jueves, 21 de enero de 2010

Fenómenos naturales, tragedias humanas

Fenómenos naturales, tragedias humanas
Por Julio Pimentel Ramírez PorEsto 2010-enero-21


En estos momentos en que el hermano pueblo haitiano padece una tragedia más, para la que no alcanzan los adjetivos que plasmen la dimensión del calvario humano que sobre él se ha abatido, cabe reflexionar sobre una serie de aspectos que desnudan la relación entre fenómenos naturales y el sistema económico que impera en el mundo y que no solamente se ha traducido en una profunda desigualdad, tanto entre naciones como al interior de la mayoría de ellas, sino que ha colocado al planeta mismo en situación de riesgo.
Las comparaciones suelen ser odiosas y muchas veces innecesarias, pero cabe subrayar que México padece los efectos desastrosos de una especie de terremoto social con epicentro en Los Pinos, que ha dejado en la pobreza y sin esperanza a decenas de millones de personas y ha contribuido a enviar a la tumba a miles más gracias a la estrategia que instrumentó para “combatir” a la delincuencia organizada.
El sismo del pasado martes 12 de enero derrumbó miles de edificaciones, sepultó a unas 200 mil personas y damnificó a tres millones de haitianos, al tiempo que desplomó, literalmente, al Estado (ante el vacío de poder el control de la seguridad pública y nacional, que en este momento es lo mismo, es asumido en los hechos por los marines estadounidenses relegando incluso a las fuerzas de la ONU) de uno de los países más pobres del mundo, en una tragedia que aún no toca fondo y que pone a prueba la capacidad de solidaridad internacional, en un mundo en el que rige el capitalismo que no se distingue precisamente por su sentido humanista sino que más bien se reproduce a partir de la obtención de ganancia sin importar el daño causado al hombre y la naturaleza.
Haití es ejemplo paradigmático de lo que es la historia del Continente americano: la colonización europea eliminó a la población originaria para recurrir a los esclavos africanos como mano de obra generadora de riqueza; el primer pueblo en abolir el esclavismo y conseguir la independencia fue el haitiano mediante la rebelión encabezada por Toussaint Louverture en 1804.
La primera invasión y ocupación militar del imperio estadounidense a Haití se produjo en 1915 y se prolongó hasta 1934, y desde entonces se ha cernido sobre esa parte de la isla que comparte con la República Dominicana la sombra amenazadora del Pentágono.
También padeció la prolongada dictadura del clan Duvaliere (1957-1986) y sus Tonton Macoute (se dice que durante sus años de actividad paramilitar asesinaron y desaparecieron a 150 mil personas), así como la presencia invasora del imperio estadounidense que a lo largo del siglo XX jugó el papel de policía (rol que continúa desempeñando como lo ejemplifica la instalación de más bases militares en Colombia), asegurando que América fuera para los americanos.
El resultado de siglos de opresión colonial y neocolonial está a la vista. Haití es el país más pobre de América y uno de los más miserables del mundo, uno de los más desprotegidos y vulnerable ante los fenómenos naturales, que si bien como en el caso de este último terremoto no se pueden evitar, sí pueden ser paliados sus efectos por una sociedad que se desarrolle en forma sustentable y con sentido de justicia social.
Un tercio de la población haitiana ha sido afectada por la catástrofe, cerca de 100 mil muertes y un país absolutamente devastado que deberá enfrentar enfermedades y epidemias que se propagarán por la descomposición de cadáveres, la falta de agua potable y la inexistencia de la más mínima infraestructura.
Los terremotos son imprevisibles. Pero las consecuencias que tuvo este sismo para el pueblo haitiano eran absolutamente previsibles. La inmensidad de la catástrofe no es el resultado de la naturaleza, sino de un sistema de explotación y expoliación que ha convertido a Haití en uno de los países más pobres del mundo: el 80% de su población sobrevive en la indigencia, el 60% sin trabajo, la expectativa de vida apenas supera los 50 años, la tasa de mortalidad infantil es del 80% no hay agua potable y la desnutrición es crónica.
En Gonaives, la segunda ciudad del país y ahora en ruinas, el 70% de los hogares carecía de letrinas. Ya antes de la tragedia, Haití tenía la más alta tasa de mortalidad materna en la región: 670 muertes por cada 100 mil nacidos vivos.
Y cuando estas son las condiciones con las que se enfrenta un terremoto de tamaña magnitud, las consecuencias no son un destino inevitable ni obedecen a un “capricho” de la naturaleza. Por eso, es correcto denunciar que la tragedia que hoy agobia al pueblo haitiano obedece a que Haití ha sido sometido a dos siglos de saqueo imperialista, cincuenta años de dictaduras sangrientas como las de los Duvalier, recientes golpes de Estado perpetrados directamente por el Pentágono, gobiernos títeres de Washington cuyo poder reside en las bayonetas extranjeras.
Por eso son fundadas las denuncias de quienes señalan que la inmediata y creciente presencia de soldados estadounidense en Haití obedece, más que a una misión de ayuda humanitaria, a una estrategia de ocupación militar que, entre otras cosas se prepara para reprimir los supuestos “estallidos de violencia” que así llaman a la desesperación de miles de hambrientos, huérfanos, desposeídos, personas que la han perdido todo, incluso antes del terremoto.

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