miércoles, 17 de marzo de 2010

El asco y la salchicha

JESÚS SILVA HERZOG MÁRQUEZ a.m.com.mx 15 Marzo 2010

La clase política se ha exhibido ridícula. El escándalo de la mentira es menor. Un par de políticos fue, en efecto, sorprendido con la mentira. Han dañado seriamente su reputación: poco crédito merece desde ahora su palabra. Pero no creo que esté ahí el núcleo del escándalo. A mi entender, lo más grave no es la falsedad, sino la materia del engaño: el papel de un pacto risible. Ahí está, en blanco y negro, mostrado públicamente por uno de los firmantes, un acuerdo para que dos partidos no se ofendan ni se coaliguen en un territorio, a cambio de… nada. Un convenio donde se pactan condiciones de competencia favorables a una de las partes sin que la otra obtenga ningún compromiso concreto.
 Advierto: no me parece indigno que dos organizaciones políticas convengan en hacer o no hacer coaliciones. Las leyes protegen ese derecho y pueden, por ello, ejercerlo de acuerdo a su estrategia.
El problema no es que se pongan de acuerdo para no coaligarse: el problema es la contraprestación (para seguir el lenguaje licenciadesco del pacto). El problema es que de ese convenio no se desprenda ninguna consecuencia favorable para uno de los firmantes y para uno de los testigos que, en principio, debía de velar por el interés nacional. No se trata de un acuerdo electoral que ata un compromiso para impulsar reformas trascendentes; no se trata de otorgar un aliciente electoral a quien colabora en un paquete de transformaciones. Es el mantenimiento gratuito de una hegemonía territorial. Se accedió a las condiciones de un Gobernador sin que sus interlocutores pusieran en negro sus exigencias. Si el Secretario de Gobernación renunció al Partido Acción Nacional por razones que no merece conocer la opinión pública, bien haría ahora renunciando a su título de abogado.
El episodio, a pesar del torbellino que ha levantado, no es sorprendente. Se inscribe en una larga cadena de acciones torpes e infructuosas. Malas maneras y nimios resultados. Recomendaba un estadista alemán que, quien quisiera comer salchichas, no se metiera a su fábrica. El producto puede ser bueno pero el proceso suele ser asqueroso. La fábrica de salchichas no puede tener paredes de cristal. Con la metáfora defendía el secreto de la política eficaz. Las buenas leyes no se producen con ingredientes exquisitos ni en cocinas limpísimas. Siempre habrá acuerdos indecorosos, concesiones indebidas, beneficiarios ocultos. Defendiendo el secreto de Estado, Bismarck pedía que no nos metiéramos en la cocina del poder. Sugería también que al Estado le pidiéramos resultados—no lecciones de higiene. “Con las leyes, como con las salchichas, es mejor no ver cómo se hacen”.
Yo no sé si el consejo del canciller prusiano sea válido, pero era claro en su parábola que la fábrica debía producir salchichas y que era mejor comérselas a ver cómo se hacían. La comida por encima de la curiosidad. El curioso, después de ver todo el proceso productivo, puede sentir tal repulsión que terminaría negándose el alimento. El embutido ya no será un sabroso alimento inocente sino una tripa repelente. Es mejor comer sin hacerse muchas preguntas, que revolverse el estómago con respuestas que no alimentan a nadie. Pues bien, nosotros nos sentimos asqueados y sin posibilidad de comer una salchicha. Indignados con la política y con las manos vacías de política. Nuestra democracia: una repulsiva fábrica de salchichas que no produce salchichas.
La publicidad se ha impuesto. Los espacios del secreto se hacen cada vez más angostos. Hoy podemos conocer el texto del pacto más idiota. Tendremos, incluso, el beneficio de que uno de los idiotas nos lo comunique. Sería un consuelo saber que de ese pacto sucio emergió una coincidencia histórica que transformó al País. Algo de razón podemos concederle a Maquiavelo cuando advertía que lo bueno no siempre nace de actos buenos. En la alquimia de la política hechos condenables pueden trasmutarse en consecuencias benéficas. Compensaría el desagrado por las mentiras el saber que en las oficinas del Gobierno federal se pactó una estrategia electoral con un beneficiario político concreto pero que, a cambio de ese resguardo electoral, se obtuvieron beneficios nacionales.
Sí: nos indignaría que el Gobierno federal siguiera participando en la definición de la estrategia de un partido; sí: nos ofendería que desde esa oficina se le despeje el camino a un ambicioso; sí, nos desagradaría la hipocresía de quienes se dicen demócratas. Pero, si hubiera salchicha, tendríamos que poner el pacto en otra perspectiva. Tendríamos que aquilatar los beneficios tanto como los costos del acuerdo. Nos veríamos forzados a reconocer que, si bien se cuidó a un grupo político, también se obtuvo de él un compromiso de consecuencias benéficas. Pero hoy sentimos repugnancia por una manera de hacer política, disgusto por los fingimientos y simulaciones y, al mismo tiempo, padecemos la ausencia de resultados. Con asco y sin salchicha.

http://blogjesussilvaherzogm.typepad.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario