martes, 26 de enero de 2010

Obama: hora de reinventarse

Obama: hora de reinventarse
Gabriel Guerra Castellanos El Universal 25 de enero de 2010
Justo cuando debería estar en su mejor momento, festejando su primer año en la Casa Blanca, preparándose para su primer mensaje a la nación (el State of the Union)
y sin tener que preocuparse por lo electoral por lo menos hasta noviembre, Barack Obama está en un atolladero.
La elección especial en Massachussets para suplir al fallecido senador Edward Kennedy significó un golpe para el presidente y su partido casi tan fuerte como el de la muerte del histórico personaje demócrata. Si a la partida de Kennedy muchos vieron el final de una era, la estrepitosa derrota de la candidata a sucederlo pinta una raya que marcará definitivamente los primeros (que tal vez sean los últimos) cuatro años de Obama en la Presidencia de su país.
En el barroco reglamento del Senado estadounidense, el partido que tiene una “súper mayoría” (60 de 100 escaños) puede operar con un margen de acción casi ilimitado e imponerle a la minoría prácticamente lo que quiera. Sin embargo, cuando el partido minoritario logra romper la barrera de los 40 escaños, cosa que ahora han logrado los republicanos, adquiere un poder impresionante para bloquear o retrasar todo proyecto legislativo con el que no esté de acuerdo, y de paso virtualmente paralizar el funcionamiento del Senado.
El truco en cuestión, conocido como “filibuster”, permite a cualquier senador ocupar la tribuna por tiempo ilimitado, a menos que tres quintas partes de sus colegas acuerden suspender el debate y proceder a la votación. Es por ello que el triunfo de los republicanos en Massachussets adquiere tal importancia: a partir de ahora toda reforma o iniciativa importante del presidente y su bancada tendrá por necesidad que estar previamente negociada o suavizada, lo que tiene implicaciones para numerosos proyectos de Obama, empezando por el principal: el de reformar el maltrecho el inoperante sistema de salud estadounidense.
Hace apenas un año todo le sonreía al recién inaugurado presidente Barack Obama. El optimismo y la ilusión de muchos de sus compatriotas, el entusiasmo alrededor del mundo, la manera en que salió de la Casa Blanca George W. Bush, lo cual prácticamente garantizaba que todo lo que hiciera su nuevo inquilino fuera, por comparación, ampliamente superior.
Pero las cosas han sido infinitamente más complicadas, tanto en lo interno como en lo internacional. El costo del rescate económico/financiero ha superado todas las expectativas, la recuperación ha sido mas lenta, más débil y más frágil de lo pensado y muchos de los planteamientos e iniciativas de Obama han permitido a sus oponentes pintarlo como un liberal irredento (es decir, en la usanza estadounidense, un izquierdista radical) mientras que sus otrora fervientes seguidores se sienten decepcionados por todo lo que ha dejado de hacer. En el terreno de la política exterior y de las guerras que libra EU hay bien pocas buenas noticias, y las que aparentemente lo son, como el Premio Nobel de la Paz, rápidamente se le revierten al presidente americano, mientras que Afganistán se vuelve un pantano, Irak arroja poco de bueno y el conflicto en Medio Oriente continúa atorado. Del cambio climático ni qué decir, tras el estrepitoso fracaso de la Cumbre ambiental de Copenhague y, en el colmo de la mala suerte, a pesar de su personalísima intervención Chicago no pudo alzarse con la sede de los Juegos Olímpicos, derrotado en sus aspiraciones por Río de Janeiro.
Dos acontecimientos recientes ilustran las dificultades y el hostil entorno que enfrenta Obama: la ya referida derrota de los demócratas en Massachussets y con ello la pérdida de la “súper mayoría”, y por otro lado el reciente fallo de la Suprema Corte de Justicia estadounidense que echó para atrás los límites impuestos en el 2002 a empresas, sindicatos y otras organizaciones para financiar campañas políticas. Con eso se abre la puerta a una entrada masiva de dinero que seguramente influenciará las elecciones intermedias de este año, en que se juega el control de la Cámara de Representantes, y por supuesto las próximas presidenciales en 2012. Y tras los desencuentros reales y retóricos de Obama con los bancos y los capitanes de empresa, no hay mucha duda de hacia dónde se dirigirán muchos de esos donativos.
Tal vez estos tempranos reveses le sirvan a Obama para corregir el rumbo: en 1994 Bill Clinton hizo lo propio tras la vapuleada que le propinaron los republicanos y su “revolución conservadora” que le costó la mayoría en el Congreso: supo recuperarse y rehacer su presidencia, con posiciones mucho más moderadas, recorriéndose al centro político y consolidando su control e influencia en Washington.
Hoy hay quienes piensan que Obama debería hacer lo mismo si quiere tener éxito en las intermedias y aspirar a reelegirse. Por el contrario, muchos de sus más fervientes partidarios quisieran que con esto “su” presidente se destape y sea mucho más firme y asertivo en sus intentos reformistas. De una u otra forma, tendrá que reinventarse.
No es una decisión fácil y menos tomando en cuenta la polarización que vive hoy la sociedad estadounidense. De ella depende —sin exagerar— la presidencia de Barack Obama.
FE DE ERRATAS: En mi artículo del lunes pasado cometí dos errores inaceptables que ahora corrijo: La revuelta de esclavos que llevó a la independencia de Haití fue en el siglo XVIII y no en el XVII; mientras que el nombre correcto del ex presidente de ese país es Jean Bertrand Aristide, y no Jean Claude. Disculpas a mis lectores.
gguerra@gcya.net www.twitter.com/gguerrac
Internacionalista

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