lunes, 1 de marzo de 2010

El carácter

El carácter
Sara Sefchovich El Universal 28 de febrero de 2010

Entre los historiadores se debate qué tan importante es el carácter de la persona que ocupa la presidencia de un país.
Hay quienes consideran que los cargos definen lo que se puede hacer y en esa medida son independientes del modo de ser de las personas, que deben adaptarse a sus exigencias y presiones. Para otros en cambio, la personalidad de quien ocupa un cargo define en mucho lo que se hace y el cómo.
Según aquéllos, si no hubiera sido Mao habría surgido otro igual, pero según éstos, si no hubiera estado Churchill, las cosas habrían sido distintas en la Segunda Guerra Mundial.
Últimamente, sin embargo, la mayoría de los estudiosos se está inclinando más por la segunda forma de entender las cosas. En EU, un grupo que se ha especializado en desentrañar la personalidad de los presidentes le está dando peso a la importancia que tiene el carácter.
Esto no tiene que ver con si son más inteligentes o están más preparados o más informados, lo que cuenta es el temperamento. Hay personas que son capaces de escuchar y otras que no, de tomar decisiones sin darle muchas vueltas y otras que no, de aceptar la crítica o de resistir mejor en momentos difíciles sin quebrarse. Hay personas irritables, con la mecha demasiado corta como decimos, y otras que aguantan y no pierden los estribos. Las hay que tienen delirio de persecución y ven enemigos y complots por todas partes, las hay que son seguras de sí mismas, las hay disciplinadas, las hay profunda y verdaderamente religiosas, las hay que tienen habilidad para negociar. Y no sólo eso: hay personas que se cansan más pronto que otras, o que se estresan fácilmente, o que se toman la vida con más ligereza y hasta con sentido del humor. “El carácter del presidente —afirma David Coleman— determina qué tipo de información está en disposición de recibir, el tipo de consejos que va a escuchar y hasta la forma como van a reaccionar las personas que están con él”. Y Jarred Diamond, el célebre profesor de la Universidad de California, autor de dos libros en los que explica por qué algunas sociedades tienen éxito y otras decaen, afirma que esto tiene relación directa con las mejores o peores decisiones que toman quienes las dirigen.
En México hemos tenido presidentes parranderos, supersticiosos, obedientes en extremo de sus superiores cuando tenían algún cargo, con jaquecas fortísimas o con malestares estomacales graves.
Dicen que si se quería lograr algo con Miguel Alemán, había que llevar a jovencitas bonitas a las audiencias, que Ruiz Cortines no podía oír mentar a sus opositores sin tocar madera, que a Echeverría cuando era secretario de Gobernación, lo invitaba el presidente a jugar golf pidiéndole que llegara temprano y se aparecía de madrugada, que López Mateos tenía que encerrarse en una habitación oscura porque no aguantaba el dolor, que Díaz Ordaz tenía el carácter muy amargado porque sufría del estómago. Esto viene a cuento porque ahora tenemos un Presidente que señala cuál es su candidato a gobernador con el gesto infantil de meterle la cabeza en un pastel.
Lo mismo aplica para otros en cuyas manos está también la responsabilidad de tomar decisiones. Es el caso por ejemplo del Congreso que, según Diamond, tendría que ser capaz de dejar de lado formas de pensar y de actuar e incluso valores, y tener la visión suficiente para arriesgar lo inmediato (el voto político, la aprobación personal) y de ver a largo plazo, pero sobre todo, de actuar a tiempo porque cuando ya es demasiado tarde, no solamente resulta muy caro sino que muchas veces hasta se vuelve imposible hacer las cosas o aunque se las haga ya no se consigue nada, y que sin embargo, ha sido lo contrario, incapaz de ponerse a la altura de las circunstancias. Por eso un grupo de intelectuales les ha llamado la Generación del No.
¿Son ellos ejemplo de lo que somos todos? Seguramente, pues no salieron de la nada, salieron de nuestra sociedad. Pero como dicen los estudiosos, su carácter y temperamento también cuenta y eso no es nuestra responsabilidad, excepto en el hecho de haberlos elegido, que no es poca cosa.
sarasef@prodigy.net.mx
Escritora e investigadora en la UNAM

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