jueves, 8 de abril de 2010

Oscar Arnulfo Romero

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LUIS FERNÁNDEZ GODARD a.m.com.mx 6 Abril 2010

Hace unos días se cumplieron 30 años del asesinato de quien los cristianos latinoamericanos hemos llamado San Romero de América. Un obispo que se convirtió de ser un tradicional clérigo, en un impulsor decidido de la justicia para su pueblo, San Salvador.

Sacerdote tradicionalista en su formación, fue convertido por su pueblo como tantos otros en nuestra historia: como Don Samuel Ruiz en Chiapas o Dom Pedro Casaldáliga en el Brasil. No se trata de “ideólogos marxistas”, sino de seguidores de Jesús que viven plenamente el Evangelio.
En su evangelización comprometida fue abandonado a su suerte por el Pontífice recién electo Juan Pablo II, quien lo recibió a regañadientes sólo para insistir en un pacto con el gobierno que masacraba al pueblo salvadoreño y había torturado hasta la muerte al jesuita Rutilio Grande. Sin embargo, Monseñor Romero no guardó silencio, y debido a su forma de predicar la verdad, el 24 de marzo de 1980, hace 30 años, fue asesinado en su propia catedral, en plena misa. Hoy el recuerdo de su martirio es un motivo de orgullo, en medio de tantas vergüenzas como las que está atravesando la Iglesia.
Hoy, cuando para los jóvenes la práctica de los ritos católicos han ido perdiendo significado, es importante recordar la Teología de la Liberación como un patrimonio cultural latinoamericano más que nunca vigente, en quienes recordamos el mensaje que Monseñor Romero dejó fuertemente grabado en el corazón y en la mente de quienes vivieron con él la lucha por la justicia en el pueblo salvadoreño, y en quienes participamos de ese modo de entender y vivir la fe cristiana.
Sus homilías denunciaban la injusticia y a la vez invitaban a los poderosos a cambiar su actitud, a dejar de oprimir a los pobres.
Recordemos que en esa época doce familias de San Salvador dominaban la economía y la política de su país. En la última homilía, poco antes de su martirio, exhortaba a los militares a dejar de masacrar al pueblo, a dejar de disparar contra los inocentes, porque eran sus hermanos.
Y al conocer las amenazas que se cernían sobre él dijo: “si Dios acepta el sacrificio de mi vida, que mi sangre sea semilla de libertad y la señal de que la esperanza pronto será una realidad… Mi muerte, si es aceptada por Dios, sea para la liberación de mi pueblo. Si llegan a matarme, perdono y bendigo a aquellos que lo hagan.”
Dom Pedro Casaldáliga escribió un hermoso poema dedicado a Monseñor Arnulfo Romero, que vale la pena recordar:
“Y supiste beber el doble cáliz del Altar y del Pueblo, / con una sola mano consagrada al servicio. / América Latina ya te ha puesto en su gloria de Bernini / en la espuma-aureola de sus mares, / en el retablo antiguo de los Andes alertos, / en el dosel airado de todas sus florestas, / en la canción de todos sus caminos, / en el calvario nuevo de todas sus prisiones, / de todas sus trincheras, / de todos sus altares... / ¡En el ara segura del corazón insomne de sus hijos! / San Romero de América, pastor y mártir nuestro: / ¡nadie hará callar tu última homilía!”.

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