martes, 9 de marzo de 2010

País y partidos políticos para hombres


Ricardo Bucio Mújica El Universal 08 de marzo de 2010

Pasaron casi 190 años desde la Independencia. Pero en la última década, a través de comisiones de equidad de género creadas en todos los congresos del país, hoy tenemos decenas de leyes para crear Institutos de las Mujeres, para eliminar la violencia contra ellas, para garantizar la igualdad sustantiva, y para prevenir la discriminación, además de reformas en los códigos penales. Y se han creado un gran número de instituciones públicas, incluso a nivel municipal. Pero la desigualdad continúa.
La forma de organización de México se construyó a partir de decisiones que —en el campo de lo educativo, de lo económico, de lo religioso, de lo social y de lo político—, fuimos tomando los hombres. Con o sin intención, ello ha tenido como efecto un país pensado para hombres. Para que los hombres accedan al poder en todas sus expresiones, y desde ahí abran pequeños espacios a las mujeres. Para que los hombres tengan mayor acceso a derechos, a justicia, a servicios, a ingreso, a seguridad. Para que todas las formas de la marginación, de la exclusión, de la violencia, de la discriminación y de la pobreza, afecten menos a los hombres.
La igualdad sin discriminación no sólo es el horizonte de destino de la democracia, sino su punto de origen y su contenido sustantivo. Igualdad en reconocimiento de derechos y de dignidad, que deben generar mecanismos efectivos para su ejercicio desde la riqueza de la diversidad humana y social. Igualdad que se construye desde las diferencias, a partir de éstas y no de la uniformidad. Que supone la eliminación de prejuicios desde las instancias del poder en todos los sectores y espacios del país. Del mismo modo que en la economía no se puede crecer y después repartir el pastel, la igualdad no se construye y después se reparte.
Los prejuicios contra las mujeres están presentes y tienen consecuencias en todos los ámbitos de nuestra sociedad Las mujeres son más afectadas o son en un gran porcentaje las víctimas de la violencia intrafamiliar, de la exclusión educativa, del desempleo, de la trata de personas, de la explotación sexual comercial, de las crisis económicas, de los recortes presupuestales, de la impunidad, de los abusos de autoridad, de la corrupción, del analfabetismo, de la falta de acceso a servicios financieros, de la inseguridad pública, de la protección contra riesgos, y de un largo etcétera.
Hay 8 millones más de mujeres que de hombres que trabajan y no cuentan con seguridad social. Hay 2.5 millones más de mujeres que de hombres en pobreza. El 7.6 % de las mujeres mayores de 15 años son analfabetas. El 51% de mujeres en edad de trabajar tienen ingresos, en relación a un 81% de los hombres. Hay 81% de hombres en el Senado, y más del 95% en las presidencias municipales. Un 94% por ciento de la población cree que hay discriminación contra la mujer. Todos son indicadores de un país para los hombres, y de una discriminación estructural y cultural hacia las mujeres.
Los partidos forman parte de esa cultura, y en los hechos la representan con sus prejuicios y estigmas incluidos. Desde el legislativo y desde el ejecutivo, reconocen sus derechos legalmente, crean instituciones, generan políticas públicas. Pero impiden de facto el aceso al poder a las mujeres, pervierten las acciones afirmativas como las cuotas de género, legislan restringiendo derechos y congelan por años iniciativas específicas para reconocer otros en igualdad con los hombres. No asumen que la reforma política, la laboral, la fiscal, la educativa y todas las que se requieren, deben construir la igualdad sustantiva de todas las personas. Los partidos políticos deben ser el motor que lleve a buen puerto las necesidades de la sociedad, no quién refleje y normalice los prejuicios de ésta.
La igualdad está reconocida por y desde la ley, pero no es suficiente si desde las instituciones públicas, la sociedad, y desde los partidos políticos que la deben representar, no modificamos prejuicios aprendidos y percepciones negativas basadas en hábitos acriticos. Si asumimos la desigualdad como normal, o como parte indisoluble de nuestra identidad. Si creemos que puede haber democracia, que puede haber futuro, sin igualdad.
Presidente del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred)

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