sábado, 6 de febrero de 2010

Michoacán es Waterloo

Michoacán es Waterloo
La matanza de 15 jovencitos en Ciudad Juárez no es lo más grave que ha acontecido en 2010
Tronera Salvador Camarena El Universal 05 de febrero de 2010


La matanza de 15 jovencitos en Ciudad Juárez no es lo más grave que ha acontecido en 2010. A pesar de que no cabe matiz alguno ante esa tragedia —pues reúne la indefensión de los juarenses más vulnerables, el poderío de los criminales, la inutilidad de policías que ni previenen ni responden, y la indolencia de autoridades, en primerísimo lugar el Presidente Calderón y su particular manera de criminalizar a las víctimas—, a pesar de todo ello, no es lo peor que nos ha pasado en México en las últimas semanas. Más preocupante aún, por todo lo que implica, es la liberación de varios de los acusados en lo que popular, y ahora sabemos que fallidamente, se llamó el Michoacanazo.

Porque la matanza de los chicos de Juárez muestra la incapacidad de todos los niveles de gobierno para responder ante un hecho, terrible, pero específico. Sin embargo, el fracaso del gobierno federal en Michoacán desnuda a los generales de esta guerra. La masacre de los 15 muchachos demuestra el poder del enemigo. Michoacán en cambio es la síntesis de la estulticia de los colaboradores de Calderón. No se trata de poner a competir malas noticias, sino de comprender que la indignación que causa la muerte en la frontera no debe impedir la puntual reflexión sobre la profundidad del desastre ocurrido en la tierra del Presidente.
Hace diez meses, Calderón detuvo en un solo operativo a 28 funcionarios michoacanos. Al gobernador, Leonel Godoy, lo dejó en calidad de idiota al no comunicarle que aprehenderían a figuras claves de su gabinete. Fueron detenidos además un juez y varios alcaldes. Los calderonistas nos aseguraron entonces que se basaban en trabajo de inteligencia “de meses”. Nos dijeron que los argumentos que proferían varias familias de los inculpados, que clamaban justicia, eran infundados. Los medios fuimos (nos dejamos) utilizados. Con la liberación de doce de esos servidores públicos el pasado fin de semana, el teatro que el gobierno federal montó, ahora cae a pedazos.
El equipo de Calderón tuvo todo de su lado para preparar el Michoacanazo: tiempo, recursos, factor sorpresa. Además, no era un operativo más. Se trataba de, incluso a costa de lastimar el pacto federal, dejar en claro que la mano de la ley alcanzaría a todos, incluyendo a quienes incrustados en órganos del Estado sirvan a los criminales. Fue para salvar a la política (Gómez Mont dixit). Diseñado para ser ejemplar, hoy revienta la credibilidad del gobierno.
En el caso de Juárez, insisto, no hay atenuante que valga. Es inconcebible que en una ciudad ocupada por policías y militares no se detenga a un convoy criminal. Y sin embargo, algún margen podríamos conceder: quizá sea una de esas tragedias inevitables. Pero en Michoacán iba de por medio la legitimidad de un gobierno para demostrar que más allá de los duelos callejeros hay estrategia y estrategas, que hay inteligencia e inteligentes. Esta es la derrota que Calderón no se podía permitir. Justa o no, la liberación de los funcionarios es el descalabro más fuerte que ha sufrido su administración. Si con todos sus recursos, un gobierno no puede investigar, articular y sostener un golpe como el que se pretendió en mayo pasado, entonces acostumbrémonos a que las matanzas como la de Juárez van para largo.

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