martes, 16 de marzo de 2010

En Lucha

Las mujeres en un mundo en crisis
Ana Villaverde 14-marzo-2010

La crisis está empeorando la situación general de la clase trabajadora. Pero las mujeres sufren sus efectos de una forma específica, que se traduce en sobreexplotación y más precariedad, intensificando la crisis de los cuidados en la sociedad actual.

En el imaginario colectivo, cuando se habla de la población afectada por la crisis, de forma casi inmediata la imagen que aparece es la de un hombre, trabajador del sector de la construcción o de la industria que ha perdido su empleo, tiene detrás a una familia que alimentar y se encuentra con serias dificultades para encontrar otro trabajo.
Indudablemente, por desgracia, hay cientos de miles de casos como éste. Pero como suele suceder, los efectos que la crisis está teniendo sobre la situación de las mujeres trabajadoras no están siendo tan visibilizados. Los medios de comunicación, basándose en un análisis superficial de las estadísticas de desempleo, llegan incluso a afirmar que las mujeres no estamos saliendo tan mal paradas como los hombres con este nuevo ciclo de recesión económica.
Más que haber afectado en mayor medida a los hombres que a las mujeres, la crisis ha empeorado la situación laboral de muchos hombres y ha provocado que como colectivo, ésta se aproxime más a la situación que las mujeres llevamos padeciendo ya desde hace mucho tiempo. Lejos de estar mejor, esto hace que las mujeres nos encontremos en unas condiciones más difíciles para afrontar los efectos de la crisis. Un diagnóstico más ajustado de la realidad, que evite caer en comparaciones baratas, exige ir más allá de los datos y analizar todos los factores que afectan a la situación actual de la mujer.
Precariedad y cuidado: una relación de retroalimentación
Uno de los espacios en los que se materializan de forma más evidente las desigualdades de género es el ámbito laboral. Las mujeres somos quienes más sufrimos la precariedad, que se traduce en contratos temporales y a tiempo parcial, así como en una desigualdad salarial muy significativa respecto a los hombres.
Esta situación es una consecuencia de la forma en la que nos hemos ido incorporando al mercado de trabajo remunerado, siguiendo el modelo de “salario familiar”. Éste atribuye al salario del hombre un lugar principal como sustento fundamental de la familia, mientras el salario de la mujer se entiende como un complemento al mismo. El papel central de la mujer se mantiene de esta forma en el ámbito privado, desempeñando las tareas de reproducción y cuidado en el seno de la familia. Ésta es la forma que encontró el sistema capitalista para garantizar que la reproducción de la mano de obra continuase sin implicar ningún coste, a la vez que permitía disponer de más mano de obra y más barata siempre que fuera necesario. Las exigencias de aumentar la productividad al máximo, fruto de una competencia cada vez más salvaje en el capitalismo avanzado, combinado con ciclos de crisis económica cada vez menos distanciados en el tiempo, provocaron que la mano de obra femenina se convirtiese en una parte imprescindible del sistema. Esta realidad, combinada con la lucha del movimiento feminista por la emancipación económica de las mujeres, ha conducido a un crecimiento paulatino de la tasa de actividad femenina.
Pero esta progresiva incorporación de las mujeres al mercado laboral no ha ido acompañada de una redistribución del trabajo de cuidados. Una encuesta acerca de los usos del tiempo elaborada por el INE indica que en el Estado español el 93% de las mujeres realiza tareas domésticas y relacionadas con el cuidado de hijos y ancianos, y emplean al día tres horas más de media que los hombres a la realización de dichas tareas. Intentar que los hombres tomen conciencia de lo que supone el trabajo de cuidados y asuman también la responsabilidad del mismo es fundamental, pero limitarse a este objetivo perpetúa la idea de que el trabajo reproductivo debe mantenerse en el ámbito privado. En el contexto actual, las desigualdades en el ámbito laboral presionan en dirección opuesta a esta labor de concienciación e imposibilitan que se pueda resolver el problema de puertas adentro y atendiendo exclusivamente a una cuestión cultural.
Revalorizar el cuidado y procurar que toda la sociedad lo conciba como el trabajo fundamental que es para la propia reproducción y mantenimiento de la vida es muy importante. Pero para que realmente las mujeres nos liberemos de la carga que supone realizarlo, al mismo tiempo es necesario sacar el trabajo de cuidados fuera del ámbito privado y que sea el Estado el que asuma la responsabilidad de garantizarlo. Es decir, totalmente al revés de lo que sucede bajo la lógica neoliberal actual. Aunque la desaparición progresiva del Estado de bienestar no es nada nuevo, en momentos de crisis como el que estamos viviendo las empresas necesitan nuevos ámbitos de inversión y el proceso de privatización de los servicios públicos se acelera. Al mismo tiempo, la deuda pública aumenta considerablemente y los recortes en el gasto social se intensifican.
