y Beltrones. ¿Qué puede salir de allí?
No se trata de si las alianzas forman o no parte legítima de la táctica política a la que pueden acudir los partidos democráticos o de izquierda; se trata de si en las condiciones de crisis política, económica y social actual en que son puestas en peligro todas las instituciones —política agraria con las formas históricas de organización campesina, relación con el movimiento obrero (garantizando independencia, derecho de huelga, etc.), respeto a las formas de agrupación del movimiento popular, democratización del sistema electoral sin intromisión de los instrumentos jurídico-represivos—, esas alianzas no pueden conducir a otra cosa que al reforzamiento del rabo justificador del poder oligárquico. No obstante, se ha realizado un importante debate en la prensa, en la UNAM y en el Senado, que ha destacado cuestiones decisivas para la izquierda y su perspectiva de reconstrucción.
Sobre las alianzas, Arnaldo Córdova ha escrito: “La pregunta será siempre obligada ¿para qué?, ¿con qué objetivo? No es un objetivo que valga la pena ponerle un ojo moro a alguno de ellos (los siameses, GU) si, a fin de cuentas, no se va a sacar nada y, muy por el contrario, probablemente se salga más debilitados o peor posicionados... Lo que sí es un dato cierto y comprobado es que esos rejuegos lo único que producen son inconformidades y divisiones en el campo de la izquierda”.
Agrega: “El PAN gobernó pésimamente y los dueños del poder ya no lo soportan... El PRI se avergüenza de su pasado y abjura de sus principios fundadores. ¿Qué tendríamos que hacer nosotros en una alianza con cualquiera de ellos? No son lo mismo, pero ambos sirven a los mismos dueños del poder”.
Por su parte Alberto Azis Nassif ha hecho en EL UNIVERSAL un señalamiento del todo necesario: “Lo cierto es que a estas alturas se puede ver que en la política partidista predomina el pragmatismo y las ideologías han quedado muy rezagadas”.
En este panorama aparece necesario el emplazamiento de Adolfo Sánchez Rebolledo dirigido a la izquierda, ya que ésta promueve o debe promover “un proyecto nacional que incluye por definición la equidad social, la reducción de los privilegios, en fin, una ruta de reformas democráticas que permita superar la pobreza, elevar la calidad de vida, proteger el medio ambiente, la cultura y la dignidad de las personas... Sánchez Rebolledo consideró necesaria la discusión de esos temas antes de suscribir las alianzas. Panistas y presuntos aliados pasaron por encina de su emplazamiento.
En cuanto a la “reforma” y su decálogo, Diego Valadés emitió una posición autorizada y precisa en el foro de la UNAM. Dijo: “La reducción del Congreso y los obstáculos para los partidos con menor votación representarían una limitación para el sistema representativo y auspiciarían la mayor concentración del poder. Lo mismo sucedería con las facultades conferidas al Presidente mediante la iniciativa preferente y el veto parcial, sin la contrapartida de alguna forma, siquiera tenue, de control político.
“La iniciativa en apariencia favorece a los gobernados pero oculta muchos mecanismos propiciatorios de un autoritarismo reforzado. En toda su larga exposición de motivos y en las normas propuestas, el Presidente no hizo una sola alusión a la responsabilidad política de los gobernantes. La intangibilidad de los titulares del poder... es una pervivencia del poder arcaico... la iniciativa tiende a vigorizarlo.”
René Delgado al abordar ambas cuestiones regresó a lo que esta entrega devela: el sarcasmo contra el pueblo mexicano, o sea, nada de alianzas verdaderas en la lucha por el poder, ninguna reforma política de avanzada; en fin de cuentas reducir la contienda al lema de Pérez Prado: “¡Qué rico vacilón!”.

Analista político y miembro del PRD

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