miércoles, 17 de febrero de 2010

¿Alianzas? ¿Para qué?

¿Alianzas? ¿Para qué?
Editorial El Universal 16 de febrero de 2010

A la mayoría de los mexicanos le incomoda el concepto de alianzas entre partidos. En todas las encuestas difundidas hasta la fecha, incluyendo la que publica hoy este diario, aproximadamente 60% de los ciudadanos —sin distingo de militancia partidista— rechaza esa posibilidad. ¿Entonces porqué los partidos siguen haciéndolas? Es una paradoja: son rentables para hacer campaña y mover votantes, pero decepcionan cuando se transforman en gobierno. El problema, entonces, no son las alianzas en sí mismas sino la ausencia de un programa de acción común que se prolongue después de las elecciones.
Toda esta polémica surgió porque PAN y PRD han anunciado alianzas para este año en estados como Puebla, Durango y Oaxaca donde el PRI parece imbatible. La reacción priísta fue inmediata, furiosa: amenazaron con rechazarle al Presidente todas las reformas en el Congreso y tildaron la unión opositora como aberración. Quizá fue por miedo de perder la plataforma que los impulse de regreso a la Presidencia en 2012, o tal vez por una auténtica fe en la pureza ideológica, lo cierto es que la discusión se orientó hacia lo “anormal” de esa comunión sin considerar que la desconfianza de la población va más allá de la rivalidad entre PAN y PRD. La encuesta de hoy en estas páginas revela que la gente reprueba todas las alianzas, incluidas las de PRI-Partido Verde, PRI-PT, PAN-Panal, entre otras vigentes.
Este repudio tiene fundamento. Sin duda que las alianzas funcionan bien para ganar elecciones: desde la victoria de Vicente Fox con el PVEM para sacar al PRI de Los Pinos en el 2000 hasta la del PRI con el Panal para arrebatar Querétaro al PAN, la gran mayoría de estos matrimonios han logrado su cometido más inmediato. Sin embargo, no trascienden a la hora de formar gobierno. Las últimas uniones entre PAN y PRD ocurrieron en Chiapas y Yucatán. Surgieron de ahí los gobernadores Pablo Salazar Mendiguchía y Patricio Patrón Laviada, respectivamente. El resultado no fue un proyecto común, sino administraciones de un solo partido que repartieron puestos de poder y recursos a las partes como pago por sus servicios.
Sí cualquiera de los partidos que anuncian alianzas hubiesen gobernado juntos antes, nadie sospecharía sobre los oscuros intereses detrás de sus lazos. Pero cuando el argumento es únicamente arrebatar el poder, el entusiasmo de los mexicanos no prospera.
Las alianzas sirven para tumbar estructuras autoritarias, para evitar pequeñas dictaduras en feudos estatales; sin embargo, debemos exigir primero que los aliados tengan proyectos comunes, gabinetes conjuntos y compromisos que los hagan gobernar de consuno. De lo contrario seguiremos culpando a una válida herramienta democrática, las alianzas, por los erráticos que luego se vuelven sus constructores.

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