Y una vez más, entre el conjunto de la clase trabajadora que padece las consecuencias, las mujeres nos vemos especialmente afectadas. Además de afectarnos como usuarias o en algunos casos como trabajadoras de estos servicios, las privatizaciones y los recortes tienen un efecto directo sobre nuestro trabajo como cuidadoras. Cuando se privatizan las guarderías, se reducen el número de plazas en las residencias o disminuyen el número de camas en los hospitales, detrás hay una mujer que tiene que asumir el cuidado de esos niños, enfermos y ancianos que son dejados de lado por el Estado.
Con la desmantelación del Estado del bienestar, el hecho de tener que asumir toda la carga que supone el trabajo reproductivo y tener que compaginar un trabajo con otro en una doble jornada, nos obliga a las mujeres a aceptar peores condiciones laborales. A su vez, el hecho de que las mujeres trabajemos en precario y obtengamos salarios más bajos, fomenta que las familias dependan en mayor medida del salario del hombre. Esto provoca que, en caso de que en la familia haya personas en situación de dependencia, siempre acabe siendo la mujer la que deja de trabajar a tiempo completo o directamente deja de trabajar de forma remunerada para poder asumir todo el trabajo de cuidados. Se trata de un círculo vicioso que en muchos casos nos deja en una situación de sobreexplotación, desempeñando dos trabajos simultáneamente, de los cuales uno está mal remunerado y el otro ni siquiera está reconocido como tal; o en otros casos, en una dependencia económica total de la pareja que nos resta autonomía.
En esta situación, algunas mujeres que pueden permitírselo recurren a otras de menos recursos, fundamentalmente inmigrantes, para que se ocupen en su lugar de las tareas de cuidado, permitiendo dar la imagen de estar liberadas de las cargas familiares. Pero la realidad es que no se ha producido una redistribución real del trabajo de cuidados, sino un trasvase del mismo de unas mujeres a otras, suponiendo un coste para las que contratan estos servicios y una precariedad extrema para las mujeres que lo desempeñan, que normalmente trabajan sin contrato y por sueldos que no alcanzan el salario mínimo.
La precariedad laboral tiene además otro efecto perverso que en este momento de crisis, caracterizado por un desempleo creciente, se hace más evidente. Al haber empalmado unos contratos temporales con otros o haber estado trabajando sin contrato, muchas mujeres desempleadas encuentran muy limitado, tanto en duración como en cuantía, el acceso a las prestaciones o directamente no tienen derecho a prestación alguna. En estos casos, si están solas o su pareja tampoco tiene recursos, y además tienen que hacerse cargo del mantenimiento de su familia, en algunso casos extremos la prostitución puede llegar a convertirse en una opción desesperada de supervivencia.
¿Dónde están las políticas de igualdad?
Desde la llegada del PSOE al gobierno, las desigualdades de género han estado más presentes en el debate político. Con la aprobación de leyes relacionadas con los derechos de la mujer e incluso la creación de un ministerio específico para ponerlas en práctica, el gobierno aparece ante la opinión pública como un gobierno sensible a la cuestión de género.
Sin embargo, a día de hoy, la situación laboral y social de las mujeres no ha mejorado de forma sustancial. La excusa es que hace falta más tiempo para que se vean los resultados, pero la realidad es que, pase el tiempo que pase, estas leyes se seguirán quedando en pura apariencia si no van acompañadas de reformas estructurales en el mercado laboral y un aumento de la inversión pública en los servicios relacionados con el cuidado. Hay dos leyes claves que podían haber incidido en estos dos aspectos: la Ley de Igualdad y la Ley de Dependencia, pero veamos en qué han resultado.
