viernes, 5 de marzo de 2010

Excomunión de Hidalgo

La Repulica
Excomunión de Hidalgo
Humberto Musacchio Siempre 28 de febrero de 2010

La Conferencia del Episcopado Mexicano pretende hacer creer que Hidalgo no murió excomulgado, sino que se mantuvo hasta el final como parte de la Iglesia de Roma. Las religiones no están para ofrecer verdades científicas, sino para confortar a sus fieles a cambio de que éstos acepten como dogma lo que dispone la jerarquía. Lo que resulta inaceptable es la pretensión de dar carácter histórico a sus ocurrencias.
Lo cierto es que la Iglesia católica sí persiguió con saña a los sacerdotes insurgentes y que a Hidalgo, Morelos y otros próceres les fueron infligidas sanciones eclesiásticas que por supuesto no sólo llegaron a la excomunión, sino que pasaron por torturas tan humanitarias como arrancarles mediante cuchillo la piel de las manos.
La jerarquía eclesiástica se opuso reiteradamente al movimiento de Independencia, pues era beneficiaria del viejo orden colonial. Tan es así, que en 1820, cuando se restableció la Carta de Cádiz en España y sus dominios, el clero novohispano se negó a acatarla por considerar inaceptables sus disposiciones de talante liberal y decidió apoyar el proyecto independentista de Iturbide en la idea de salvar sus privilegios.
Consumada la separación de España, el papado no reconoció la independencia y, pese a que se lo pidió el episcopado mexicano, se negó a reconocer a las autoridades nacionales los derechos que tenía el trono español con el Regio Patronato Indiano, tales como la facultad de recolectar los diezmos, la de permitir o impedir la circulación de documentos pontificios y la de elaborar ternas de candidatos a arzobispos, obispos, abades, canónigos y otros ministros, ternas de las que el papa finalmente debía elegir. 
Pese a que la católica era la religión de Estado “sin tolerancia de ninguna otra”, al carecer de relaciones con Roma, por renuncia o fallecimiento de los prelados el país se quedó sin obispos, hasta que el papa Gregorio XVI accedió a preconizar motu proprio (esto es, sin que tal acto implicara el reconocimiento del gobierno mexicano) a los obispos de Chiapas, Linares, Guadalajara, Michoacán y Puebla.
Al recibir como embajador a Manuel Díez de Bonilla, el 9 de diciembre de 1836, el pontífice católico reconoció que México era un país independiente y soberano, pero aún así continuó interviniendo en nuestra política interior y azuzando a su grey para que se alzara en armas contra los gobiernos liberales, lo que caracterizó la actuación vaticana hasta bien entrados los años treinta del siglo XX. Esos son los hechos. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario