miércoles, 7 de abril de 2010

Hablar bien de México

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Leonardo Curzio El Universal 5 Abril 2010

¿Puede haber algo más natural que querer hablar bien de su propio país? No lo creo. El sentido de pertenencia que todavía exhibe el mexicano común a la entelequia nacional es todavía muy fuerte. Pero hablar bien de tu país, igual que se habla bien de la familia o cualquier otro núcleo al que se pertenezca, debe ser espontáneo y fluido. Los sentimientos que la patria despierta en los individuos pueden llegar a ser sublimes y por tanto no pueden ser artificiales.

El orgullo nacional no puede ser forzado porque se convierte entonces en un artificio o peor aún, en una impostura. Hablar bien de tu propio país es una consecuencia natural de tu propia experiencia y de tus vivencias más recientes o más distantes según sea el caso.
No creo que la recomendación presidencial, repetida en varias ocasiones: “Se vale hablar bien de México” tenga más implicaciones que la sensación de frustración que el Presidente experimenta porque la imagen del país está teñida de violencia. Me sorprende que intente cambiar de golpe esta percepción cuando es fácil constatar dos hechos contundentes. El primero es que no hay discurso del jefe del Estado en que no se mencione el tema. Esté reunido con empresarios, con sindicatos o con corresponsales extranjeros o con mandatarios de otros países, el tema de la seguridad se hace presente siempre. Cuando de México se habla ni el discurso presidencial ni el de los medios retoma algo que no sea el narco y sus circunstancias. El segundo hecho es que aunque nos moleste al hablar de México allende nuestras fronteras no se habla ni de la agresiva agenda de reducción de emisiones, ni del proyecto de reforestación, ni de las obras de ingeniería que asombran al mundo, ni siquiera de un nuevo monumento (como el arco del bicentenario) que deje mandíbula colgando a los promotores de viajes. Aunque nos pese, el presidente Obama comparó a Calderón con Elliot Ness, no con Thomas Cook, o con el barón Haussman. Tampoco lo comparó con los grandes modernizadores económicos o políticos, lo comparó con un superpolicía. Y para mí esto no denigra al Presidente, es a lo que se ha dedicado y, dicho sea de paso, es el combate a las drogas uno de los campos de la acción gubernamental que mayor reconocimiento tiene entre la opinión pública. Es, además, el tema que más preocupa (junto con la economía) a la mayor parte de los habitantes del país. El tema del país es la seguridad y por lo tanto no podemos simplemente, porque nos parece oportuno, decir que somos un jardín de flores que espera a los turistas con los brazos abiertos.  
No somos un país que está en paz. En todas las conversaciones el tema de la inseguridad tiene derecho de piso y por eso la imagen del país es la que tenemos, porque no podemos tener otra. Es verdad que la tasa de asesinatos no es tan elevada, como lo comentamos desde hace tres años, si se compara con otros países. Lo que se amputa del razonamiento presidencial es que hay muchas ciudades del país donde el temor a que te ejecuten no es tan elevado, empezando por la ciudad de México, pero se vive con el fantasma de la extorsión, del secuestro exprés, del robo al salir de la sucursal bancaria, del asalto en el micro o a que te roben tu coche a punta de pistola. Eso también esculpe la imagen de un país violento y por más celofán en que se quiera envolver la imagen del país, es de una inseguridad paralizante.
Todos hablaremos bien de nuestro país el día en que no gastemos, como ha dicho la Coparmex, hasta 15% del PIB en protegernos. Todos hablaremos bien de nuestro país cuando los padres no estén con el Jesús en la boca porque los hijos andan en las calles solos o que deambules despreocupado por las avenidas de la ciudad y una de las últimas cosas en las que pienses es que te puedan asaltar. Saber que en Tegucigalpa tus probabilidades de morir son más elevadas que en casi cualquier ciudad de México no es ningún consuelo.  
Analista político

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