En el caso de la Ley para la igualdad efectiva entre mujeres y hombres, el objetivo inicial era favorecer la eliminación de las desigualdades salariales, reducir la tasa de desempleo femenino, lograr la paridad en los puestos de mayor responsabilidad y mejorar la conciliación entre la vida personal y laboral. Sin embargo, las mujeres aún cobramos un 30% menos que los hombres y suponemos el 80% de la población con contratos a tiempo parcial. El mito de la conciliación tampoco se ha hecho realidad y en uno de los dos espacios, en la casa o en el trabajo, o en ambos a la vez, acaban viéndose las consecuencias: desempleo, problemas de salud y mala conciencia para las mujeres y una atención precaria para las personas dependientes. La ley amplía las posibilidades de solicitar una reducción de jornada o una excedencia para el cuidado de un hijo o un familiar, pero no introduce sanciones que obliguen a introducir los planes de igualdad. En las empresas con menos de 250 trabajadores, los empresarios tienen la posibilidad de decidir libremente si los aplican o no, con el resultado evidente de que prácticamente ninguno lo hace.
La Ley de Dependencia, por otra parte, en lugar de promover la creación de una red asistencial pública, de calidad y gratuita, propone la receta neoliberal de privatización encubierta, abriendo la veda para la entrada de capital privado en los servicios asistenciales. La ampliación del número de plazas públicas en guarderías, centros de atención a personas mayores u otro tipo de personas en situación de dependencia, implicaría hacer una inversión importante, que se podría obtener reduciendo el presupuesto en gastos militares, por ejemplo, o subiendo los impuestos sobre las rentas más elevadas; pero el Gobierno no está dispuesto a hacerlo. Para qué, pensarán, si de cuidar ya se encargan las de siempre.
Mientras Zapatero se llena la boca de promesas de igualdad, la derecha, empeñada en ayudarle a parecer más “progre” de lo que es, está utilizando este momento de crisis para lanzar su ofensiva más reaccionaria. No es casualidad que, oponiéndose a los derechos sexuales y reproductivos, el PP está aprovechando la crisis para recuperar la idea de familia tradicional como sostén fundamental de control social. Su propuesta para hacer frente a la crisis de privatización, bajada de los impuestos directos y reducción de gasto público, va acompañada necesariamente de la necesidad de un ideal de familia fuerte, en el que la mujer una vez más asuma toda la carga del trabajo de cuidados que este tipo de políticas dejan fuera del ámbito público.
La lucha será feminista o no será
En estos momentos de crisis, no podemos esperar que nuestra situación mejore con unas políticas que en sí mismas no aportan ninguna solución efectiva. Si bien la crisis tiene efectos perversos sobre la situación de la mujer, también supone una amenaza para la estabilidad del sistema. Hay que aprovechar el momento, organizarse y hacer frente al machismo inherente al sistema capitalista.
Por un lado, es una tarea inmediata trabajar para que la cuestión de género trascienda a las distintas luchas que se den contra la crisis y sus efectos y que, tanto en el discurso como en las reivindicaciones, se incorpore la lucha específica contra la opresión de las mujeres. Con frecuencia, todavía nos encontramos con que en los espacios que no son específicamente feministas, la cuestión de género no ocupa un lugar central y se acaba aplazando como un tema secundario. Esto hace que a menudo las mujeres y las organizaciones feministas no se vean lo suficientemente representadas en determinadas campañas unitarias como para involucrarse a fondo y trabajar junto a otros sectores y acaben optando por continuar su propia lucha de forma paralela. Somos más de la mitad de la población y nuestra opresión es un elemento esencial para el sostenimiento del sistema capitalista.
La lucha por nuestra liberación no es una cuestión menor, secundaria o aplazable. Pero, si queremos que la cuestión de género ocupe el lugar que merece en el seno de los movimientos, no podemos dejar de participar en ellos y esperar que esto venga por sí solo, tenemos que batallarlo desde dentro.
Por otro lado, esto no significa que no debamos organizar espacios de discusión y movilización centrados específicamente en la opresión de género y asumir el liderazgo en los mismos. La campaña por el derecho al aborto libre y gratuito y experiencias como las Jornadas Estatales Feministas que hubo en Granada en diciembre del año pasado, son esenciales para seguir avanzando en nuestra propia lucha. Pero para combatir la precariedad y la doble jornada que nos asfixian, también es necesario tomar parte activa en los espacios más amplios de lucha contra la crisis, organizarnos en los sindicatos y participar en las campañas contra la privatización de los servicios públicos. Eso sí, siempre dejando claro que, como dice el lema, la lucha contra los efectos de la crisis será feminista o no será.
Ana Villaverde pertenece a En Lucha
Fuente: http://www.enlucha.org/?q=node/1998

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